«A nombre del estado de Venezuela y del pueblo de Venezuela condecoro a los líderes institucionales que ayer [10 de enero] sancionaron criminalmente», pontificó Nicolás Maduro en medio del Congreso Internacional contra el Fascismo, en busca de los aplausos de los cientos de militantes de izquierda llevados hasta Caracas para darle al presidente de facto el calor que no recibió en las calles del país. Uno a uno desfilaron los sancionados por Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Reino Unido, la mayoría policías y militares, y entre ellos destacaba, por su barba y pinta de matón, el coronel Alexander Granko Arteaga, legendario (por su leyenda negra) revolucionario que figura como torturador en los informes de derechos humanos de Naciones Unidas.
De hecho, fue a petición del Gobierno español en 2019 que Bruselas incluyó a Granko entre sus sancionados, gracias a los informes emitidos desde la Embajada de Caracas, alarmada por la participación del coronel en los peores capítulos de la guerra sucia del chavismo. Entre ellos, la masacre del Junquito, durante la cual el policía rebelde Óscar Pérez, otros cuatro uniformados, un periodista y una enfermera fueron ejecutados, con un tiro de gracia, tras el asedio brutal de las tropas chavistas cuando ya se habían rendido.
Las condecoraciones y el aplauso del congreso se produjeron cuando ya se conocía el resultado provisional de la última embestida gubernamental: 75 personas detenidas, incluidas 13 mujeres, un extranjero y un menor de edad, lo que elevaría el número de presos políticos por encima de los 1.700, según el Foro Penal.
«Mensaje para la juventud: ¡Salgan, salgan!, para entrarlos a coñazos [golpes]», provocó Granko Arteaga el día de la fraudulenta toma presidencial, en un mensaje dirigido a los mismos jóvenes que salieron a las calles de Venezuela en las horas posteriores al megafraude electoral del 28-J. En aquella ocasión, el «baño de sangre» prometido por Nicolás Maduro provocó la muerte de 25 personas, en su mayoría jóvenes de los barrios populares.
Ya al principio de la semana pasada, el polémico coronel, que pertenece a la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) pero permanece como uno de los grandes jefes de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), lideró el despliegue de 1.200 efectivos de las fuerzas especiales en las inmediaciones del Palacio de Miraflores. En diversas ocasiones, Maduro ha hecho patente su cercanía y sintonía con Granko, con el que además comparte creencias santeras y los ritos del sincretismo religioso afrocubano.
El Barba, como también le llaman, está al frente de la Dirección de Asuntos Especiales (DAE) de la DGCIM. «La DAE tiene en su oficina de la sede de Boleíta [en Caracas] una celda de torturas a la que hemos llamado la celdita, donde Granko y sus criminales ejecutan terribles torturas contra presos y perseguidos políticos mientras toman café. Granko está denunciado por cientos de víctimas ante la Corte Penal Internacional (CPI)», desveló Tamara Suju, activista de derechos humanos.
Este coronel también es uno de los responsables de la temida Operación Tun Tun, «el método de represión sistemática generalizada que ha llevado a decenas de personas a las cárceles, sin importar su estado física y edad», añadió Suju.
La cercanía con el poder ha retribuido económicamente al coronel condecorado, que incluso preside un equipo de fútbol en su país. Primero fueron las expropiaciones de empresas en su ciudad natal, Puerto Cabello (estado de Carabobo, a 200 kilómetros de Caracas), con las que comenzó su enriquecimiento de forma ilegal. Organizaciones de la sociedad civil también han denunciado cómo los jefes militares y de cuerpos especiales se quedan viviendas de la gente que huyen del país por su persecución.
«Granko ingresó en la Guardia de Honor Presidencial con Hugo Chávez y desde allí escaló posiciones y se acercó al comandante Iván Hernández Dala, por eso salta a la DGCIM. Sus ascensos causaron rechazo porque era uno de los últimos de su promoción. Nadie olvida cómo fue él quien tocó la campana [se rindió] en unos ejercicios militares de su promoción», relata a EL MUNDO, bajo anonimato, un teniente coronel hoy en el exilio.
Después de la ceremonia deslucida y de espaldas al pueblo, Maduro necesitaba del calor de sus amigos ideológicos, entre ellos Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos. Para eso se montó el supuesto congreso antifascista, que a la postre avaló la medalla revolucionaria para su torturador más famoso.
«Fue, sin lugar a dudas, el baño de afecto que Maduro quería recibir durante su juramentación. Militantes de izquierda recogidos de todas partes del mundo y entregados al placer de acompañar a un supuesto paladín en contra del imperio estadounidense; un baño de multitudes, limitado al estrecho espacio de un local cerca del Palacio de gobierno, dispuesto a aplaudir las ocurrencias del dictador y certificar, consignas y puños en alto, las verdades que repite el régimen sobre el carácter democrático de su gobierno y el reconocimiento internacional de los pueblos a su presidencia», constata para EL MUNDO el sociólogo Gianni Finco, uno de los principales especialistas en propaganda revolucionaria.
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