Desde que poco antes de morir Hugo Chávez Frías designara a Nicolás Maduro Moros como su sucesor en el poder, en lugar de a Diosdado Cabello Rondón, arrancó la guerra silenciosa entre ellos dos. Parecía una decisión extraña la del líder de la revolución. Lo lógico era escoger al que también había sido militar, al que había participado en el intento de golpe de Estado el 4 de febrero de 1992, al que había compartido tiempo en prisión por esa rebelión, al que había sido sumiso.
Por Sebastiana Barráez | Infobae
Pero Chávez le anunció al país la elección que había tomado, previa consulta con Fidel Castro Ruz, el hombre que controló sus decisiones, e incluso su vida, por lo menos en los últimos años, basado en un criterio: lealtad. ¿Pero acaso Diosdado no garantizaba lealtad? Quizá la pregunta más apropiada sería: ¿A quién o a qué garantizaba Maduro una lealtad que Cabello no? No al moribundo presidente venezolano, porque no había duda que ambos superaban fácilmente esa prueba. Lo único que Maduro garantizaba, a diferencia del teniente del 4F, era la lealtad a Cuba, a su revolución, a los Castro.
No era un secreto en la Revolución Bolivariana que Diosdado no era un soldado incondicional de los cubanos. Más allá de lo que aún pregona, no aseguraba ser un fiel subalterno del castrismo. Maduro, por el contrario, había sido entrenado en Cuba, más bien ideologizado. Fidel no tuvo dudas a la hora de escoger.
Diosdado supuso que con el tiempo le llegaría su hora en el trono. Aquellos que lo consideraban el sucesor en el poder, incluso desde antes que Chávez hubiese muerto, contaban con que su llegada era cuestión de tiempo. El único obstáculo era Chávez, pero una vez que éste enfermó el camino estaba libre, aunque la decisión de los Castro y Chávez le truncó esa posibilidad, por lo menos de manera inmediata.
Pero aún así, el teniente sospechaba que la permanencia de Maduro en el poder sería corta, porque no controlaba el importante bastión que representa la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), campo en el que Cabello sí tenía espacio ganado, además los febreristas, con bastante peso en el Gobierno, ocupaban un importante espacio en cargos determinantes, aunado a que varios funcionarios militares y civiles respondían al poder de Diosdado, entre ellos el entonces coronel Manuel Barroso, presidente de Cadivi, organismo encargado del control de las divisas. También su hermano, José David Cabello, al frente del SENIAT.
Maduro, quien había sostenido una larga relación amorosa con Cilia Flores, abogada y con un lugar importante en el campo político, se apoya en ella, la convierte en su esposa y su aliada. Ella es realmente la clave del poder de Maduro. Cilia de inmediato fija sus ojos en el poder judicial: es evidente su injerencia en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y en algunos nombramientos militares.
La pareja consigue otras alianzas que a la larga han sido claves para su permanencia en el poder: los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, el nombramiento de la almirante Carmen Meléndez. En el aspecto militar resultó decisivo el nombramiento del general Vladimir Padrino López, que le ha permitido a Maduro mantener el control de la Fuerza Armada. No ha avanzando mayormente porque siendo el comandante en jefe no ha logrado ganar gran simpatía en la institución castrense.
Solo queda uno
Diosdado, por su parte, a diferencia de otras sombras que se han cernido sobre Maduro, se mantiene compartiendo el poder, con ciertas crisis entre ellos. A los demás que trataron de mantener sus cuotas en el Gobierno, los logró separar, algunos con costos no muy bajos, como ocurrió con el ex presidente de Petróleos de Venezuela (Pdvsa) Rafael Ramírez. A otros, como el caso del ex ministro y mayor general Miguel Rodríguez Torres lo mantiene en prisión, con lo que significa tener a un alto oficial y a uno de los febreristas en desgracia.
Apartó sin mucho ruido al ex ministro Elías Jaua, quien a diferencia de Ramírez y Rodríguez Torres prefirió no enfrentarlo abiertamente, pero es un problema que mina su poder, porque tiene un espacio importante en sectores de izquierda, gente de las comunas y movimientos como el Frente Francisco de Miranda.
Maduro finalmente hizo una alianza con Tareck El Aissami, un hombre de cuidado para él, pero que representaba su más importante pieza para frenar a Diosdado. Cuando lo nombró Vicepresidente, la idea fue que le arrebatara el control del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN) que para Cabello ha sido uno de sus pilares de poder; por eso mantiene ahí a uno de sus más fieles incondicionales, al general González López.
El Aissami no pudo cumplir la tarea. Maduro le quita la vicepresidencia para designar en ella a Delcy Rodríguez. Él se queda casi a la deriva con un cargo instrascendente. En este nuevo momento álgido en la relación con Diosdado, Maduro decide nombrarlo en la Comisión Especial de PDVSA, no sin antes dejar en entredicho al general Manuel Quevedo, un hombre incondicional del presidente de la Asamblea Constituyente, en cuanto a la eficiencia e incluso el manejo limpio de la estatal petrolera.
Tareck aprendió la lección y esta vez está dispuesto a cumplir la orden, sea cual fuere, que Maduro le haya dado con relación a Diosdado. A ellos responde la actuación contra varias navieras e incluso la detención de algunos funcionarios de Pdvsa.
La anterior crisis entre Maduro y Diosdado ocurrió cuando, luego de la muerte del concejal Fernando Albán, al estrellarse su cuerpo contra el pavimento desde el piso 10 del Sebin, Maduro destituye al general Gustavo González López; ocurrió el incidente con la caravana presidencial, pero finalmente vino la aparente reconciliación luego de lo sucedido el 30 de Abril cuando el jefe del SEBIN, el general Manuel Ricardo Cristopher Figuera huye del país luego de liberar a Leopoldo López y comprometer a más de un centenar de militares y comandos del Servicio de Inteligencia.
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