“Yo digo: ‘Dios mío, ¿mañana qué iré a cenar? ¿Me iré a desayunar?’”. Nicolasa Rodríguez, de 77 años, sobrevive con su pensión por vejez, sin que le alcance para la comida, menos para sus medicamentos.
“Necesito alimentarme, necesito comprar mi medicina”, dice esta mujer a la Voz de América, en su casa en Petare, el mayor complejo de barriadas de Venezuela.
Nicolasa trabajó hasta el año pasado como doméstica, su empleadora murió y se quedó sin empleo. Y a su edad ya es difícil encontrar trabajo.
Su historia es la de millones de ancianos en Venezuela, que hacen maromas para subsistir con una pensión de 126 bolívares mensuales, equivalente a unos 22 dólares al cambio actual.
El monto, actualizado tras un aumento de 1.700% decretado en marzo por el gobierno, es insuficiente solo para costear la canasta alimentaria, que ronda los casi 400 dólares, según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), cercano a la oposición.
Venezuela tiene unos cinco millones de pensionados, pero la inflación interanual, que se situó en 139%, según (OVF), desvanece sus ingresos.
“La vida de nosotros hoy en día es tan difícil, tan triste, que me quedo asombrada”, dice la mujer de completo cabello blanco, al comparar con sus años de juventud.
En un viaje al pasado, “yo viví una vida bonita (…) yo me alimentaba, yo trabajaba, mis hijos se vestían, les daba lo que a mí me daba la gana y ganaba cinco bolívares en aquel tiempo, cinco bolívares”.
Y en el presente… “dos dólares no me alcanzan para comprar una harina pan (…) estamos viviendo hambre, necesidad”, lamenta.
Hace unos días, por ejemplo, recuerda que “por poco no me morí, me dio un beriberi. ¿Falta de qué? De alimentación”, responde sola. “Tengo que comprar una vitamina, no la he podido comprar porque no me alcanza”, agrega.
A unas pocas cuadras de la casa de Nicolasa, donde vive con su hija y nieto; está la de Isaura Pernía, de 72 años, que adaptó en la entrada una bodega a ras de calle.
Isaura, que trabajó durante años como doméstica, obrera, y buhonera, vende desde gelatinas hasta artículos para fiestas, pasando por jabón para lavar, artículos de tocador…
También tiene un espacio para fotocopias e impresiones, que resultó ser muy demandado.
“Hay que seguir echando guáramo hasta que uno no se pueda valer por sí mismo”, dice esta anciana que poco espera la pensión.
“Ni me preocupo mucho, pues cuando viene bienvenido sea. Pero no es que por ejemplo que yo voy a agarrar todo este dinero y poder ir al médico, no, es triste”.
Y sigue, “da tristeza ver que nuestra Venezuela que era tan, tan pudiente, ahora sea algo que pasó a la historia (…) pues ya uno no cuenta con lo que uno de verdad necesita”, agrega.
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