A falta de pruebas confiables que certifiquen su efectividad contra la Covid-19, las gotas presentadas por Nicolás Maduro como “milagrosas” y cuya distribución ya autorizó, convocan al escepticismo. El laboratorio que las produce, desconocido, tuvo antes la persona jurídica de un importador de repuestos para carros. Quienes se presentan como autores de los supuestos estudios clínicos que respaldan al medicamento son socios comerciales y operadores políticos del oficialismo: uno, que se proclama escritor de ‘bestsellers’ en Amazon, llegó a estar preso bajo acusaciones de presuntos ilícitos en una subsidiaria de Pdvsa; el otro, propietario de empresas que llegaron a ser contratistas del Estado, tuvo una discoteca en Margarita.
Por ISAYÉN HERRERA // PATRICIA MARCANO | Armando. Info
A punto de cumplirse un año desde que la Covid-19 fuera declarada una pandemia, que hoy suma más de 25 millones de personas contagiadas y dos millones de fallecidas, laboratorios y científicos de todo el mundo siguen abocados a su estudio y a la manufactura de la vacuna. A la par de ese éxito de la biotecnología en tan corto tiempo, se ha iniciado una lucha sorda entre las naciones para obtener preeminencia en el acceso a la nueva ola de medicamentos que un puñado de empresas producen y distribuyen, todavía de manera insuficiente.
Los funcionarios del gobierno venezolano, a la zaga de los líderes globales inevitablemente, pues carecen del peso político o económico para inclinar esa lucha internacional en su favor o siquiera para hacer parte de ella, se dicen a la espera de opciones que ofrecen sus aliados: las prometidas diez millones de dosis de la vacuna rusa Sputnik V, o desarrollos alternativos desde Cuba e Irán. El acceso a vacunas de laboratorios occidentales, como AstraZeneca o Janssen (Johnson & Johnson), aparece bloqueado y no necesariamente por efecto de las sanciones financieras internacionales impuestas sobre el régimen de Caracas o de la batalla de colosos que se libra por su distribución: el impago de una deuda dejó al gobierno de Nicolás Maduro por fuera del mecanismo de distribución de vacunas de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), llamado Covax.
En medio de esa incertidumbre, hace una semana el propio Maduro quiso celebrar un anuncio: aseguró que cuenta con la piedra, o mejor dicho, la gota filosofal que acabaría con el coronavirus, descubierta y provista por un laboratorio local.
Sobre su escritorio, en la transmisión televisiva, el líder chavista tenía dos frascos y un delgado libro amarillo. “Ya hoy, habiéndose establecido la patente nacional e internacional, habiendo recibido el permiso sanitario oficial del país, puedo presentar la medicina que neutraliza el 100% del coronavirus: el Carvativir, mejor conocido como las goticas milagrosas de José Gregorio Hernández”, proclamó para Venezuela y el mundo. “Diez goticas debajo de la lengua, cada cuatro horas, y el milagro se hace. Es un poderoso antiviral, muy poderosos, que neutraliza el coronavirus”.
Neutraliza. Lo acaba. Maduro aseguró en esa alocución que el remedio al coronavirus fue creado por un grupo de venezolanos que aplicó estudios experimentales durante nueve meses en enfermos graves, incluso intubados, y que fue un experimento masivo que incluyó a “los pacientes que estaban en El Poliedro de Caracas, en el hospital de Coche”.
Luego de ese anuncio, con potencial de convertirlo tanto en héroe como en hazmerreír mundial, Maduro deslizó más misterio: “Creación de una mente brillante de Venezuela. Ya la conocerán en el futuro. Por ahora, lo estamos protegiendo, a los científicos y al científico principal, protegiéndolo en su creatividad”
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