Para tener memoria, el mundo creó la música. En el inicio de las civilizaciones, los principales conocimientos que se iban creando en las diferentes culturas se traspasaban de generación en generación a través de la tradición oral.
Por BBC
Y esta tradición oral dependía de la memoria.
«Antes de que las narrativas pudieran estar escritas o ser parte de un texto, fueron recitadas o cantadas», señala el profesor de psicología de la Universidad de Duke David C. Rubin en su libro «Memoria en la tradición oral».
Por eso textos como La Ilíada, la Odisea, los salmos y otras grandes épicas antiguas se transmitieron primero en forma de versos.
Luego la música ocupó este mismo espacio. Y ahora tal vez no escuchemos la epopeya de Eneas o el extenso viaje de regreso de Ulises a Ítaca en las voces de nuestros mayores, pero hay canciones que nos llevan a un lugar. A un aroma. A un momento. La canción favorita, la melodía que evoca.
Y sin que sepamos muy bien por qué, la música es una de las pocas armas que tienen los terapeutas para hacer frente al avance de mal de Alzhéimer, la forma más común de la demencia en los mayores.
Pero, ¿cómo es que la música tiene ese efecto en la memoria? ¿Por qué una de las últimas cosas que olvidamos son nuestras canciones favoritas?
«La música tiene la doble capacidad de crear recuerdos y recuperar recuerdos dentro del cerebro humano», le cuenta a la BBC Mundo Lucía Amoruso, neuróloga e investigadora de la Universidad de Buenos Aires que investiga aspectos del comportamiento y la música.
«Y cuando las personas sufren de demencia senil o de alzhéimer, en muchos casos la música es la única llave que les queda para abrir esos recuerdos», agrega.
Música maternal
Aunque existen muchas teorías, no hay una definitiva que explique cuándo la música apareció en la vida del ser humano.
De todas las hipótesis que se han elaborado -incluida la que señala que pudo haber tenido la intención de imitar el ‘canto’ de los animales-, hay una más llamativa: la que sugiere que fue el modo que encontraron las madres para calmar a su descendencia.
«En la prehistoria, las madres tenían que dejar a sus bebés a intervalos regulares para tener las manos libres para otras actividades, y usaban una forma temprana de hablar como bebés, o ‘modo maternal’, para tranquilizarlos», explica Dean Falk, antropóloga de la Universidad de Florida en su libro «Cómo los humanos lograron sus palabras».
La tonalidad, esa musicalidad con la que nos hablan especialmente nuestras madres cuando somos bebés, nos abren nuestros primeros canales en la memoria.
«Varios análisis han señalado que el cerebro de los bebés tiene una capacidad para responder a la melodía mucho antes de que se pueda establecer una comunicación mediante la palabra», señala Amoruso.
«La música, de alguna manera, en este caso nos sirve para crear nuestro primer vínculo social, que es con nuestros padres. Y después eso se replicará en nuestros otros vínculos sociales en el futuro y por supuesto, con la música», señala.
Entonces cuando crecemos, con esta programación a cuestas, cada vez que escuchamos una melodía ocurre un llamativo proceso en nuestro cerebro: en vez de activarse una zona o región, se activan varias.
«Lo primero que se produce en el cerebro cuando escuchamos música es que nuestro centro de placer se activa y libera dopamina, que es básicamente un neurotransmisor que nos hace felices», le explica a BBC Mundo Robert Zatorre, músico, psicólogo y fundador del laboratorio de investigación Brain, Music and Sound (cerebro, música y sonido), en Canadá.
Por lo general esas canciones que memorizamos se alojan en el lóbulo frontal, donde está ubicada nuestra «discoteca» mental.
«Sin embargo, aunque pareciera que simplemente la música nos da placer y la guardamos en nuestra memoria, lo cierto es que ocurren muchas cosas más en nuestra cabeza», señala Zatorre.
El cerebro, para empezar, compara la melodía que está escuchando con la que tiene grabada en la cabeza, lo que nos permite reconocer una canción simplemente con escuchar sus primeras notas.
«Y otro proceso que ocurre es que el cerebro debe separar la música del ruido exterior. Ese proceso también es bastante complejo, porque debemos poner en marcha varios procesos cognitivos», explica Zatorre.
Canciones favoritas
Pero, ¿qué pasa cuando una canción no solo nos transmite placer, sino también emociones -que pueden ser hasta de tristeza- y nos despiertan sentimientos?
Hace poco, con motivo del día mundial en lucha contra el mal de Alzhéimer, en BBC Mundo le preguntamos a nuestros lectores sobre las canciones que ellos pensaban nunca iban a olvidar.
Y aunque muchas de ellas estaban relacionadas con el amor, lo cierto es que la mayoría estaba determinada por un momento preciso de la vida: el nacimiento de un hijo, el primer viaje al exterior, la muerte de un amigo, la salida de la cárcel.
Desde la ciencia, esa correlación también se explica desde la conexión de las melodías con la memoria.
«Hay varios sistemas de memoria: la episódica, la temporal, la semántica, la de corto plazo, la de largo plazo», enumera Amoruso.
Así como una canción puede hacer parte de un momento concreto -un viaje inolvidable, el momento en que uno se enamora de alguien, un logro importante-, también el artista que interpreta la canción o la letra de la canción juegan un papel importante.
«Un viaje, un momento, hacen parte de la memoria episódica, pero resulta que la canción es interpretada por un artista que conocemos bien, del que sabemos sus rasgos, su historia… Entonces, también se activa la memoria semántica», señala la especialista.
«Para almacenarse en nuestro cerebro, la música se apoya en todos estos sistemas de memoria», agrega.
«Tócala de nuevo, Sam»
Para Zatorre, además de este proceso, con la música también se da un fenómeno asociado a la repetición.
«¿Qué pasa cuando una canción nos gusta mucho? La repetimos», señala.
«Y no solo por un breve lapso. Por ejemplo, un tema que nos marcó cuando teníamos 15 años, podemos escucharlo muchas veces durante el resto de nuestras vidas. Eso termina grabado en nuestra memoria de una forma excepcional», explica Zatorre.
«Algo que no pasa de la misma manera con otras cosas que nos dan placer: comer nuestra comida favorita o visitar nuestro lugar favorito», añade.
Y aquí entra otro factor: la música no solo crea memorias y evoca emociones, sino que también condiciona nuestro comportamiento y nuestros recuerdos.
Uno de los principales estudios de Amoruso observó cómo a través de la música las personas podían anticipar el comportamiento de otras.
En su investigación «Tiempo de tango: experiencia y anticipación contextual durante observación de acción», la neuróloga señala que las personas estudiadas que habían escuchado un tango por muchos años -y lo habían bailado también- podían anticipar, por apenas milésimas de segundo, los errores que iban a cometer personas que nunca habían escuchado la famosa melodía argentina mientras lo bailaban por primera vez.
«Lo que muestran los resultados de este estudio es que las reacciones en el cerebro que permitían anticipar ese error se debían enteramente a la experiencia que tenía la persona que había escuchado y bailado tango por muchos años», explica.
Hasta el último suspiro
Hace poco se hizo viral un video de una anciana sentada en una silla, que después de que alguien le hiciera escuchar la famosa pieza de ballet «El lago de los cisnes», de Piotr Ilich Chaikovski, parece que se pone a bailar.
En su silla de ruedas, con los ojos cerrados como evocando una luz, ejecuta con sus manos los movimientos de ballet casi como si estuviera frente a un auditorio repleto.
Pero lo cierto es que estaba en un geriátrico. Su nombre era Marta González y sufría de alzhéimer (murió en 2019, poco después de grabar el video). Pero había estudiado ballet en Cuba y esos bellos movimientos del Lago de los Cisnes no los había olvidado a pesar del avance de la enfermedad.
Y se activaban al escuchar la música.
¿Cómo puede ocurrir esto, si uno de los lugares más afectados por el alzhéimer es el lóbulo frontal?
«Es algo que todavía no podemos responder de manera concluyente. Lo que sí podríamos afirmar es que la música es la llave de entrada a muchos recuerdos que se encuentran todavía alojados en nuestra memoria, a pesar de que suframos una enfermedad degenerativa», explica Amoruso.
Sin embargo, no cualquier música sirve para tratar a personas afectadas por la demencia senil o el alzhéimer.
«No se puede decir con certeza que la música sea lo último que olvidamos. Muchos pacientes con alzhéimer no reaccionan a los tratamientos con música», señala Zatorre.
Pero el especialista sí señala una diferencia: cuando la música del tratamiento es elegida por el paciente, cuando es él o ella quien escoge las canciones, es cuando se registran los mejores resultados.
«El vínculo con la música y la memoria tiene un alto grado emocional. Muchos de estos pacientes acceden a esos recuerdos gracias a la música. De hecho, es a veces el último recurso para acceder a esos recuerdos», anota Amoruso.
Tanto para Zatorre como para Amoruso la música también ha sido un elemento fundamental para lidiar con el confinamiento. Y tal vez sea la manera como recordemos este 2020 y el contexto de la pandemia del coronavirus.
«Muchos de los pacientes que he atendido me han confesado que ni el sexo, ni la comida, ni el licor han sido de gran ayuda para lidiar con el encierro y las circunstancias a las que nos ha llevado a vivir la pandemia», señala Zatorre.
«La mayoría indica que la música ha sido su mejor aliado. Que esa ha sido una forma de soportar lo que está ocurriendo. Y estoy seguro que muchos recuerdos se han creado a partir de esa combinación», concluye.
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