El tándem María Corina Machado-Edmundo González no descansa. Ni siquiera toman un respiro desde la clandestinidad, obligados a protegerse del acoso del régimen de Nicolás Maduro. Desde que quedó claro el pasado 28-J que perdió en las urnas, él tampoco descansa en su empeño por aplastar a una oposición que, según datos del prestigioso Centro Carter, ganó las elecciones frente al oficialismo. Aferrado al poder, lo único que le queda al sucesor de Hugo Chávez es ejercer la represión.
A pesar de la persecución de la que son objeto, María Corina y el candidato ganador de la oposición tienen la capacidad de convocar con éxito a los venezolanos, desparramados por el mundo a causa de la precariedad que atraviesa el país, y la diáspora se moviliza allá donde se ha establecido. Una vez más, salen a marchar en las grandes capitales del extranjero y no son pocos los que se atreven a protestar en Venezuela, desafiando a una policía política que desde los comicios encarcela a opositores y persigue a los ciudadanos que no ocultan su repudio al fraude electoral perpetrado por el chavismo.
Mientras gobiernos de izquierda como el de Colombia, Brasil y México insisten en hacerle el juego al régimen de Caracas con una propuesta tan absurda como la de volver a celebrar elecciones -¿Qué los lleva a depositar su confianza en un sistema que lleva anclado en el poder 25 años? -, las democracias en la región condenan abiertamente la maniobra oficialista. En cuanto a Washington, la administración Biden respalda el triunfo de González y no se adhiere a la farsa de los que parecen más amigos del déspota que habita el Palacio de Miraflores que de la oposición democrática. Ni siquiera se muestran solidarios con una diáspora de unas ocho millones de personas, prueba evidente de que el pueblo se ve obligado a huir de la miseria y de la represión. Un diplomático brasileño, a favor de pasarle la mano a Maduro, le pide «paciencia» a los venezolanos. Como si veinticinco años de chavismo no es nada.
La imagen internacional del gobierno de Maduro está por los suelos. Salvo sus socios (los sospechosos habituales como Cuba, Nicaragua y Rusia), a estas alturas nadie cree que los venezolanos desean perpetuar un modelo político que los ha sumido en una profunda crisis económica de la que no consiguen salir. Si no, ya habrían regresado a su añorado país. De hecho, en la jornada del 28-J muchos de los que han emigrado y se ganan la vida desempeñando todo tipo de trabajos albergaban la esperanza de regresar. Por eso, en su nuevo mensaje de convocatoria, María Corina reiteró la intención de «que podamos traer a nuestros hijos de regreso a casa». Son los jóvenes que buscan un futuro mejor, pero con el anhelo de retornar. Todo lo contrario, a lo que recientemente dijo Donald Trump sin fundamento alguno de los migrantes venezolanos: «En Venezuela y otros países, los crímenes han bajado entre un 50% y un 80% porque se han deshecho de toda su gente mala». Eso es ignorar que uno de los mayores problemas de Venezuela son la violencia y el crimen.
De todos los mensajes positivos que María Corina y Edmundo González difunden en esta batalla sin tregua por que Venezuela recupere la senda democrática, el de la hoja de ruta del regreso de la diáspora es un motor que mantiene viva la llama de la oposición. Apenas hay familias que no tengan uno o más seres queridos trabajando a destajo en el extranjero y ayudándolos. El gobierno de Maduro no tiene nada bueno que ofrecer, pues es el causante de esta hemorragia humana.
María Corina se refiere a la «tarea titánica» de resistir. Según la definición del diccionario, los titanes son personas de «excepcional fuerza». Eso es lo que define a la oposición dentro y fuera de Venezuela. Contra la esperanza, la desesperanza siempre pierde y el chavismo es la viva imagen del desaliento.
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