A las 5:30 a. m. comienza el día de Victorino Carrillo. Siente con nostalgia el aroma del café que preparan los vecinos y, una vez llega a la avenida Sucre para comenzar su rutina en las calles de la ciudad, el de las empanadas y pastelitos que ya se fríen para ser vendidos.
Por Alberto Torres / Crónica Uno
Con nostalgia no solo por tener meses sin disfrutar de esos “lujos” como Dios manda, sino porque le recuerda a épocas en las que el ‘puestico’ de café de la esquina era parada fija antes de ir religiosamente a su lugar de trabajo.
“Cuando empecé a trabajar ahí, todos en el barrio me felicitaban porque había logrado un buen puesto. Esforzándome, pude construir mi casa, me compré cosas y nada me faltaba, aun cuando la cosa se puso ruda”, recuerda.
Hoy, jubilado tras años de esfuerzo, vuelve a madrugar luego de años de retiro para vender caramelos de leche en unidades de transporte público de Caracas y subsistir. “La cosa está difícil”, reconoce, y lo nota cuando se monta en tres y hasta cuatro camioneticas seguidas sin recibir ni un céntimo.
En los mejores días de su ruta entre Catia y Chacaíto hace cinco dólares o más, pero la edad pasa factura y sus problemas de tensión, en ocasiones, le impiden continuar una tarea que esperaba no repetir en su vida.
La jubilación es “El Dorado” que nunca fue
Jubilarse en Venezuela ya no es motivo de alegría para los trabajadores públicos, y menos cuando ya son adultos mayores. La ONG Convite determinó, en su más reciente encuesta aplicada a 3058 adultos mayores de varias regiones, que 49 % estaba pensionado por el Seguro Social y 29 % jubilado por trabajar en alguna dependencia pública.
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