Estudiar en una comunidad indígena implica resiliencia. En Caroní, el período escolar 2020-2021 reinició entre dificultades, pero con un marcado esfuerzo de las oenegés y los mismos estudiantes para mantener vivo el proceso educativo durante la alarma sanitaria por la pandemia de COVID-19, aunque la calidad de la educación no está completa.
Por Laura Clisánchez – Correo del Caroní
Gregory Díaz aprendió a leer a sus 13 años, y aprender a escribir fluido le causó más de un dolor de cabeza. Hoy es uno de los mayores apoyos de sus compañeros de clase cuando las maestras no pueden asistir a la comunidad indígena de Cambalache, en Puerto Ordaz, por falta de transporte público, y lo hace con empeño. “Sí uno quiere, uno puede, la cosa es proponérselo”, le dijo a su tía Carmen Díaz.
En la Unidad Educativa Nacional Nabaida, los niños más grandes son el apoyo de los más pequeños. Deben serlo porque la mayoría de sus padres no son alfabetizados y la escuela ha estado casi paralizada durante la cuarentena. El proceso educativo se ha forjado con esfuerzo y todavía falta camino por recorrer.
Cuando comenzaron las clases a distancia en una comunidad donde no hay acceso a internet y hay poca cobertura, los niños que aún estaban interesados en estudiar acudían por grupos a las casas de las únicas cuatro personas que tienen teléfonos inteligentes.
Como Carmen Díaz, trabajadora del comedor del colegio, enfermera empírica y a veces hasta maestra. A la casa de Carmen acudían algunos niños para hacer sus tareas en el tiempo de paralización, porque tiene un teléfono inteligente con datos móviles que le regaló su hija.
Su sobrino Gregory es quien más la ayuda como escribiente: copia en las libretas y ayuda a redactar las actas. “A veces me provoca regalarle el teléfono a él, porque con internet fue que aprendió muchas cosas, es muy inteligente”, dijo orgullosa.
Los niños pueden pasar hasta dos meses sin el Programa de Alimentación Escolar (PAE), y cuando eso sucede, la asistencia a clases se reduce significativamente. Cuando las clases iniciaron nuevamente el 15 de enero de 2021, al salón acudieron solo 10 de 196 niños. Carmen supone que es porque el servicio de comida no es regular, “eso los desanima porque con hambre, ¿quién estudia? Pero aun así hay niños que quieren estudiar, que se apoyan entre sí con lo que saben”.
La directora de la escuela, Karen Esqueche, explicó que los maestros pueden ir con cada vez menos frecuencia por falta de transporte público, sin embargo, asegura que una de las maestras vive cerca de la comunidad, y es quien se encarga de colgar la cartelera con los contenidos que los niños deben trabajar con sus familias durante la semana.
Reforzar conocimientos
Como parte del plan de respuesta humanitaria 2020, los niños de Cambalache también recibieron el apoyo de la Asociación para el Desarrollo de la Educación Integral y Comunitaria (Aseinc). Una organización implementadora de Unicef que contribuye con el fortalecimiento de los procesos educativos a través de la entrega de kits escolares, alimentos y actividades pedagógicas y didácticas para niños que están fuera del sistema escolar, o niños sin atención educativa.
“Nos vemos en la escuela”, el programa de Aseinc llegó a Cambalache en un momento de parálisis educativa. Por eso, con tres facilitadores, entre junio y diciembre de 2020 a los niños se les reforzó las cuatro operaciones matemáticas básicas, la lectura y escritura 15 horas a la semana en sus casas o en las instalaciones de la escuela.
Además, el equipo entregó bolsas de alimentos en cuatro ocasiones a las familias del sector. “Nosotros no estamos trabajando de la mano de la escuela, damos apoyo es a los niños, les damos incentivos para volver a la escuela. Los niños se sintieron motivados con la atención que se les dio”, explicó Yusmilis Medina, coordinadora de Aseinc en el estado Bolívar.
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