Quizá por ser médico pediatra y mujer, la sensibilidad de Laura Virginia Hurtado es mayor. El fin de semana un grupo de funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) golpeaba a un hombre por un altercado con vehículos y al sospechar que alguien, desde la feria de comida habría podido grabar, se fueron hacia los locales y ahí se desató el infierno.
Por Sebastiana Barráez | Infobae
Ella no sabía entonces que, entre ellos, el hombre que le causó tanto miedo es Tamami Bernal, hijo del llamado protector del Táchira, una figura impuesta por Nicolás Maduro y que ahora es diputado de la Asamblea Nacional del chavismo, integrante de la Comisión de Política Exterior.
Eso ocurrió en la única feria de comida Food Truck que hay en San Cristóbal, capital del estado Táchira, exactamente en la avenida Los Agustinos. “Fue en el salón donde la gente se sienta a comer”.
“Fui agredida física, verbal y psicológicamente por funcionarios de FAES en el estado Táchira. Me colocaron una granada en la cara, me golpearon y me amenazaron con activarla”, narra para Infobae.
Los funcionarios se dirigieron hacia la feria de comida a quitarles los celulares a quienes se encontraban en el lugar. “A un hombre que se negaba a entregar su teléfono, lo golpearon en la cabeza causándole una herida: corrí a ayudarlo. Saqué mi teléfono para llamar a emergencia, uno de los funcionarios me lo arrancó de las manos y lo lanzó contra el asfalto”.
Laura Virginia relata que “le pregunté ¿qué le pasa? Le pedí que respetara resaltando que era mi teléfono. Esa persona, a quien ahora he identificado como el hijo de Freddy Bernal, sacó una granada de una camioneta sin placas y me la colocó en la cara diciéndome que me iba explotar y que si me quería morir hoy”.
Casi inmediatamente “unos 6 u 8 de FAES, con armas largas y cortas, arremeten contra las personas que estaban adentro, que para ese momento eran varios empleados de la feria, locatarios y el dueño del establecimiento”. Acorralan al tío de la pediatra, que es vigilante en el lugar, “lo instan a arrodillarse y se fuera con ellos. Le tiraban todo tipo de cosas: sillas, escoba, partiéndole esos objetos en su cuerpo; me coloqué entre ellos y también recibía esas cosas encima de mí”.
En algún momento, en medio del incidente, ella dice que volteó la vista y vio a su tío sangrando. “Lo estaban apuntando, por lo que mi reacción fue abrazarlo, quizá creyendo que con eso evitaría un disparo contra él; ellos me halan el cabello para apartarme de él. Uno me da un golpe en el pecho por lo que me caigo; en mi desesperación pido auxilio y grito que no nos mataran”.
“Ellos tenían armas largas, cortas, granadas, y nosotros ni teléfonos porque nos los quitaron. Ninguno de nosotros tenía nada con qué defenderse más que con nuestro cuerpo”.
Su tío busca salir hacia una terraza, los funcionarios de FAES “pretenden perseguirlo, pero él cierra una puerta de vidrio tras de sí. Ellos gritan que la van a quitar y apuntan para disparar, por lo que él, de la desesperación y el instinto de supervivencia, se lanzó por una pared de más de 10 metros de altura. No sé cómo no se mató, pero tiene fractura de peroné, estallido de calcáneo, el labio superior separado en dos partes. No puede ni afincar la pierna fracturada debido al impacto en las partes blandas”.
Ante la pregunta de si está segura quien la agredió a ella es el hijo del parlamentario y protector del Táchira, responde que después del incidente fue que alguien mencionó quien era “y lo busqué en Internet y por eso lo identifiqué. Fue él quien me puso la granada en la cara, me quito el teléfono y lo lanzó contra el piso, me intento ahorcar para llevarme detenida”.
Presos y sin derechos
Laura Virginia Hurtado, la pediatra, describe cómo los funcionarios de FAES se llevan detenidos a varios de los que estaban en el lugar, entre ellos al dueño y a unos locatarios. “Poco después regresan, cuando ya no quedábamos sino cuatro personas; yo no me podía ir, porque no sabía dónde estaba mi tío. Después que él se lanzó por esa pared, los funcionarios no insistieron en traspasar la puerta de vidrio. Yo no era capaz de subir, estaba en colapso, no hablaba, me senté, pedí un teléfono prestado para llamar a mi familia”.
Cuando los del FAES regresan “me arranca ese teléfono. No quisiera ni recordar todo lo que me dijo. Colocó su rostro a menos de un centímetro del mío, tenía las pupilas muy dilatadas, aliento a alcohol, le costaba mantenerse en pie y me dijo que ya venía una femenina para que me volviera mie…, que él era el diablo y me haría conocer el infierno. Entre palabras como mald…, perra, sucia y empujones, mientras yo sentada, estaba en shock. Solo se retiró cuando le dije: ‘Usted huele a alcohol’”.
“Me dijo que ya venía una femenina para que me volviera mie…, que él era el diablo y me haría conocer el infierno, que iba detenida porque a él le daba la gana, a la vez que trajeron a una funcionaria femenina, pero llegaron mis padres y comenzaron a hablar con ellos”.
Al muchacho que tenía la cabeza rota y que ella había intentado ayudar inicialmente, “lo habían golpeado varías veces; él me contó que lo habían torturado, esposado, le pegaban por la cabeza con la base del arma, se burlaban de él diciéndole que si tenía algo en el ano y con un objeto cilíndrico se lo empujaban por ahí”.
A las personas de una casa cercana, que se asomaban por la ventana, los amenazaban diciéndoles que los iban a ir a buscar, concluyó narrando la joven pediatra.
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