Cuando Enrique Mora, director político en el Servicio de Acción Exterior de la UE, y Javier Niño Pérez, responsable de la casa para América Latina, aterrizaron en Caracas la semana pasada entendieron muy rápido que su misión iba a ser más que complicada. No es que partieran con muchas esperanzas, porque todo intercambio con el régimen de Nicolás Maduro es una pesadilla logística, lingüística, política y filosófica, pero cuando las autoridades locales les obligaron a hacer una PCR para entrar en el país y les dijeron -falsamente- que el resultado era positivo, quedó claro que los siguientes cinco días iban a ser algo parecido a una tortura.
Durante su estancia los diplomáticos se vieron con decenas de personas, casi todas parte de la oposición, la sociedad civil y la Iglesia. Y se reunieron con el candidato a la farsa electoral Jorge Rodríguez, su interlocutor desde el verano y hermano de la vicepresidenta del régimen Delcy Rodríguez, y con Héctor Rodríguez, el gobernador chavista de Miranda.
Maduro quiere celebrar elecciones a la Asamblea Nacional el próximo 6 de diciembre y la UE le ha dicho por activa y por pasiva que si mantiene la fecha, contra la opinión de toda la oposición, no reconocerá los resultados ni a la institución saliente. No es posible organizar unas elecciones justas, limpias y transparentes con ese margen de tiempo, y por eso alto representante para la Política Exterior, Josep Borrell, movió ficha.
Tratar con un régimen como el de Maduro implica trucos, jugarretas, retrasos. Los enviados querían verse con el titular de Interior y el de Exteriores, el canciller de la dictadura Arreaza, pero les dijeron que por su positivo en COVID solo podrían tener un cara a cara con quienes ya han superado la enfermedad. Eso sí, durante la reunión, Maduro, como en una película de espías de serie B, llamó para saludar y dejar clara la jerarquía.
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