Quien esté buscando unas vacaciones nada convencionales, plenas de sensaciones y con el picante de un riesgo controlado ya puede dejar de buscar. La central nuclear de Chernóbil, cuyo atractivo turístico se ha incrementado gracias a la premiada miniserie de HBO, acaba de dar una vuelta de tuerca. Desde ahora el público tendrá acceso al cerebro del reactor número 4, ese que explotó en 1986 causando la mayor catástrofe nuclear de la historia.
El que quiera dar el paso, desde ahora podrá imaginar lo que sintió el ingeniero jefe adjunto Anatoli Diátlov, quien ese fatídico 26 de abril se encontraba al frente de la sala de control y, según la interpretación del actor británico Paul Ritter en la serie, no quería creer que su reactor había hecho trizas el techo y estaba contaminando al mundo con radiación. Y es que Ucrania ha abierto ese espacio a los turistas que se adentren en esta parte del norte del país, en aquel tiempo integrante de la URSS, señaló el diario La Vanguardia.
Desde esa habitación, los ingenieros soviéticos bajo el mando de Diátlov llevaron a cabo un experimento que provocó una reacción en el núcleo que no pudieron controlar. La explosión y el fuego mataron al menos a 28 personas, pero además expuso a cientos de miles a peligrosos niveles de radiación.
La sala de control ya no es lo que fue, pues buena parte del mobiliario y los aparatos electrónicos se confiscaron tras la catástrofe como parte de la posterior investigación que terminó con un juicio en 1987 y seis condenados, incluido Diátlov.
Lo que sí tiene ese lugar es radiación. Nada menos que 40.000 veces superior a la normal. No en vano el reactor número cuatro de Chernóbil está cubierto por un hangar de metal en forma de arco y un peso de 36.000 toneladas que instaló en 2016 la empresa francesa Novarka para contener la radiación los próximos cien años. Esta estructura sustituye al sarcófago de hormigón que los “liquidadores” construyeron tras la catástrofe para tapar cuanto antes la cicatriz que la incompetencia humana había abierto. Bajo él aún hay 200 toneladas de combustible radiactivo.
Los defensores de esta nueva iniciativa aseguran que los valientes o insensatos turistas no corren peligro. Sin embargo, tendrán que permanecer durante toda la visita en el camino seguro marcada por los organizadores y sólo podrán estar cinco minutos en la sala de control.
De hecho, todo el recorrido estará plagado de seguridad. Los visitantes, a los que se entregarán dosímetros, han de vestir trajes especiales y se someterán a varias mediciones de radiación tanto al entrar como al salir del nuevo sarcófago. Deberán caminar también por un pasillo construido especialmente para la ocasión.
Este año han visitado la zona de exclusión de Chernóbil un número récord de turistas. “En el 2015 hubo 8.000 visitantes; el año pasado, 72.000 y en lo que llevamos de este ya ha habido 87.000”, ha explicado Vitali Petruk, director de la agencia estatal encargada de gestionar esta zona restringida, con un radio de 30 kilómetros alrededor de la central.
La fiebre del turismo se ha extendido a la vecina Bielorrusia, a la que también afectó la tragedia. Desde el año pasado la provincia de Gómel permite el acceso de turistas por unas rutas marcadas, ha explicado a la agencia Ría Nóvosti Dimitri Rudkovski, que administra las zonas afectadas bielorrusas. “Observamos que había turistas que querían entrar por su cuenta en la zona prohibida. Así que decidimos desarrollar un tema por el que hay interés”, explicó por su parte el gobernador provincial, Vladímir Priválov.
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