Arminda es empleada doméstica y vive en Petare, uno de los barrios más grandes y peligrosos del mundo, ubicado en la periferia de Caracas. Desde que se inició el confinamiento obligatorio, el pasado 16 de marzo, no volvió a su puesto de trabajo en una vivienda de una zona acomodada del este de la ciudad. Tiene muchos años trabajando con la misma familia y ellos, sus empleadores, continúan pagándole el sueldo para darle apoyo, pues saben que de lo contrario le sería muy difícil subsistir en medio de la coyuntura. Pero no todos corren con la misma suerte.
Carolina Alcalde | Luisiana Solano| La Voz de América
Relata que “nunca” tiene agua y que, a pesar de las medidas de cuarentena, ha debido hacer largas filas para conseguir gas doméstico.
“Todo está carísimo”, agrega preocupada, a la vez que cuenta que la caja de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), sistema de distribución de alimentos del gobierno en disputa, la recibió por última vez el 28 de abril, pero que no le llegaba desde el 10 de marzo.
“La caja trajo un kilo de arroz, un kilo de lentejas, un kilo de azúcar, medio kilo de leche en polvo, dos kilos de harina de maíz, un litro de aceite y cuatro kilos de pasta. Eso dura como 15 días, más o menos, pero nunca se sabe cuándo vienen y no a todos les llega igual”, afirma Arminda.
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