Cuando la pandemia de coronavirus obligó, hacia finales de marzo, a los diferentes países del mundo a cerrar las fronteras, a imponer cuarentenas y a aplicar duras medidas para frenar la propagación, Juan Antonio Ballesteros se encontraba en la isla portuguesa de Madeira. Pero este marinero argentino, de 47 años, quería volver cuanto antes a su tierra natal para reunirse con su padre, que en breve cumpliría 90.
Con el tráfico aéreo suspendido a escala global a causa de la pandemia, la única manera de llegar a Argentina desde Portugal era cruzar el Atlántico, y eso es exactamente lo que hizo Ballesteros: subió a su velero de menos de nueve metros de eslora, lo cargó con provisiones –sobre todo conservas de atún, fruta y arroz–, y zarpó a mediados de marzo.
Probablemente no alcanzaría la costa argentina antes de que su padre cumpliese los 90 años, pero esperaba llegar al menos para el Día del Padre, que en Argentina se celebra el 21 de junio.
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Por recomendación de sus amigos, el marinero abrió una cuenta de Instagram en la que documentaría su viaje y compartiría algunas de sus aventuras e inquietudes durante la travesía.
Al llegar a su destino y reunirse con sus familiares, publicó en ella una foto celebrando haber cumplido su «misión». «La fe cruza océanos», indicó entonces.
Un largo viaje con dificultades y final feliz
Su solitaria singladura de 85 días por el océano Atlántico, de norte a sur, estuvo jalonada de experiencias intensas y situaciones adversas: durante un tramo del viaje llegó a pasar verdadero miedo, al percibir unas luces que le hicieron creer que un barco lo perseguía; al llegar al archipiélago de Cabo Verde las autoridades portuarias locales se negaron a dejarle atracar para abastecerse de alimento y combustible, obligándolo a cambiar de rumbo; más tarde, al llegar a la latitud de Brasil, una fuerte ola sacudió su barco y le obligó a pasar diez días en el puerto brasileño de Vitória, alargando su odisea y retrasando considerablemente su llegada a destino.
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El marinero experimentó además fuertes caídas de su estado de ánimo en ciertos momentos del viaje, así como periodos de ansiedad que complicaron su soledad en el océano.
Pero también vivió algunas situaciones gratificantes: por ejemplo, una manada de delfines nadó junto a su barco durante unos 3.000 kilómetros, ofreciéndole una compañía que agradeció mucho.
Cuando llegó por fin a Mar del Plata, el 17 de junio, le recibieron como a un héroe. Sin embargo, aún quedaba una etapa de esta aventura, marcada desde el inicio por la pandemia: efectivos de la Prefectura Naval Argentina le informaron que, por precaución sanitaria, tendría que permanecer otros 14 días a bordo del barco amarrado, a modo de cuarentena.
Ballesteros lo entendió inmediatamente y aceptó cumplir con todos los protocolos, especialmente para evitar cualquier riesgo de contagio a sus padres. Pero aquello complicaba poder reunirse con su familia en la fecha prevista.
Entonces intervino en la historia un amigo suyo, un empresario pesquero local que se ofreció a pagarle un test de coronavirus a través de un laboratorio privado, para que pudiera salir del barco y pisar tierra lo antes posible en caso de dar negativo. Y así fue. El 20 de junio, Ballesteros pudo coronar felizmente su aventura y reunirse por fin con su familia y celebrar, al día siguiente, el Día del Padre, tal y como se había propuesto casi tres meses antes.
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