Una sociedad londinense solía reunirse para deliberar sobre la estética del crimen. De eso habla Thomas de Quincey en su libro “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”. ¿Qué habrían dicho los miembros de este distinguido club sobre el caso del general que devolvió a Hugo Chávez al poder en 2002, ahora enterrado en La Tumba? Un muerto en vida. ¿Y qué pensarían de esa escena en la que el hijo del militar -Josnars Adolfo Baduel- es interrogado (semidesnudo) por un funcionario y los ojos casi se le salen de órbita porque sabe que le espera la cámara de tortura? Un joven cuyo honor ha sido asesinado. Este gremio es benévolo con los victimarios, pero implacable cuando se transgreden las normas del buen gusto.
Por Gloria M. Bastidas / La Gran Aldea
El inglés Thomas de Quincey (1785-1859) escribió un libro fascinante: “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”. Es un texto que rescata la cara estética del crimen. De Quincey hace alarde de un humor a toda prueba en esta obra. Humor negro, sobra decir. El autor plantea que hay hechos que son indefendibles desde el punto de vista moral, aunque pueden estar dotados de gran mérito si se les juzga según los patrones del buen gusto. En la primera parte del ensayo, en un apartado que titula “Advertencia de un hombre morbosamente virtuoso”, señala: “En Brighton, si no me equivoco, se estableció una Sociedad para la Supresión de la Virtud. La sociedad fue abolida. Lamento decir que en Londres existe otra de carácter aún más atroz. En vista de sus tendencias mejor sería el nombre Sociedad para la Promoción del Asesinato, pero aplicándose un delicado eufemismo se llama Sociedad de Conocedores del Asesinato. Sus miembros se declaran curiosos de todo lo relativo al homicidio, amateurs y dilettanti de las diversas modalidades de la matanza, aficionados al asesinato en una palabra. Cada vez que en los anales de la policía de Europa aparece un nuevo crimen, sus miembros se reúnen para criticarlo como harían con un cuadro, una estatua u otra obra de arte”.
Recordé las reflexiones de Thomas de Quincey luego de que la “Operación Gedeón” discurriera ante nuestros ojos en mayo pasado. El artesanal complot que supuestamente perseguía desalojar del poder a Nicolás Maduro me ha llevado a pensar qué opinión tendría la Sociedad de Conocedores del Asesinato de la incursión marítima. Quizás ni siquiera deliberaría sobre el desembarco tropical en sí mismo. Las evidentes e imperdonables fallas estéticas que enlodan el caso serían suficientes para desecharlo como objeto de estudio. No se trata de un crimen perfecto que merezca pasar al acervo criminalístico. No nos encontramos ante un soplo de belleza que obligaría a uno de los connotados miembros del gremio a preparar una conferencia para luego presentarla ante el comité, mientras sus pares toman té y mastican trocitos de galleta. Pero alto. Hay un detalle que seguramente llamaría la atención del club. Dentro de la trama que comienza con el Gobierno y termina con Jordan Goudreau hay matices. Uno de ellos es el que encarna el hijo del general Raúl Isaías Baduel, probablemente la pieza más inocente de cuantas conforman el tinglado de la “Operación Gedeón”.
El factor rareza juega un papel importante de cara al portafolio de expedientes que podría interesar al extravagante gremio inventado por Thomas de Quincey. ¿Qué hacía Josnars Adolfo Baduel en las costas de Chuao? Esa sería una incógnita que probablemente activaría los sesos de quienes conforman la nómina de la Sociedad de Conocedores del Asesinato. Lo que a primera vista llamaría su atención, dado que su consigna es la combinación de crimen con arte, sería la falta de sutileza con la que el poder exhibió al joven insurrecto. Pero, ¿podemos hablar de crimen en el caso del hijo del general Baduel? Sí, se trata de un crimen que bien podría ser evaluado por el grupo de amateurs y dilettanti. Porque no solo se mata con balas, también se mata cuando se mutila el honor. De esto saben mucho los caballeros ingleses. Se percibe, al ver el video que fue colgado en Twitter después de su captura, que el reo está coaccionado. Humillado.
Los ojos moros casi se salen de órbita. Esos ojazos amarillos hablan más que su propia voz. Esa voz que tiembla. Está sin camisa: Un símbolo de vulnerabilidad. La mascarilla cuelga de un lado. Lo que falta es que el funcionario que lo interpela muestre el cable de electricidad con el que será torturado más adelante. Ah, la sociedad, también aplicando un delicado eufemismo, preferiría usar la palabra funcionario en vez de la palabra verdugo. Y desde luego que consideraría esa escena como un atentado contra la elegancia. El club habla de la belleza en estado puro. No importa si la belleza va unida al rigor mortis. Pero no puede haber belleza donde vemos a un hombre sufriendo. A punto de pisar el cadalso. Porque también hablamos de cadalso cuando hablamos del trato cruel.
II
Seguramente la Sociedad de Conocedores del Asesinato repararía en que el insurrecto, cuya dignidad ha sido ajusticiada, es hijo de un general que no es cualquiera: Se trata del oficial que en abril de 2002 supo manejar los hilos que permitieron devolver a Hugo Chávez al poder. Tal vez era un crimen devolverlo, por lo que ocurrió después: La devastación total de un país. Esa sería, sin embargo, una diatriba aparte en la que el gremio de aficionados al asesinato no estaría dispuesto a caer. Este selecto grupo no es dado a conjeturar sobre lo que habría ocurrido si la historia hubiese doblado por una esquina y no por otra. Lo que es seguro es que el gremio londinense no habría pasado por alto que Raúl Isaías Baduel tuvo una destacada carrera militar. Y que se convirtió en un líder que por serlo pasó a ser un peligroso rival para el Comandante. Los narcisos no admiten contendores.
Raúl Isaías Baduel, para que se tenga claro, fue tal vez el hombre más poderoso de Venezuela aquel abril de 2002. Fue el hombre que trazó la estrategia para que el 80% de las unidades militares que se habían plegado a la idea de regresar a Chávez al poder lograran su objetivo. El más antiguo de quienes estaban acantonados en Maracay -el epicentro de la resistencia- no era Baduel, sino Julio García Montoya. Este último era, nominalmente, el jefe. El de más charreteras. ¿Quién lo recuerda hoy? En cambio, el nombre de Raúl Isaías Baduel es el que sobresale cuando se habla de la “Operación Restitución de la Dignidad Nacional”, el nombre que se le dio al plan para recuperar el tejido constitucional, subvertido tras los decretos emitidos por Pedro Carmona Estanga.
Pese a que no figurará en los libros de historia como el presidente encargado (el interinato recayó en la figura del vicepresidente de la República), podríamos afirmar que por la vía de los hechos Baduel se desempeñó como el verdadero comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Ejerció el liderazgo de un estamento castrense en el que coexistían distintas facciones. Era un momento en extremo delicado. Y lo hizo bien, si por bien entendemos que Baduel supo mover las piezas. Actuó bajo el influjo de dos estrategas. Uno de ellos, Sun Tzu: “Los que son expertos en el arte de la guerra someten al enemigo sin combate”. Y el otro, Lao Tse: “El mejor militar no es marcial; el mejor luchador no es agresivo”. Este modo de conducir las cosas encaja de manera perfecta con los ideales estéticos de la Sociedad de Conocedores del Asesinato. ¿Hubo muertos en abril de 2002? Sí. ¿Hubo pistoleros? También. Pero en medio de ese paisaje, los miembros del gremio convendrían en admitir que Baduel se ajustó a la máxima propugnada por los caballeros londinenses: La estética también cuenta.
Y he aquí el fondo del asunto. La belleza que el general Baduel (y el cuerpo de militares: Tampoco es un superhéroe) logró producir después de momentos de tanta tensión fue captada de inmediato por un espécimen que ya es polvo cósmico, y que estaba dotado de una sensibilidad particular para olfatear quién tenía potencial para disputarle el puesto a quien ejerciera el monopolio del poder. Esta especie de cazatalentos, que luego puede mandar a sus escogidos, según su conveniencia, a la guillotina, se llama Fidel Castro. Qué altura de miras.
El 14 de abril del 2002, a las siete de la mañana, poco tiempo después de que Hugo Chávez regresara al poder, el fundador de la dinastía cubana, en conversación telefónica, le dijo al recién resucitado líder venezolano que la actuación del general Baduel había sido muy “inteligente”, y que había aplicado la táctica de no moverse. Tanto Castro como su delfín Chávez lanzaron loas a Baduel. También al general Julio García Montoya. La conversación entre Castro y Chávez solo se divulgó el 28 de marzo de 2014. La versión del diálogo fue publicada en un suplemento del Granma denominado Tabloide Especial. ¿Por qué justo en esta fecha? Lo veremos más adelante.
Es claro que el cazatalentos le puso el ojo a Baduel desde el mismo momento en que se percató de que el general podía convertirse en un competidor del líder de la revolución venezolana. “Ellos son muy inteligentes, de los más brillantes amigos, y hombres de aplomo… Y ahora, bueno, han despuntado como líderes militares y políticos también con esa acción”, le comenta Chávez al patriarca Castro. La oda de Chávez a sus compañeros de armas debe haber azuzado la suspicacia del zorro viejo que lo escuchaba. Castro y Baduel también habían hablado por teléfono en medio de los sucesos de abril de 2002. Aún más: Deben haberse conocido tres años antes. Baduel acompañó al recién electo presidente venezolano en su viaje a Cuba a principios de 1999. Desconozco si esta fue la única visita que hizo Baduel a la Isla o si hizo varias. En todo caso, me atrevo a comentar un episodio que me narró alguien cercano al gobierno chavista. La escena ocurre en la Isla. Un alto jerarca del régimen cubano -¿un encumbrado militar?- le muestra a Baduel un diamante. El mensaje que quiere transmitirle es que también puede disfrutar de grandes prebendas si se pliega de manera incondicional a la revolución que se gesta en Venezuela. Baduel se siente incómodo. Está desconcertado: Un diamante. Lo más suntuoso que quepa imaginar en un país que iza las banderas del socialismo.
III
Baduel alcanzó distintos cargos en el organigrama militar, pese a que el cazatalentos sabía que constituía un obstáculo para el proyecto de dominación que se urdía. Lo dejaron ser. Así, del cargo de secretario privado de la presidencia, que ejerció desde el 10 de diciembre de 1998 hasta julio de 1999, pasó a ocupar una de las plazas más codiciadas por militar alguno: El comando de la 42 Brigada de Paracaidistas de Maracay. Esta es una unidad clave del Ejército, con un altísimo poder de fuego y de combate. Retrocedamos: Estos datos del currículo de Baduel indican que va a Cuba como un hombre de suma confianza de un Hugo Chávez recién ungido por los votos. Es precisamente al regreso de este viaje, en el vuelo La Habana-Maiquetía, cuando Gabriel García Márquez entrevista al Comandante y este le confiesa que Baduel también había estado involucrado en la conspiración del 4 de febrero de 1992. La vinculación de Baduel con el plan para defenestrar a Carlos Andrés Pérez se mantuvo en secreto hasta que el Gabo publicó su crónica sobre Chávez.
No perdamos el hilo: El padre de Josnars Adolfo Baduel ha demostrado sobriedad como militar y se ha caracterizado por ser un buen estratega. Dejemos para un futuro debate si violó su juramento al formar parte de la logia que impulsó la intentona golpista del 4F. Sigamos con su hoja de vida. Lo dejaron ser. A Baduel le permitieron coronar el Everest, quizás porque todavía Chávez no tenía el control absoluto de las Fuerzas Armadas. Unas Fuerzas Armadas que solían enviar a parte de sus oficiales a formarse en lo que era la Escuela de las Américas. Baduel, precisamente, forma parte de ese grupo que hizo su curso de Estado Mayor en Fort Benning, Georgia, Estados Unidos, en la década de los ‘90.
El devoto de Sun Tzu y Lao Tse siguió escalando. En enero de 2004 es nombrado comandante general del Ejército. Aquí irrumpe un elemento capital: El propio Baduel ha comentado que en junio de 2005 Castro le pidió a Chávez que lo destituyera. El cazatalentos pasaba a ejercer una presión más directa. Ese junio de 2005, Castro y Chávez pasaron cinco días en la casa ejecutiva número 101 del complejo de viviendas de Guaraguao. Cinco días entre mar y Maquiavelo. La reseña de la visita de Castro puede leerse en la página web de la Embajada de Cuba bajo el título “La escapadita que se dio Fidel en Anzoátegui”.
Pero no. No lo destituyeron. Un año más tarde, en junio de 2006, lo ascendieron al grado de general en jefe y lo designaron ministro de la Defensa. Permaneció en este cargo hasta julio de 2007, cuando pasó a retiro. El discurso que dio para despedirse marcó un hito. “En el orden político, nuestro modelo de socialismo debe ser profundamente democrático, debe dilucidar, de una vez por todas, que un régimen de producción socialista no es incompatible con un sistema político profundamente democrático, con contrapesos y división de poderes. En este aspecto, considero que sí deberíamos apartarnos de la ortodoxia marxista que considera que la democracia con división de poderes es solamente un instrumento de dominación burguesa”, dijo el ya casi jubilado Baduel.
Cuando terminó el acto, Chávez le susurró algo al oído. Más o menos una frase como esta: “Ahora podrás disfrutar de tus ganados y tus latifundios”. El discurso generó un escándalo. Era evidente que Baduel cortaba con su antiguo compañero de armas y compadre (Chávez era el padrino de su hija menor). Y más que romper con su compañero de armas, rompía con el proyecto de demolición de la República que se fraguaba.
El 5 de noviembre de 2007, Baduel se pronunció públicamente en contra de la reforma constitucional que promovía Chávez. La reforma que le permitiría introducir la figura de la reelección indefinida para perpetuarse en el poder. La reforma que atentaba contra la propiedad privada. La reforma que pretendía dinamitar los cimientos de la democracia. La reforma que Chávez, interesante coincidencia, solo se atrevió a colocar sobre la mesa una vez que Baduel había pasado a retiro. “De aprobarse, se estaría consumando un golpe de Estado”, advirtió Baduel.
No solo eso. El primero de diciembre de ese año, un día antes de que se celebrara el referendo para consultar a los venezolanos si estaban de acuerdo con la propuesta de Chávez, The New York Times publicó un artículo firmado por Baduel en el que el general llama a votar por el NO. Señaló que Chávez persigue establecer un modelo socialista en el que el Estado controlará a todos los ciudadanos. El dos de diciembre, Chávez recibió su primera derrota electoral. El 2D, aunque por una diferencia pequeña de votos (116. 868, según el CNE), se convirtió en una fecha ícono para la oposición. Y aquí entra otro factor que debe haber desencajado al cazatalentos: Baduel todavía ejercía gran influencia en las Fuerzas Armadas y manejaba información privilegiada sobre la correlación de votos. La sala situacional del ministerio de la Defensa era un hervidero. Es de suponer que Baduel movió sus fichas. La presión militar, aunada a la de los partidos políticos y la sociedad civil, obligaron al chavismo a aceptar el triunfo del NO.
IV
Desde luego que Baduel llevaba bajo el brazo un proyecto político. Comenzó a recorrer el país. Habló de convocar una Asamblea Constituyente. Escribió un libro, que aparece catalogado en la Librería del Congreso de Estados Unidos: “Mi solución. Venezuela, crisis y salvación” (2008). Esta vez no lo dejaron ser, para gran regocijo del cazatalentos. Había que neutralizarlo. En abril de 2009 fue detenido por la entonces Dirección de Inteligencia Militar (DIM). En marzo de 2010 lo condenaron a casi ocho años de cárcel. Lo acusaron de la apropiación indebida de 30 millones de bolívares y de 3,9 millones de dólares. En mayo de ese año, declaró a la agencia de noticias Reuters desde la cárcel militar de Ramo Verde: “Nunca estuve inscrito en el proyecto personalista de Chávez”.
Baduel fue excarcelado bajo la figura de libertad condicional en agosto de 2015. Le prohibieron declarar a los medios y se le impuso un régimen de presentación ante los tribunales. Chávez murió en marzo de 2013. Y esto encaja con lo de la fecha de publicación del Tabloide. Ya para el momento en que el suplemento es publicado, Nicolás Maduro está al mando. Hay fuertes protestas en Venezuela. Quizás el cazatalentos quiere mandarle un mensaje al sucesor de Chávez: “Cuídate de este”. Quien hace esta elucubración es Heinz Dieterich en uno de sus artículos. El sociólogo es cercano a Baduel. Esta vez, sin embargo, lo dejaron ser por un breve lapso. ¡Qué peso el del general en medio de una tiranía!
Fue detenido nuevamente en enero de 2017 y recluido en Ramo Verde. El 3 de marzo de ese mismo año expiraba su condena. Pero le sumaron nuevos cargos. Los que suelen fabricar los regímenes de talante revolucionario: Conspiración y traición a la patria. En agosto de 2017 lo trasladaron a la sede del Sebin, en Plaza Venezuela. Para esta prisión no se han acuñado delicados eufemismos: La apodan La Tumba. Está cuatro sótanos por debajo del nivel de la calle. Es una caverna diseñada para la tortura blanca: La que no deja huellas en el cuerpo sino en la mente. Allí no se sabe cuándo es de día o cuándo de noche. Todo es pulcro. Baduel se hallaba recluido en esta mazmorra cuando recibió una noticia: Nicolás Maduro emitió un decreto mediante el cual 13 oficiales fueron degradados y destituidos de las Fuerzas Armadas. Él es uno de ellos. Hablamos de febrero de 2018.
El general fue trasladado en junio de 2019 de La Tumba a una cárcel de máxima seguridad ubicada en Fuerte Tiuna. Desde febrero pasado, estaría otra vez en la caverna. Hace cinco meses que su familia no lo ve. Los señores que violan los más elementales códigos de la Sociedad de Conocedores del Asesinato (recordemos aquella imagen en la que aparece Baduel con una larga barba que, en sí misma, no es reprochable, pero que, dado que va adherida a la cara de un militar de su linaje, constituye una afrenta) también la han emprendido contra la prole del general. El 21 de marzo de 2014 su hijo Raúl Emilio Baduel fue detenido mientras participaba en una protesta pacífica. Lo acusaron de instigación pública a delinquir, intimidación pública y agavillamiento. Lo condenaron a ocho años de prisión. Estuvo recluido en cárceles creadas para presos comunes. Lo liberaron en junio de 2018 bajo medidas cautelares.
Y ahora está preso Josnars Adolfo Baduel por su presunta participación en la “Operación Gedeón”. Digo presunta porque los honorables miembros del club londinense al menos se permitirían dudar de la versión oficial. Tomemos en cuenta que en las discusiones que suelen darse en el seno de esta organización, el más mínimo elemento que no cuadre puede ser razón suficiente para suscitar un agitado debate. Pero partamos de la base de que, en efecto, el hijo del general participó en la incursión marítima. ¿Por qué lo hizo? Si nos entregáramos a la fantasía, diríamos que se inspiró en la invasión que protagonizaron nuestros ancestros en 1929 para defenestrar a Juan Vicente Gómez: La aventura del “Falke”, que resultó un fracaso, pero que transmite un ideal romántico que ha quedado sembrado en nuestra memoria colectiva. Pero esto puede sonar un poco forzado. A lo mejor se embarcó en este viaje cuyo puerto final fueron las costas de Chuao simple y llanamente porque anhela rescatar a su padre. Porque no puede soportar que aquel militar que hace años se lanzaba en paracaídas hoy esté enterrado vivo en La Tumba.
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