a experiencia personal provoca palpitaciones y sudor frío: en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv se montó un túnel de 20 metros que asemeja a las construcciones clandestinas que utiliza Hamas en Gaza para ocultar a los secuestrados judíos, esconderse durante la ofensiva israelí o contrabandear armas desde Egipto.
Por un instante se olvida que al final del recorrido el sol sigue brillando y que la libertad permanece intacta, en una jornada que se recuerda a los asesinados, violados, torturados y apresados hace un interminable año por la organización terrorista controlada por Irán.
El premier Benjamín Netanyahu ya dedica sus esfuerzos políticos para diseñar una ofensiva militar sobre Hamas, Hezbollah, la Jihad Islámica, los Hutíes e Irán, mientras las negociaciones con Hamás para obtener la libertad de los secuestrados -a través de Qatar y Egipto- han quedado en un segundo plano. Estados Unidos, con Joe Biden sufriendo síndrome de Pato Cojo, poco puede influir en la toma de decisiones del gobierno israelí.
En este escenario, la sociedad está fracturada. Todos recuerdan a los muertos y secuestrados, pero sólo una parte reclama la libertad de los rehenes. Netanyahu tiene imagen positiva y su actitud bélica lo blinda ante una exigencia que es doméstica y también internacional.
No hay un sólo país en el mundo que no reclame por la libertad de los rehenes y cuestione la estrategia de negociación que trazó Netanyahu para acordar una tregua efímera con un enemigo mortal que todavía ataca desde la Franja de Gaza.
La Plaza de los Rehenes replica el tono de otras plazas con tragedias parecidas que pusieron en jaque a la conciencia humana: la Plaza de Mayo en 1977 con las Madres reclamando por los desaparecidos, o Central Park el 11 de septiembre de 2001, tras el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas. Es un familiar pidiendo por el suyo, con esa mirada perdida y la esperanza intacta, aguardando un milagro que la razón ya ha descartado.
Se conoce que sucederá. A los 365 días como hoy, en los aniversarios redondos (cinco años, diez años, cincuenta años), habrá una vela encendida, una foto congelada en el tiempo, o un acto oficial. Y después será un tema de los familiares, amigos y esa cuota de sociedad consciente que no olvida ni perdona.
Esos chicos que fueron al Festival de Nova ya no están. Sus recuerdos serán conciencia colectiva, y el dolor de saber que un acto sistemático y deliberado causado por Hamas e Irán apagó la luz del siglo XXI, en la madrugada del 7 de octubre de 2023.
La guerra flota en el aire y sus indicios quiebra el aparente status quo. Aleluya sonaba en un piano desafinado cuando las sirenas empezaron a gritar. Podía caer un misil desde Gaza o El Líbano, lanzado por Hamas o Hezbollah. La plaza quedó desconcertada, y todos con paso rápido y apretando los dientes buscaron refugió en una impresionante biblioteca ubicada pocos metros.
La historia de la humanidad en un segundo: la protección de los libros versus la barbarie religiosa, repitiendo una secuencia que llega desde el fondo de los tiempos.
El misil era de Hamas, y su objetivo era el centro de Tel Aviv para matar a los miles de civiles que salieron a recordar la masacre del 7 de octubre. Impactó en Holón, a escasos kilómetros de la Plaza de los Rehenes.
Todavía no se conoce a qué hora sucederá, ni qué blancos fueron elegidos para atacar a Irán. Pero se asume que hoy Israel ordenará un raid aéreo contra el régimen de los ayatollahs. Una señal de poder militar ante una región convulsionada por un estado totalitario que pretende imponer su lógica religiosa.
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