Caía la noche en Wuhan cuando empezaron a circular los primeros rumores sobre que las autoridades iban a cerrar la ciudad. La extraña neumonía, como la llamaban los medios chinos, ya estaba por todas partes. Además, se acababa de confirmar que se transmitía entre humanos. Pero a los wuhaneses lo que más les desconcertaba era lo del cierre: nadie entendía cómo se podía echar el candado a una urbe más grande que Nueva York y Londres. Nadie había vivido nunca nada parecido.
Poco después de las 22.00 horas del 22 de enero de 2020, los rumores se confirmaron. Llegaron las alertas a los móviles de que el último avión para salir de la ciudad despegaría a las 10.00 horas de la mañana siguiente. Después de eso, no se podía salir ni entrar en Wuhan. Cuarentena. Confinamiento. Nadie todavía se había familiarizado con esos términos.
El 23 de enero amaneció muy nublado. Las calles de esta ciudad de 11 millones de habitantes quedaron prácticamente vacías. «Ponte siempre la mascarilla, por favor», suplicaba la camarera del Starbucks, uno de los pocos locales que estaban abiertos en el centro. Al lado había una tienda de flores. El dueño desinfectaba las estanterías mientras miraba la television atento a las últimas noticias. «Han cerrado todos los transportes. Estamos atrapados», explicaba el hombre. Los vecinos de la ciudad habían arrasado los supermercados para pasar el incierto encierro con las despensas llenas.
En Weibo, el Twitter chino, el hashtag ‘Escapar de Wuhan’ estaba siendo lo más comentado a lo largo de la mañana. Decenas de personas contaban cómo habían abandonado la ciudad antes de que se implantara el bloqueo por la propagación de un nuevo coronavirus que aún no tenía nombre. Las cifras bailaban. Por un lado, la Comisión Nacional de Salud decía que 574 personas se habían contagiado. Pero había periódicos chinos que alertaban de que el número de personas infectadas superaba las 6.000.
Lo único seguro en ese momento era que China había tomado una medida sin precedentes. El aeropuerto de Wuhan, que tenía entre 600 y 800 vuelos al día, estaba cerrado. También el tren y el metro. Había soldados en las puertas de las estaciones para que nadie pasara. En las carreteras que daban acceso a la ciudad, furgones policiales cortaban las vías principales y habían montado barricadas en los accesos secundarios.
Una docena de hospitales quedaron abiertos únicamente para tratar a personas con los síntomas del virus. Los centros estaban colapsados. Había pacientes tirados por los pasillos sujetando las vías intravenosas. Los cadáveres se hacinaban en las morgues. Además, dominaba el pánico colectivo porque nadie sabía muy bien cómo se contagiaba el virus.
EL MUNDO fue el primer medio español sobre el terreno en documentar esas escenas caóticas que, poco más adelante, se repetirían por todo el mundo. La pandemia, en cuanto a nivel de alerta global, comenzó cuando el Gobierno chino ordenó el cierre de Wuhan el 23 de enero de 2020.
ORIGEN TODAVÍA DESCONOCIDO
Cuatro años después, Wuhan continúa cargando con el gran estigma de ser el epicentro mundial de una devastadora pandemia de la que hoy en día todavía se desconoce su origen.
La teoría predominante de los científicos es que el virus se originó en los murciélagos, saltó a otro animal y mutó de una manera que luego le permitió transmitirse de humano a humano. Pero se mantienen las incógnitas de saber quién es ese eslabón perdido en esa cadena de contagios, quién fue al paciente cero y cuándo comenzó a circular exactamente el SARS-CoV-2 por Wuhan, o si la zona cero está realmente allí.
Todavía sigue muy viva la teoría, nada descartable a estas alturas, de una fuga en el laboratorio de máxima seguridad de la ciudad que estudiaba precisamente los coronavirus de murciélagos. Aunque el pasado verano, en Washington desclasificaron un informe que aseguraba que las agencias de inteligencia estadounidenses no habían encontrado evidencias de que el Covid-19 surgiera de un incidente en el Instituto de Virología de Wuhan. El propio presidente Joe Biden firmó en marzo un proyecto de ley que desclasifica cualquier información relacionada con los orígenes de la pandemia.
La polémica más reciente saltó la semana pasada, cuando un panel del Congreso de EEUU acusó a China de retrasar la publicación de la secuencia del gen del Covid en los primeros días críticos de la pandemia. «China retrasó unas dos semanas (de finales de diciembre de 2019 a principios de enero de 2020) la publicación de información sobre el patógeno que causa el Covid-19», dijeron los legisladores, criticando que ese tiempo habría sido vital para que el resto del mundo se preparara.
EL MERCADO DE MARISCOS
De regreso a aquel 23 de enero en Wuhan, ya estaba claro que el primer gran foco de propagación había sido un malogrado mercado de mariscos y animales salvajes. En el inventario del lugar había más de 40 especies, desde puercoespines hasta cachorros de lobo, tanto vivas como muertas. Desde el principio se especuló con que el coronavirus había pasado a los humanos a través de alguna especie que se vendía en ese mercado.
Algunos de los animales procedían del sur de China, donde están los murciélagos de herradura, los principales candidatos a ser los anfitriones originales del virus, aunque antes de saltar a los humanos tuvo que pasar por algún huésped intermedio. Aquí es donde aparecen los perros mapache, que han ocupado el primer puesto de una quiniela que ya dejó hace tiempo el pangolín, el primer chivo expiatorio de la pandemia.
Dos estudios dirigidos por Michael Worobey, biólogo evolutivo de la Universidad de Arizona, y Kristian Andersen, virólogo del Scripps Research Institute de California, culparon directamente a los perros mapache bajo la teoría de que estos animales podrían haberse infectado en la granja que los vendió al mercado entre noviembre y diciembre de 2019, y que el virus después habría saltado a los comerciantes y clientes, que fueron los primeros en reportar síntomas según la cronología oficial.
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