En uno de los comentarios expuestos en el documental “CAP en dos tiempos”, Moisés Naim se quejaba amargamente de las actitudes del empresariado venezolano cuando, en ocasión de las reformas aperturistas de la época, los hombres de negocio hablaban en público de compartir los fines del gobierno democrático de promover el libre mercado, el fin de los subsidios y la competencia pero en privado, al oído del ministro, daban argumentos sobre lo “estratégico” de la propia industria y se pedía protección arancelaria para las mismas. Al final, buena parte de los ataques a la democracia provinieron del poder económico que no soportaba la negativa de CAP, perfectamente coherente, de no recaer en el proteccionismo.
Por Julio Castellanos
Ahora bien, la larga oscurana de la Venezuela militarista y fascista auspiciada por Hugo Chávez y su halo destructivo continuado por Nicolás Maduro, que condujo al cierre del 80% de los establecimientos industriales, debió habernos enseñado que el “Capitalismo de Estado” (como le dicen los Comunistas) o el “Intervencionismo Económico” (como le dicen los liberales) no da resultados positivos.
Hoy los socialdemócratas debemos insistir, con el orgullo de sabernos en el camino correcto, en aquellas reformas previstas en el “Gran Viraje” planteado por el compañero Carlos Andrés Pérez. Aunque sigan existiendo en el ambiente los mismos argumentos proteccionistas, a saber: “no estamos listos para competir”, “hay que dar tiempo a la reconversión industrial”, “sin agua y sin luz, no podemos equipararnos” y se dice, demostrando una abrumadora vocación de manipulación “no pedimos protección sino igualdad de condiciones”.
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Debe decirse que solo la competencia entre distintos actores económicos, el flujo continuo de bienes, servicios y de capitales (nacionales y extranjeros), la configuración de precios en base a la interacción de oferta y demanda es lo que permite a las sociedades contemporáneas ofrecer productos de calidad al mejor costo para los consumidores. El proteccionismo fue lo que condujo a Hugo Chávez a sacarnos de la Comunidad Andina y a no incorporar a la legislación nacional el acervo normativo del Mercosur (lo cual nos ocasionó nuestra suspensión de ese mecanismo de integración).
Este presente de escasez, inflación y estancamiento económico es la consecuencia directa del proteccionismo y más cucharadas de la misma sopa serían inaceptables, bien lo pidan los supuestos “liberales” de Maria Corina Machado, los nostálgicos Perezjimenistas, los trasnochados comunistas, militares con más charreteras que guerras o empresarios nacionales porque, en realidad, solo estarían solicitando un contexto de captación de rentas “provisional” (que perdurará eternamente) a costa de los ya paupérrimos salarios del grueso de los consumidores.
El destino económico de la Venezuela del futuro está ligado a nuestra efectiva incorporación a la economía global, eso implica además de oportunidades, también retos y desafíos. Ciertamente, nuestra industria nacional debe actualizarse pero al igual que una persona no puede, después de nacida, volver al útero de su madre para protegerse de los riesgos de la vida, no hay retorno posible al idealismo de la autarquía. Estas recomendaciones no deben tomarse por una apología al “dejar hacer, dejar pasar”, al contrario, se trata de asumir la modernización de la política económica que exige un Estado que abandone los primitivos controles, genere incentivos a la inversión, confianza y transparencia en los trámites públicos. No es un Estado mínimo, es un Estado de Bienestar, socialmente responsable y económicamente viable.
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El libre mercado, el libre flujo del comercio internacional, conforme a la restitución de nuestro rol en la Comunidad Andina, al Mercosur y otros mecanismos de integración económica, no es incompatible con el fortalecimiento de políticas públicas que promuevan y faciliten la adquisición de bienes de capital, financiamiento industrial, adquisición de materias primas y tácticos estímulos fiscales pero, si algo necesitan los sufridos venezolanos, es competencia en el mercado, que existan múltiples oferentes de productos y que sea el consumidor quien decida en última instancia que empresas crecen y cuales mueren.
Con información de La Patilla