El pasado 5 de enero se vivió en Caracas uno de los episodios más grotescos de la tiranía madurista, cuando a partir de la militarización del Palacio Legislativo se restringió el acceso impidiendo que varios diputados electos entraran a la sesión de instalación, incluyendo nada menos que al presidente Juan Guaidó. Ya los diputados democráticos, que son mayoría desde 2015, habían soportado un acoso en las instalaciones del hotel donde se hospedaban, el cual había sido allanado esa madrugada por fuerzas del régimen con el fin de amedrentarlos.
José Ignacio Guédez Yépez | La Razón
Pero pudo más la dignidad y al final del día 100 diputados (de 167) lograron hacer quórum reglamentario para ratificar en la presidencia de la Asamblea Nacional y del país a Juan Gerardo Guaidó, dando comienzo así al periodo legislativo de 2020. Dos días después se repitió el episodio, pero esta vez los diputados lograron romper el cerco militar y paramilitar y accedieron al hemiciclo para sesionar ya dentro del Palacio, sede del poder legislativo. Diputados, periodistas y diplomáticos fueron agredidos brutalmente esos dos días por los esbirros del un régimen despótico que no descansa en cercenar cualquier vestigio de democracia para perpetuar su mando tiránico con el fin de seguir saqueando a Venezuela y oprimiendo al pueblo.
La militarización de la sede del Parlamento y el intento de imponer por la fuerza una directiva no votada reglamentariamente, es el quinto Golpe de Estado perpetrado por Maduro. Su propia ascensión al poder fue un golpe, toda vez que había usurpado la presidencia al ejercerla indefinidamente durante la enfermedad y desaparición de Chávez sin que se hubiera decretado la falta absoluta debida y además porque no podía ser candidato presidencial ocupando el cargo de vicepresidente ejecutivo. Esto sin contar el fraude electoral en sí mismo.
El segundo Golpe se dio cuando la unidad democrática ganó la elección parlamentaria obteniendo dos tercios de los curules, lo que motivó a la asamblea saliente a nombrar de forma inconstitucional y fuera del periodo correspondiente a magistrados del Tribunal Supremo que luego bloquearon a la nueva Asamblea legítima, comenzando por la suspensión arbitraria de dos diputados indígenas y la posterior declaratoria de “desacato”.
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El tercer Golpe se dio cuando se criminalizó el referéndum revocatorio previsto en la constitución, impidiendo por la fuerza y desconociendo la recolección de firmas ciudadanas e ilegalizando al partido político MUD artífice de la victoria electoral parlamentaria.
Luego, el cuarto Golpe fue en 2017 cuando se impuso a sangre y fuego (con la mayor represión política conocida hasta el momento) una supuesta Asamblea Nacional Constituyente de forma ilegítima y anticonstitucional, la cual en la práctica es la derogación permanente de la constitución y el sometimiento de los poderes públicos a la voluntad de un partido político.
Detrás de cada uno de esos golpes reseñados, se esconden historias de muertes, heridos, presos, perseguidos y exiliados, que se han ido acumulándose hasta conformar la mayor tragedia política de la Región en las últimas décadas. Pero también se esconde una historia de resistencia democrática como pocas, ya que ninguno de esos golpes ha evitado que hoy un pueblo y su dirigencia siga en pie pidiendo democracia y luchando por su libertad.
Esta vez no lograron impedir que Juan Guaidó se ratificara al frente del Parlamento para seguir ejerciendo como presidente encargado ante el vacío de poder dejado por el vencimiento del periodo presidencial. Ni todo su acoso, extorsión, persecución y soborno logró romper la mayoría parlamentaria que sigue firme exigiendo elecciones presidenciales libres, que es la única solución posible en Venezuela.
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