La pandemia del coronavirus ha afectado el estilo de vida de millones de personas en el mundo, modificando sus trabajos, pasatiempos, horarios de sueño e incluso su alimentación. Varios países decretaron el aislamiento social obligatorio para evitar la propagación del covid-19, un virus que ha contagiado a más de 2.500.000 de personas y que ha causado la muerte de 185.062 en todo el mundo al día de hoy. La incertidumbre de no saber cuándo acabará la emergencia sanitaria, así como lo inédita que es esta crisis, ha tenido múltiples efectos. La ansiedad y los cambios bruscos en la alimentación son algunos de ellos.
La nutricionista y dietista Franyelin Colina, y la especialista en Nutrición Clínica de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria, UNITCA, Merling Maldonado, explican los efectos del aislamiento social en la alimentación. Las expertas coinciden en que los hábitos alimenticios son los primeros en verse afectados por la cuarentena, principalmente, por la ansiedad que causa el encierro.
Colina, quien también es profesora de la cátedra de Bioquímica en la Universidad Central de Venezuela, explica que la ansiedad es la respuesta del cuerpo ante un estímulo involuntario. La sensación de angustia y estrés que causa el aislamiento influye directamente en el patrón de alimentación. «En la mayoría de los casos, aparece de forma repentina una falsa sensación de hambre o ganas de comer algo», explica.
Maldonado señala que si los cambios en la alimentación se perpetúan en el tiempo, se pueden presentar efectos negativos en la salud, entre ellos, incremento de peso corporal, la alteración de la respuesta inmunitaria y la elevación de valores sanguíneos como la glucosa, el colesterol y los triglicéridos.
Las hormonas
Colina señala que el estrés puede afectar al organismo de distintas maneras dependiendo de su intensidad y duración. Cuando es momentáneo, lo normal es que no se tenga hambre. Esto ocurre porque el cuerpo entra en estado de alerta comandado por el sistema nervioso. Adicionalmente, se liberan hormonas como el cortisol cuyos efectos estimulan, a su vez, la liberación de la hormona insulina, dando así una sensación de llenura.
En cambio, si se trata de estrés prolongado se impide la liberación de la hormona dopamina y se eleva la hormona que indica sensación de hambre. Esto favorece la ingesta de alimentos ricos en grasas y azúcares a fin de compensar la falta de dopamina y saciar el hambre.
«A esto debemos sumar que la hormona cortisol, a largo plazo, causa resistencia tanto a la insulina, como a la hormona que indica sensación de llenura. Esto contribuye al establecimiento de la obesidad», explica Colina.
La comida como consuelo
«El tema de las emociones y cómo estas pueden influir en la forma de ver la comida están muy relacionados», afirma Maldonado. «El aislamiento es algo nuevo, nunca habíamos estado en una situación como esta. Por ello, las respuestas de cada individuo frente a la crisis son distintas. Hay personas que se pueden adaptar fácilmente, pero hay otras que no”, señala.
Sin embargo, lo que sí es común es el estrés que genera el aislamiento y cómo este afecta la estructura de alimentación. «Si la persona está acostumbrada a hacer meriendas o a comer a determinadas horas es de esperarse que esta rutina se pierda en el encierro», asegura Maldonado. Por ello, es importante que el individuo tenga la suficiente inteligencia emocional para autoanalizarse. Así se podrá evaluar qué cambios está generando el aislamiento en la alimentación.
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