«Un país petrolero y no hay gas, no hay gasolina, no hay nada. Éramos ricos, Venezuela era rica», se queja Kira Pimentel mientras agrega un poco de aceite al fuego que está armando en el patio de su casa para cocinar.
Son varios meses repitiendo la misma rutina, casi todos los días. «Es como vivir en la Edad de Piedra», agrega la mujer de cabello rojizo con canas y ojos grandes.
Kira, de 61 años, vive en Maracay, estado de Aragua, en la región central de Venezuela, a unas dos horas de Caracas en auto, unos 120 kilómetros.
Allí, como en el resto del país, inclusive Caracas, el suministro de gas es irregular o inexistente y el precio de una bombona en el mercado negro es impagable para la mayoría.
Esto ha hecho que muchas personas tengan que cocinar a leña, un producto que se ha vuelto a comercializar.
Es una muestra del deterioro del sector energético de un país que fue potencia petrolera, que es el octavo en reservas de gas natural y donde también hay carencia de gasolina desde hace meses.
«Es un atraso, hay que estar llevando candela (soportando el calor del fuego), humo en los ojos. Eso pega en la nariz y hace daño, vivíamos acostumbrados a hacer rápido la comida en nuestra cocina (con gas). Ahora no, eso cambió», dice a BBC Mundo Kira, ansiosa por volver a esa antigua normalidad que no se avizora.
«Tiempo atrás hacíamos sancochos (hervido con vegetales y carne) en leña porque nos gustaba su sabor».
Eso era solo por placer, no por fallas en el suministro de gas como ahora.
Maracay no sólo tiene un problema con el gas doméstico. La gasolina tampoco se consigue, los cortes eléctricos son casi a diario y duran horas, y el acceso a internet es limitado.
Aragua forma parte del disminuido cinturón industrial del centro de Venezuela, además de ser un productor agropecuario.
Hace unos diez años existían 1.500 empresas, pero para finales de 2019 había menos de 300 funcionando, según la cámara industrial estadal.
Para llegar a fin de mes, en noviembre Kira y su hermana Rosalba se dedicaron a vender hallacas, el plato navideño típico de Venezuela: cada una la vendían a US$2, que equivale prácticamente al sueldo mensual que cada una gana como técnico de radiología en un hospital de la ciudad.
La casa de las hermanas es una de varias que se han ido construyendo en una gigantesca parcela donde hace muchos años comenzaron a vivir sus abuelos.
Entre árboles frutales y alguna que otra mesita de hierro, Kira arma el fuego.
Para evitar una humareda, esta vez compró leña «de la buena» que complementa con ramas y cartones de huevos que va tirando a la candela.
El plan es colocar sobre el fuego el ollón para cocinar la hallaca, esta especie de tamal envuelto en hoja de plátano.
Pero el cielo comienza a oscurecerse.
«¡Dios mío no, que no llueva!», implora Kira con una carcajada nerviosa, consciente de que el diluvio es una realidad.
No quiere atrasarse en la producción, y comprar una bombona de gas para su cocina en el mercado negro es un lujo (poco rentable) que no se pueden dar: lo que ganan ayuda a mantener a la numerosa familia Pimentel.
Y con las primeras gotas arranca otra corredera: proteger el fuego con el deseo de que la llovizna sea pasajera. Si no, toca apagar la leña para que no se consuma y poder usarla luego, como finalmente ocurre.
Es un trajín que esconde cualquier achaque que los 61 y 58 años de las hermanas Pimentel puedan reflejar.
Unos niños las observan con los ojos muy abiertos, registrando cada detalle de una crisis que existe desde que nacieron.
Afortunadamente este día sí hay electricidad y se puede preparar un café en una arrocera que ahora usan de cafetera ante la falta de gas. En la cocina, una moderna estufa a gas permanece apagada.
Mientras cae la noche, las voces ruidosas de la familia se mezclan con carcajadas que alivian las penas de la crisis.
«¡Qué agotamiento tan grande!»
Venezuela fue una de las grandes potencias petroleras del mundo; sin embargo, desde hace meses se ha visto sacudida por escasez de gasolina y gas doméstico.
El presidente, Nicolás Maduro, lo atañe a las sanciones impuestas por Estados Unidos. La oposición culpa a la corrupción e ineficiencia de los últimos 20 años de gobierno y al deterioro de la petrolera estatal PDVSA.
Maracay es una ciudad cercana a Caracas pero quedó fuera de la burbuja que protege a la capital.
La gasolina tiene semanas que no llega a los surtidores de las estaciones de servicio. El fin de semana que fui a Maracay encontré largas filas de autos en cada esquina a la espera de colocar combustible.
Muchos de esos conductores llevaban allí desde la madrugada o incluso desde hace días bajo un calor inclemente.
Aquella noche en la casa de las Pimentel estaba Cristina, una mujer de 64 años que vive al lado y que venía de perder 14 horas en fila para surtir combustible. Sin éxito.
«¡Qué agotamiento tan grande! (…) Desde la madrugada haciendo cola y nada, no pude echar, es un desgaste de dos días», se queja.
«Aquí no hay una gota de gasolina desde hace 15 días», expresa un mecánico que nos escucha hablar y que recientemente comenzó también a usar una cocina a diesel porque «eso sí se consigue».
Cristina, que vive de alquilar habitaciones, supo de un contacto que le ofrece el litro de gasolina por US$1, el doble del valor en las gasolineras de precio internacional (hay otras a precios subsidiados que tampoco se consigue).
Desesperada, lo considera, pero «el contacto» está lejos de su casa, y la mujer no quiere arriesgar la última gota que le queda por el temor a que algo salga mal y se quede a medio camino.
Misión leña
Kira hizo un enorme sacrificio y logró comprar una bombona de gas en el mercado negro a US$10.
«Solo para casos de suma urgencia», aclara. Las hallacas, por lo tanto, seguían cocinándose a leña.
Los troncos de madera los comercializa un hombre que los busca en ríos y quebradas, y que se los lleva hasta casa.
Los últimos los compró por US$5 dólares y le duraron unos seis días. Los pagó con el equivalente en comida, pues no tenía el dinero ni en bolívares ni en divisas.
«Yo creo que ni un dólar gano ya, eso no me alcanza para nada», se queja Kira.
A finales de octubre del año pasado el general Oviedo Delgado, máxima autoridad militar en el estado Táchira (en los Andes, oeste del país), propuso el «plan leña», un plan social para dotar de madera a la población y evitar la tala de árboles en parques nacionales.
«No es volver a la prehistoria», dijo el oficial en una rueda de prensa. «Por eso vamos a cortar los árboles que están en las represas y con los compañeros políticos vamos a repartir leña a las personas, hay que buscar soluciones».
Ingeniería popular
La casa de Kira es además un ejemplo de la ingeniería popular.
Unos ladrillos y unas resistencias viejas hacen las veces de cocina eléctrica.
Una antigua sandwichera también fue adaptada como cocina eléctrica y también está la arrocera que ahora sirve para hacer el café.
«Esto nos ha sacado las patas del barro», dice Rosalba usando un refrán popular. «Pero cuando se va la luz, no hay nada que hacer», agrega.
«Ayer se fue la luz desde las seis y media de la tarde hasta las diez de la noche. A veces nos las quitan en la mañanita».
Al día siguiente toca armar el fogón nuevamente pero más temprano. En estas fechas, el aguacero vespertino siempre puede sorprender. Esta vez, sin embargo, están preparadas.
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