Cuando el 12 de junio el testaferro y conseguidor de Nicolás Maduro fue detenido en Cabo Verde por una orden de Interpol emitida a instancias de la justicia estadounidense, los departamentos de Justicia y Estado de los Estados Unidos pidieron formalmente al Pentágono que mandara de forma urgente un buque de guerra de la Armada a ese archipiélago frente a la costa noroeste de África, ante la posibilidad de una operación subrepticia de rescate por parte de Venezuela o, más probable, de Irán y su Guardia Revolucionaria. Cuando fue arrestado, Saab se encontraba repostando un jet privado facilitado por el chavismo para su tránsito de Venezuela a Irán, adonde se dirigía para negociar nuevos acuerdos de naturaleza comercial.
El envío de un buque de guerra a Cabo Verde para abortar la posible extracción de Saab, mientras aguardaba su juicio de extradición, contaba incluso con el beneplácito hasta del presidente estadounidense, Donald Trump, convencido por la diplomacia y la fiscalía del duro golpe que supondría perder al empresario, imputado el 25 de julio de 2019 en Florida por lavado de dinero en una supuesta trama de sobornos para lucrarse con el control del cambio en Venezuela. No es coincidencia, además, que Saab fuera detenido a medio camino entre Caracas y Teherán, pues, en el último año, ambos regímenes han estrechado lazos, y la Guardia Revolucionaria ha incrementado su presencia en el país caribeño en apoyo a Maduro.
Pero Trump se encontró entonces con un problema común en su presidencia: resistencias internas en su propio gobierno. El Pentágono demoró una decisión final. La cúpula militar alegó que necesitaba los recursos de la Armada en varias misiones activas, incluido un despliegue contra el narcotráfico en aguas del Caribe y Centroamérica, anunciado en marzo. Además, en verano, Washington seguía de cerca el envío de gasolina iraní a Venezuela por medio de buques comerciales que se atrevían a sortear las sanciones de EE.UU., y no estaba claro entonces si debería desplegar a la Armada para abordarlos.
Finalmente, la fiscalía y la diplomacia estadounidenses y la Casa Blanca se tuvieron que confirmar con un buque tipo cutter de la Guarda Costera, el Bear, de 82 metros de eslora, que desde 1983 ha participado solo en misiones contra el narcotráfico y de rescate en alta mar. Washington tramitó los permisos para patrullar conjuntamente con la Guarda Costera de Cabo Verde, y el Bear, incluso, participó en un ejercicio de rescate. La respuesta que dio el Pentágono en otoño ante la pregunta de qué hacía un buque de la Guarda Costera estadounidense en aguas africanas fue que era necesario aumentar la colaboración con los socios de Cabo Verde ante la pesca ilegal. Saab, mientras, iba de recurso en recurso para tratar de impedir su extradición. Para ello fichó como abogado al juez inhabilitado Baltasar Garzón.
Lo que hasta ahora no se sabía, y confían a este diario fuentes diplomáticas, es que estas resistencias fueron una de las razones que llevaron a Trump a librarse como hizo de su cuarto secretario de Defensa (dos de ellos en funciones) una semana después de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Cierto es que las recientes desavenencias entre Mark Esper y el presidente fueron muchas y variadas, y abarcaban desde la salida de Afganistán hasta el despliegue de las fuerzas armadas dentro de suelo estadounidense para ahogar disturbios, pero el caso del buque de Cabo Verde fue un ejemplo claro de desobediencia que se solucionó pronto.
Esper fue despedido el 9 de noviembre, y lo sustituyó un firme aliado del presidente, Christopher C. Miller. En cuestión de días, puso rumbo a Cabo Verde el buque de la Armada USS San Jacinto, un crucero lanzamisiles clase Ticonderoga armado con proyectiles Tomahawk con capacidad de combate de superficie, aéreo y antisubmarino. Con puerto base en Norfolk, en el Atlántico, el San Jacinto tiene una eslora de 173 metros y una tripulación de 393 uniformados. En 1988 uno de los buques hermanos del San Jacinto, el Vincennes, derribó un vuelo de Iran Air, el 655, al confundirlo con un avión de combate F-14. Normalmente estos lanzamisiles navegan en un grupo mayor, asignado a un portaaviones, pero el San Jacinto ha pasado todo un mes en Cabo Verde.
Mientras, la diplomacia estadounidense se puso en marcha para prevenir una posible operación de extracción. Según reveló el diario «The New York Times», la presión de EE.UU. llevó a dos naciones de la costa occidental africana a denegarle a un avión iraní los permisos para repostar de camino a Cabo Verde. La inteligencia estadounidense creía que era posible que ese vuelo fuera parte de una intentona por parte de Irán de extraer a Saab.
Finalmente, el San Jacinto recibió la orden de volver a puerto justo antes de las fiestas navideñas, tras un mes de misión en África, y con un coste estimado de 50.000 euros por jornada. Preguntado, un portavoz del Comando África estadounidense, con sede en Alemania, dijo por correo electrónico que la misión de «combatir actividades ilícitas en alta mar» había «culminado». La diplomacia estadounidense considera que el lanzamisiles ha sido crucial para disuadir tanto a Irán como a Venezuela de una intentona de extracción de Saab, uno de los hombres que más información tiene de la cúpula del chavismo y sus maniobras internacionales. De momento no hay planes de relevo.
«No habrá de misiles de Irán en Venezuela»
Mientras vigilaba que Alex Saab no escapara de la prisión de Cabo Verde, donde aguarda una decisión final sobre su extradición, el gobierno de EE.UU. se incautó a la vez de 1,1 millones de barriles de gasolina iraní en cuatro cargueros que se dirigían a Venezuela. En esa misión internacional no estuvo finalmente implicada la Armada norteamericana. En una señal de que Washington se toma en serio la alianza entre Caracas y Teherán, en agosto, el hasta entonces enviado especial para la crisis venezolana, Elliott Abrams, asumió también la cartera de Irán. Ahora, Abrams afirma que una de sus misiones es impedir el despliegue de misiles iraníes en suelo venezolano. «No toleraremos el despliegue en Venezuela de misiles iraníes que puedan llegar a EE.UU.», dijo Abrams a principios de mes, durante un seminario organizado por la Universidad George Mason. «Si lo intentan, al menos durante esta Administración, intentaremos interceptarlos, y si llegan a Venezuela, el problema se solucionará en Venezuela. No lo toleraremos».
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