La historia de la Federación Internacional de Fe y Alegría, una red de organizaciones en 22 países que se dedica a la educación de los más pobres, que muchas veces se caen del mapa de la escolaridad obligatoria en la infancia o no pueden seguir estudiando por razones económicas, comenzó en Venezuela durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, en 1955, cuando la desigualdad social era extrema, y ahora vuelve a cobrar fuerzas en Venezuela, que atraviesa una crisis humanitaria con una pobreza del 51% y una inseguridad alimentaria que afecta al 80% de los hogares.
El sentido de esta organización jesuita se destacará en la reunión “Escuelas que cambian el mundo”, que se realizará en Miami el 6 de marzo. Allí se contará la historia del padre José María Vélaz, quien dijo haber descubierto, más que fundado, esta red que «comienza donde termina el asfalto, donde no gotea el agua potable, donde la ciudad pierde su nombre”, como decía el sacerdote.
Había llegado a Venezuela desde España, donde su madre había regresado con sus cinco hijos tras enviudar en Chile, el país donde nació Vélaz. Él quería ir a misionar a China, pero también tenía una fuerte vocación educativa y le gustó la idea de ir al Colegio San Ignacio de Caracas. Estuvo en Mérida y en San Javier del Valle hasta que, en 1954, regresó a Caracas a la Universidad Católica Andrés Bello.
Los domingos solía llevar a los estudiantes a Catia a repartir alimentos y ropa y catequizar, y en esas excursiones comenzó a pensar en una red de escuelas que les diera, al menos a los niños de esos barrios paupérrimos, como Gato Negro, la oportunidad de salir de la miseria. Pero no había edificios ni maestros. Mientras buscaba recursos para comenzar, celebró la primera comunión de los niños en la casa que un albañil, Abraham Reyes, y su esposa, María Patricia, habían construido durante ocho años para ellos y sus hijos. Reyes la prestó para la ceremonia y al final, cuando el sacerdote contó su proyecto, le dijo: “Padre, si usted pone los maestros yo le regalo este salón”.
Allí, el 5 de marzo de 1955, se puso un cartel: “Escuela – Se admiten niños”. Las niñas estaban excluidas pero, como no lo entendieron, las familias las llevaron igual. Así la sala abrió con un centenar de niños y niñas sentados sobre ladrillos de cemento.
Las primeras maestras fueron dos jóvenes del barrio, “que apenas tenían sexto grado”, recordó Antonio Pérez-Esclarín en un perfil de Vélaz. “No había para pagarles, pero a ellas no les importaba demasiado”.
Muchos imitaron los gestos de Reyes y las maestras, donando lo que podían; Fe y Alegría comenzó a organizar una rifa anual que durante mucho tiempo fue la fuente principal de ingresos de la fundación. Sólo en 1971 la organización educativa jesuita recibió su primer subsidio estatal.
Las clases comenzaron a multiplicarse “debajo de una mata, en ranchos alquilados, en escuelas que crecieron sobre precipicios y quebradas, en basureros, en cumbres de cerros, en los lugares inhóspitos que nadie ambicionaba”, recordó una biografía oficial del jesuita al cumplirse los 50 años del emprendimiento, que hoy tiene 15 más y se ha extendido a lugares tan distantes como Chad, República Democrática del Congo, Madagascar, Italia y España. Y, sobre todo, creó una base fuerte en América Latina: en 1964 se expandió a Ecuador; luego llegó a Panamá en 1965, a Perú y a Bolivia en 1966, a El Salvador en 1968, a Colombia en 1971, a Nicaragua en 1974, a Guatemala en 1976, a Brasil en 1980, a República Dominicana en 1991, a Paraguay en 1992, a Argentina en 1996, a Honduras en 2000, a Uruguay en 2004, a Chile en 2005, a Haití en 2006.
Fe y Alegría cuenta con más de 1.600 centros en el mundo, que han servido a un millón y medio de participantes en diferentes programas que gestionan 40.000 colaboradores. Entre ellos se cuentan los que hablarán en la mañana del 8 de marzo en Miami: Carlos Fritzen (coordinador general de la federación), Daniel Villanueva (vicepresidente ejecutivo de Fundación Entreculturas y miembro de la junta directiva de Fe y Alegría), Nate Radonski (director ejecutivo de Magis Americas) y las autoridades locales de distintos países de Fe y Alegría: Manuel Aristorena (Venezuela), Emilio Travieso (Haití), Miguel Molina (Honduras) y Sabrina Burgos (Colombia, donde se halla la sede central de la red).
Si bien en los primeros tiempos la fundación se centró en escuelas primarias, actualmente los programas alcanzan a los adolescentes y adultos, tanto para que accedan al mundo laboral como para que encarnen un liderazgo participativo y promuevan la disminución de la violencia. En España también se brinda servicios a inmigrantes. En todos los continentes donde opera, se vincula la tecnología con la calidad educativa.
Hoy la red consiste en centros educativos y de promoción social, con una fórmula que combina educación pública y administración privada. “Siendo la educación un bien público y un derecho humano, y Fe y Alegría una organización privada es por ello se siente corresponsable con los Estados para extender la educación universal, gratuita, abierta, sin limitaciones de tipo económico, racial, religioso o de cualquier naturaleza, en igualdad de oportunidades, en especial para los que más la necesitan”, estableció la fundación.
Por eso mismo la presencia de la red en Venezuela, con la crisis humanitaria que atraviesa el país bajo Nicolás Maduro, recobró importancia: trabaja con más de 243.000 personas, entre niños, jóvenes y adultos, en 454 puntos en pueblos y ciudades del país. Además de la educación, tiene programas de protección integral de las comunidades, que incluyen, entre otros elementos: “Seguridad alimentaria en los centros educativos; atención psicosocial de estudiantes y docentes; desarrollo de capacidades de resiliencia; trabajo comunitario de educación ciudadana que genere actitudes favorables al diálogo”.
En cuanto a su objetivo original, ofrece educación de calidad en 174 escuelas (iniciales, primarias, secundarias y de formación, además de especializadas en discapacidades, educación intercultural y educación bilingüe), 80 centros de capacitación laboral con 658 cursos sobre agro, comercio, industria y artes; 23 emisoras de radio para educación a distancia de jóvenes y adultos, cinco institutos universitarios (en Maracaibo, Barquisimeto, Guanarito, Catia y Petare) y un centro de formación e investigación pedagógica para crear modelos educativos populares.
Entre los otros países latinoamericanos con situaciones críticas en los que opera Fe y Alegría, en Haití atiende a casi 5.000 estudiantes en una red de 17 centros que colaboran con el Ministerio de Educación y se ocupan desde educación formal hasta promoción social, pasando por formación técnica.
En Guatemala, sus 52 centros educativos atienden a casi 16.000 estudiantes en localidades urbanas marginadas por la violencia y la pobreza. En Honduras llega a más de 10.000 participantes con sus programas de educación formal y promoción social; en Nicaragua, a 55.000 en 22 centros educativos repartidos en seis departamentos; en El Salvador, a 20.000 en también 22 centros escolares y de educación técnica.
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