Diosdado Cabello lo anticipó hace ya diez días. “Aquí no habrá elecciones, el único presidente es Maduro”. O sea, lo hizo por la negativa y con exquisito sentido de la estrategia, hay que decirlo. Desafiar la presidencia de Maduro, el usurpador, obliga a responder que sí habrá elecciones. Una ecuación perfecta, no es posible negar ambos términos.
Eso quería Cabello, dejar un condicionante cognitivo. Después se verá quien es el candidato, tal vez él mismo. La trampa quedó tendida y llegó la confirmación de Maduro. Le ordenó a la militancia de su partido prepararse para elecciones parlamentarias (no presidenciales) en 2020 a efectos de sacar de la Asamblea Nacional a los “bandidos, pillos y vagos que han estado allí desde 2015”.
Con el punto aclarado, los enviados de Guaidó en Barbados tienen ahora dos opciones: reconocer que eso acordaron o, caso contrario, abandonar las reuniones. La instalación de una “mesa de negociación permanente”, con el continuo auspicio de Noruega, permite inferir que los representantes de la Asamblea Nacional serán parte de dicho proceso electoral.
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Que lo digan de una vez, pues, alto y claro. A los venezolanos, a la OEA, al Grupo de Lima, al Parlamento Europeo y a los 54 países que reconocieron la presidencia interina de Guaidó y se movilizaron detrás de una secuencia supuestamente innegociable: cese de la usurpación, gobierno de transición y recién entonces elecciones libres. Ello en el entendimiento que ninguna elección administrada por la dictadura podría ser libre.
Si Guaidó ha cambiado su orden de prioridades, que también le informe de ello a Iván Duque, uno de los aliados fundamentales de la democratización de Venezuela y anfitrión de 1,3 millones de migrantes. Es que esta misma semana el Presidente de Colombia dijo: “Tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para ponerle fin a la dictadura. No es viable dialogar para que Maduro siga en el poder. No se puede ir a elecciones con quiénes son unos matones”.
El mensaje a Guaidó en inglés seria de gran elocuencia: you can’t have it both ways. La usurpación evidentemente terminó. Es Maduro quien acaba de convocar a elecciones el año próximo, si bien es improbable que pueda sobrevivir su propio desgaste. Tal vez también esté en marcha el renombrado “gobierno de transición”, excepto que tampoco sería como nos contaron. Este sería de transición dentro del chavismo.
Desde luego, algunos requisitos son necesarios para llevar el barco a puerto. Uno es resolver la continuidad de Guaidó o bien su sucesión, que debería ocurrir el 5 de enero según las reglas consensuadas por los propios partidos para el ejercicio de la presidencia del parlamento. Las restricciones de Guaidó también son de calendario. Sea por cinco meses o por más tiempo, en ambos escenarios es necesario estabilizar su liderazgo.
El cual se ha erosionado, primero por el fiasco del 30 de abril y luego por su decisión de asistir a Oslo y Barbados en el más absoluto hermetismo. Tómense las palabras de Duque como representativas de amplios sectores de la comunidad internacional y de Venezuela. Y agréguese además los manejos desprolijos de los recursos destinados a la ayuda humanitaria fuera de Venezuela; “desprolijos” por ponerlo de manera elegante.
Ante todo ello se instala una estrategia: matar al mensajero. Es el chantaje que se oculta detrás de una acusación de supuesta complicidad del crítico con la dictadura. Toma cuerpo la narrativa que el actual desconcierto y desvío del camino original no es responsabilidad de Guaidó sino de quienes lo cuestionan. Ergo, deberían callarse, reproduciéndose así una lógica paternalista esencialmente chavista: el líder es infalible.
Nótese que una narrativa de lógica similar se instala en paralelo, también con el objetivo de estabilizar para llegar a elecciones: el levantamiento de las sanciones, prioridad número uno del régimen dados sus problemas de cash flow. La crisis humanitaria, se nos dice entonces, no es responsabilidad de Maduro sino de las sanciones de Estados Unidos. Y un coro de repetidores pseudo progresistas expresan su súbita preocupación por sanciones que tienen pocos meses, frente a una política de hambre y enfermedad que tiene años.
Este coro tampoco nos dice nada sobre las sanciones de Cuba—los 50 mil barriles de petróleo diarios, esto es—ni nos explica porqué eran legitimas las sanciones al Apartheid y no lo son a este régimen criminal. ¿O estos supuestos progresistas hablan del levantamiento de las sanciones a los corruptos acusados de narcotráfico, lavado y crímenes de lesa humanidad?
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Es que con elecciones—léase estabilidad del régimen—y sin sanciones—léase mayor disponibilidad de recursos fiscales—se apreciarán los papeles de deuda de Venezuela. No sorprende entonces que algunos en la banca de inversión y firmas de brokerage también sean parte del coro de repetidores. Y no es que sean progre, ocurre que la mayoría de los tenedores de deuda venezolana son de nacionalidad…venezolana. No es difícil imaginar quienes son.
Mientras tanto el régimen continúa como siempre: represión, tortura y las 5.000 personas que emigran cada día. Venezuela es de todos no solo por solidaridad. Allí tiene lugar el test de Litmus de la viabilidad democrática de América Latina. Si esta organización criminal sobrevive en el poder, será una amenaza constante y una invitación a los imitadores.
Y, a propósito de imitadores, el Foro de São Paulo se reúne en Caracas la semana próxima, Cabello lo acordó todo semanas atrás en La Habana. No hace falta tener la bola de cristal para predecir su declaración: rotundo apoyo a Maduro y sus elecciones. Y una categórica condena a las sanciones del imperio.
Con información de La Patilla