El acuerdo de Nochebuena entre la UE y Reino Unido supone un acto de racionalidad en la tragicomedia del Brexit. Después de cuatro años y medio del referéndum, se alcanzó un acuerdo comercial que evita un «shock» adicional a las economías de ambos lados del Canal de la Mancha, ya seriamente perjudicadas por una pandemia fuera de control. El 1 de enero se abre un nuevo comienzo para las relaciones entre Reino Unido y la Unión Europea en el que hay poco que celebrar.
Por LA RAZÓN
El acuerdo de la víspera de Navidad esquiva pérdidas millonarias y da más certidumbre, pero las empresas se verán igualmente dañadas, aunque el precio más alto lo pagarán los ciudadanos de a pie. Los británicos y europeos ya no tendrán tan fácil aplicar para un empleo al otro lado o alquilar una vivienda. Profesionales liberales como arquitectos o abogados no verán homologados sus títulos. Los británicos tampoco se beneficiarán del programa Erasmus ni podrán pasar más de 90 días en sus residencias del sur de Europa. A cambio, disfrutarán de su «Brexit done» y de su soberanía total.
Reino Unido abandona el mercado interior y la unión aduanera con la excepción de Irlanda del Norte, en la que se aplicarán regulaciones especiales para mantener los Acuerdos de Paz. Londres se beneficia de un comercio sin cuotas ni aranceles con la Unión Europea siempre y cuando mantenga el alineamiento normativo.
Toneladas de arenque
Bruselas ha otorgado a Londres unas ventajas que no han recibido otros terceros países, pero también ha conseguido que los pesqueros europeos tengan acceso a los caladeros británicos durante los próximos cinco años y medio. Los británicos, a su vez, podrán seguir vendiendo su pesca al continente. Las últimas conversaciones en el edificio Berlaymont en Bruselas versaron sobre las toneladas de caballa, arenque y carbonero. La pesca solo representa el 0,1% del PIB de Reino Unido, pero Boris Johnson entendió que se trataba de un asunto nuclear para los «brexiters».
En su intervención de Nochebuena, tras la rueda de prensa de su alterego europeo, Ursula Von der Leyen, el «premier» británico compareció con una corbata de peces. Días antes había amenazado con movilizar cuatro buques de la Royal Navy para vigilar el acceso a sus aguas a partir del 1 de enero. Nada como una guerra naval para ilustrar hasta qué punto el primer ministro estaba dispuesto a defender los intereses nacionales. El acuerdo estaba prácticamente cerrado a falta de este escollo en la pesca, pero en Bruselas el propio negociador jefe, Michel Barnier, advertía de que con los británicos el proceso podría descarrilar «en el último minuto».
Finalmente, se impuso la racionalidad y triunfó el «arte de gobernar», como defendió Boris Johnson. El acuerdo de 2.000 páginas aporta un marco de acción, pero nadie espera que resuelva los problemas graves. El vasto documento regula el comercio de bienes y es especialmente positivo para la industria automotriz, aeronáutica y la agricultura. Reino Unido se abastece de productos frescos del continente. Eso queda garantizado y no es un asunto menor. Las colas de los camioneros en el puerto de Dover se convirtieron esta semana en la mejor estampa del Brexit y de la pesadilla que podría suponer un «no deal».
Pero fuera del acuerdo de Nochebuena está el sector servicios, que supone el 80% del PIB británico. «Este acuerdo es bueno para la economía del siglo XIX basada en productos agrícolas y metalúrgicos, marginales en la economía de Reino Unido, pero no para una economía del siglo XXI centrada en las finanzas, en servicios creativos o profesionales como asesoramiento o turismo» ha declarado Denis MacShane, el que fuera secretario de Estado para Europa con Tony Blair. La City está fuera del acuerdo. En Reino Unido se estima que hay 11.000 pescadores, mientras que el sector financiero emplea a un millón de personas. A partir del 1 de enero, las empresas estarán sujetas a un «régimen de equivalencia» que será otorgado caso por caso por los reguladores europeos y podrá ser revocado en cualquier momento. Para evitar daños, las grandes entidades financieras han recolocado parte de su plantilla y de sus activos en los Estados miembros. Esta tendencia podría incrementarse si el «régimen de equivalencia» resulta inoperante.
El relato de 28/11
Falta que el acuerdo de Nochebuena sea ratificado por los diferentes parlamentos. Los Comunes han convocado una sesión extraordinaria el día 30. El Parlamento Europeo lo tiene más complicado y probablemente apruebe el texto de forma retrospectiva en enero. Hay un enfado considerable entre los eurodiputados pero nadie espera que vayan a tumbar el acuerdo por esto. En la Cámara de los Comunes tampoco parece probable un revés, entre otras cosas porque el Partido Laborista de Keir Starmer ha dicho que va a votar a favor. No obstante, los «brexiters» organizados en el European Research Group, un total de 70 diputados «tories», han advertido de que van a revisar el documento con un equipo legal para detectar posibles desviaciones del espíritu del Brexit.
Ante esta ofensiva, Boris Johnson ya ha elaborado su estrategia. La misma tarde de Nochebuena se filtró un documento de Downing Street con los siguientes números: 28/11. Representan, supuestamente, los 28 puntos de divergencia en los que Reino Unido habría conseguido mantener su voluntad y los 11 en los que habría cedido. La batalla de los ganadores y perdedores del Brexit se libra en la opinión pública, pero el resultado final no se verá hasta dentro de unos años.
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