Desde que los jóvenes cursan sus estudios de bachillerato, buscan poder ejercer una carrera que les apasione y con la cual puedan llegar a tener una vida económica estable, planteándola casi como un ideal. La realidad es que para los estudiantes venezolanos que apenas descubren su vocación, esto no es suficiente para cumplir con un sentimiento que se vuelve utópico, pues sea cual sea la carrera que quisiesen desenvolver, existirán trabas de diversas índoles: por el país, por la situación económica o por cualquier otra razón que hace pensar a los padres en otras alternativas para que sus hijos puedan continuar con su educación.
La nueva generación de jóvenes graduandos de bachiller es el futuro del país que se está convirtiendo en la más afectada por los aspectos económico, político y social.
Partiendo del dilema económico del país, uno de los principales problemas existentes al momento de tomar una decisión en cuanto a cuál carrera elegirá el bachiller, es el costo que puede llegar a tener la carrera a optar por el mismo.
Tomando en cuenta que si el joven desea iniciar una carrera brindada por universidades tanto públicas como privadas, deberá tener en cuenta que, para calificar a una pública, el proceso es previo a su graduación con una prueba que ofrece la Oficina de Planificación del Sector Universitario (OPSU), en la cual evalúan cuál es la vocación del estudiante en tres distintas opciones y luego les son ofertadas las oportunidades de ingresar a un listado para optar por un cupo en la universidad pública de su preferencia. Sin embargo, muchas quejas se han registrado significativamente desde el 2015 hasta el presente año, siendo éste en el que el organismo no ha informado con claridad las causas de su disfunción ni la fecha en la que volverá a estar operativa.
Esto le lleva al estudiante a pensar que la alternativa para salir de esta problemática sea inscribirse en una universidad privada, medida poco considerable cuando el sueldo mínimo de sus padres llega a ser de 40 mil bolívares y la matrícula inicial de las casas de estudios más económicas del país oscilan los 250 mil bolívares.
Si no trabajan, no estudian
Entre las alternativas propuestas para lidiar con el aspecto económico, existen programas como el que ofrece el Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (INCE) y que según la subdirectora del liceo José Ángel Álamo, Arianny Laya, ha solventado la falta de identidad vocacional en los estudiantes.
«Muchos (estudiantes) ya están trabajando particularmente en algunos sitios porque necesitan la colaboración hacia sus padres que económicamente no tienen cómo sustentarse. Hay una que trabaja en la parte de la radio, como recepcionista; hay otros que están trabajando en el INCE, en la parte administrativa, hay unos que han ido a bancos», expresó para El Universal.
En el aula de 5to año de esta institución, de aproximadamente 50 alumnos, entre 10 y 15 alumnos están trabajando para poder pagar sus estudios y colaborar con la carga económica del hogar, según señaló.
«Nosotros trabajamos conjuntamente con ciertos ministerios, entonces nosotros hacemos la solicitud. Tenemos la data, tenemos al inspeccionista de orientación, la trabajadora social, y la asesora legal«, expresó.
«Muchos desean emigrar, ¿pero cómo?»
De los estudiantes que cursan en el liceo José Ángel Álamo, «hay muchos que quisieran» irse del país, «pero no pueden»; así lo dio a conocer la subdirectora. «Ellos pueden decir ‘me quiero ir del país’, pero si no tienes los recursos para irte, ¿cómo te vas a ir? Hay otros que ni se quieren ir pero se les da la oportunidad por medio de los padres o porque las compañías los quieren llevar, entonces se les hace fácil», añadió.
Dentro de esta situación, juega un papel muy importante la opinión de los padres al exigir un esfuerzo riguroso en el rendimiento académico de sus hijos; es entonces cuando se crea una expectativa para el ingreso en una universidad pública de alta exigencia, como lo es en el caso de la familia de Diana Fagúndez, una estudiante recién egresada del Instituto Universitario del Centro con tan solo 16 años y con un promedio de 19,20 que le hizo figurar como la mejor estudiante de su promoción.
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«Si no entrara en la Universidad Central de Venezuela, que para mis padres es la mejor aquí, supuestamente me irán a enviar fuera del país, ya sea Colombia o Portugal», dijo, explicando que no cuenta con ningún familiar o persona cercana que la reciba en estas tierras. «El único problema vendría siendo todos los trámites legales para que yo pueda salir siendo menor de edad y poder estudiar afuera; todo eso es el único inconveniente porque entonces tardaría demasiado para poder ingresar a la universidad», agregó.
Ahondó en su situación para poder ingresar a la Universidad Central de Venezuela (UCV), dando a conocer que se le ha hecho imposible acceder a la página web de la OPSU y así poder optar por la carrera de medicina.
«Estaba presentando el examen de la OPSU pero debido a problemas con la página no pude ingresar y también el registro en línea para entrar a la Universidad Central de Venezuela, en la facultad de Medicina», dijo a El Universal.
«La OPSU tiene problemas, entonces no me permite finalizar todo el trámite para poder ingresar». Al acudir a sus oficinas, «me dijeron que esperara hasta la semana que viene para que pudiera ingresar y que se finalizara todo el trámite», acotó.
Universidades económicas, no tan económicas
La Universidad Católica Santa Rosa, por ejemplo, una de las casas privadas de estudios más económicas del país, requiere de una inversión que supera los 200.000 bolívares para cursar el primer trimestre. Teniendo en cuenta este hecho, Fagúndez dijo que, en su aula de clases, “de cuarenta (40) alumnos, cinco (5) nada más pueden costear esa universidad”.
“La mayoría (de mis compañeros) se quiere ir pero no tiene cómo. No tiene cómo empezar la universidad afuera. Pero los que se quedan aquí, entonces sí, sí quieren (continuar estudiando). La mayoría se quiere ir pero hay algunos que sí se quieren quedar, pero son muy pocos los que se quieren quedar estudiando aquí. Y hay otros que no quieren empezar la universidad, simplemente bachilleres y ya”.
Algunos de sus compañeros aseguraron que “han trabajado y trabajan aún” para poder pagar sus estudios en el liceo. Según dio a conocer, uno de éstos, quien no quiso ser identificado, trabaja en un call center y otro en una charcutería, pudiendo así cumplir con la mensualidad del instituto, la cual corresponde a 65.000 bolívares, aclarando que igualmente el precio no se mantiene, debido a la situación económica álgida que afronta el país.
¿Estudiar o comer?
Por otra parte, existe un desinterés de siquiera descubrir una carrera que desempeñar, ya que en la familias venezolanas existen otras prioridades. Así lo expresó el estudiante egresado del liceo San Martín de Porres, Wilder Rojas, de 18 años de edad, al asegurar que tiene deseos de estudiar, pero que no puede porque falta en su mesa al menos una de sus tres comidas del día.
«Me gradué hace como un año y pico, y he estado buscando universidades o algún instituto para seguir estudiando pero no he podido porque no tengo el dinero» para ingresar, señaló, explicando que sólo cuenta con el apoyo de su madre, ya que su padre se desentendió de él desde que tenía siete (7) años.
«Claro que quiero estudiar, ¿pero cómo? Si en mi casa a veces no tenemos ni para comer tres veces al día, o comemos lo mismo todo el día», dijo.
Según explicó a El Universal, ha estado trabajado desde antes de graduarse de bachiller para poder apoyar a su madre y a su hermano menor. «Ahorita no estoy trabajando porque hubo recorte de personal, sin decirnos por qué», indicó, señalando que estuvo trabajando en una tienda de calzado aproximadamente por cuatro (4) meses.
«Antes de eso, trabajé en una tienda de helados como por (2) meses. Y también en una carnicería por tres (3), cuatro (4) meses, no recuerdo bien, pero no fue mucho tampoco», contó.
Rojas, de 18 años, aseguró que se le ha complicado mucho seguir con sus estudios debido a que ha estado trabajando y cuando no, cuidando a su hermano pequeño de once (11) años.
Por otra parte, señaló que lo que más aspira es poder emigrar de Venezuela para emprender un nuevo camino y poder “surgir”, de manera que pueda ayudar a su familia y pueda «vivir bien».
«Conozco a muchos amigos e incluso algunos familiares que se han ido y han tenido problemas los primeros meses, pero después van mejorando. Si tengo la oportunidad de irme con alguno de ellos, lo hago; ya ellos están bien allá y creo que yo también puedo. Es lo que más quiero para poder ayudar a mi mamá, mi hermano y bueno… para vivir bien«, afirmó.
La situación venezolana actual ha afectado a todos significativamente; sin embargo, los estudiantes, el futuro del país, es uno de los sectores que más se ha visto ofuscado por la grave crisis, puesto que no solo se truncan sus posibilidades de surgir profesionalmente, y educarse, de seguir adelante con sus proyectos y sus metas, sino que además, han sido forzados indirectamente a trabajar y a crecer vertiginosamente y adoptar una adultez prematura que les privó de sus diversiones, de sus energías y de su juventud.
Con información de El universal