Kharim Rincón sostiene un plato con lo que podría ser la hamburguesa más alta de la historia.
“Le ponemos lechuga, jitomate, chuleta de cerdo ahumada y pechuga de pollo, tocino, jamón, queso, palitos de papa y nuestras salsas”, dijo Rincón, “y esta será mi cena”.
Pero antes de intentar decirlo, saca su teléfono para grabar unos segundos de video para las redes sociales.
“Estoy tratando de hacer algo de contenido para atraer a más personas”, dijo.
Rincón siempre está apurado, incluso cuando el negocio está lento, como sucedió esa noche.
Él y su esposa abrieron su primer Rica Arepa en 2017. Incluyendo el patio climatizado, el restaurante tiene capacidad para 47 personas en Hermosa, un vecindario del lado norte donde se han establecido muchos venezolanos.
“Normalmente, a esta hora del día, estamos llenos”, dijo Rincón. “Pero no hay ni un solo cliente aquí [hoy]”.
Con clientes o sin ellos, tiene gastos, empezando por la nómina.
“Tengo tres personas trabajando en la cocina y dos en la recepción, y pagamos por hora”, comentó Rincón, señalando a su equipo esa noche. “Así que, cada minuto cuenta aquí en este negocio. Así es la situación actual”.
La situación es que el presidente Donald Trump amenaza con deportar a los inmigrantes en masa, lo que hace que muchos de ellos tengan miedo de comer fuera, y rescindir la protección contra la deportación para cientos de miles de venezolanos, incluidos Rincón y su esposa.
A eso de las 6:30 p.m., el negocio finalmente se recuperó.
En la cocina, un cocinero de 24 años llamado Roger sirvió un abundante guiso llamado sancocho.
Roger, que no reveló su apellido por miedo a ser objeto de deportación, es uno de las dos docenas de empleados de la cadena de restaurantes. Casi todos son venezolanos, incluido él.
Trabaja a tiempo completo y gana lo suficiente para alquilar una habitación, tener un auto y enviar dinero a sus familiares en su país de origen.
Rincón y su esposa, María Uzcátegui, han prometido hacer todo lo posible para proteger a los empleados si llegan agentes de inmigración.
Pero con el negocio en crisis y dos niños pequeños en casa, Rincón y Uzcátegui casi han llevado al límite sus tarjetas de crédito, dijo. Mientras Rincón va de un restaurante a otro, Uzcátegui está tratando de complementar sus ingresos como agente inmobiliario.
Mucha gente depende de ellos. Además de sus hijos, sus empleados y sus familias, la pareja ahora posee pequeñas propiedades en alquiler, que proporcionan viviendas a otras familias. Si sus negocios colapsan, el impacto se extenderá mucho más allá de sus cuatro paredes.
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