Una serie de crímenes fueron el impulso para crear el programa social que hoy es su bandera. En el año 2009, mientras trabajaba como docente en el sur de Venezuela, Luisa Pernalete, fue testigo de cómo en apenas seis meses, tres alumnos, el esposo de una maestra y la madre de un niño murieron en diferentes hechos de violencia.
Por Adriana Núñez Rabascall / VOA
A partir de ese momento, advirtió a sus colegas de la zona: “lo que estamos haciendo no es suficiente. Hay que hacer algo más”.
Desde hace 20 años, Pernalete es parte de Fe y Alegría, la red de escuelas gratuitas más importante del país.
Fue justamente la preocupación por lo que ocurría alrededor de los colegios lo que la llevó a diseñar el proyecto “Madres promotoras de paz”, que busca disminuir la violencia en los barrios humildes y que se imparte en 21 ciudades de Venezuela.
“En las comunidades más pobres, la escuela, hoy por hoy, es la única institución que queda en pie, porque todo se ha desintegrado”, alerta.
En el país con la tasa de homicidios más alta del continente, -con un total de 60 por cada 100.000 habitantes, según datos de la organización internacional Insight Crime-, Pernalete puso el foco en el hogar.
“Lo que queremos es que la madre aprenda a controlar sus emociones. Que deje de ser violenta en su casa, y segundo, que pueda cooperar en la escuela y la comunidad”, explica.
Frente a un grupo de ocho mujeres que aspiran a convertirse en “Madres promotoras de paz”, esta maestra saca de su bolsa lentes gigantes, pelucas, y cintillos para, -a través de la risa y la reflexión-, generar empatía entre quienes la escuchan y dar las herramientas para disminuir los niveles de agresividad y ansiedad, en medio de la crisis socioeconómica que vive la nación.
“Un país como el nuestro, donde la violencia nos ha dado tan duro, la polarización política nos ha pegado tan fuerte, donde por todo nos insultamos y estamos a la defensiva, necesitamos reconstruir el tejido social. Ha crecido la violencia intrafamiliar, porque los padres no pueden con la carga emocional de lo que significa no tener cómo darle de comer a los hijos”, lamenta.
Su labor de educadora ha salido de las aulas, pues advierte, que entre uno y dos niños por salón tienen a padres viviendo fuera del país.
“Estando en Venezuela ser maestra es ser mamá y madrina. Tenemos niños que están sufriendo mucho en sus casas. La maestra tiene que pensar siempre en esa circunstancia que tiene el niño en ese entorno”, dice.
Narra cómo algunos no pueden ocuparse solos de sus tareas escolares, de leer o de escribir, debido a los problemas que genera el complejo contexto de emergencia humanitaria en Venezuela. Su rol, -asegura sin dudarlo-, es vital.
“La diferencia entre un niño que tenga futuro y uno que no tenga futuro, es uno que tenga una buena maestra”, dice resuelta.
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