Con más de medio millón de personas que se han quedado sin nada, la demora en el reparto de agua, alimentos, carpas y todo tipo de enseres aviva el fantasma del sismo de 2019
Un camión con ayuda humanitaria de la organización irlandesa Concern está parado a la orilla de un río en la comunidad de Maniche, en las montañas del departamento sur de Haití, mientras una turba desvalija su interior. “Dámelo, dámelo, maldito”, le grita un hombre a otro con quien se disputa un toldo doblado, que finalmente consigue llevarse. Mientras, varios jóvenes subidos al vehículo lanzan atropelladamente los enseres de su interior: papel higiénico, compresas, cepillos de dientes, jabón, colchas y toldos para protegerse de la lluvia y el calor. Los conductores, impotentes, se limitan a esperar a que el saqueo acabe en su cabina para después cerrar las puertas y seguir su camino.
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A pocos minutos de ahí, en una escuela rural de esa zona en la montaña, a unos 40 minutos de Los Cayos, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas ha montado un gran operativo para entregar sacos de 50 kilos de arroz y guisantes, y latas de aceite a más de 5.000 supervivientes del terremoto del pasado 14 de agosto que ha dejado solo en ese pueblo al menos 177 muertos y decenas de agricultores desaparecidos cuando los terrenos en los que trabajaban se deslavaron.
La entrega, en la que también participan Unicef y la Organización Mundial de Migraciones con contenedores de agua, cobertores y kits higiénicos, está escoltada por una decena de agentes armados de la policía.
“¿Tú ves qué contento está el pueblo?”, dice Ruben Saint Louis, uno de los jóvenes contratados por el PMA para la distribución de la ayuda, mientras el primer grupo, el de los ancianos, carga la comida en motos, burros y carretillas para que se la lleven a sus casas o, en muchos casos, a las carpas que han tenido que levantar delante de los escombros de sus viviendas. “A mí el terremoto me ha afectado mucho porque mi madre ha muerto”, cuenta el joven de 22 años. “Pero Dios sabe lo que hace. Mi casa se ha roto y yo estoy durmiendo en la calle y estoy aquí para darles de comer a mis hermanos que son chiquitos. Tienen 5 y 7 años. Son niños”, explica.
Una avanzadilla del Programa Mundial de Alimentos que llegó a su comunidad el fin de semana se encontró a Saint Louis jugando un partido de fútbol con amigos y le ofreció trabajar con ellos por un día. Su misión debía ser descargar la comida, entregársela a sus vecinos y ayudar a quienes no pudieran con los sacos de 50 kilos a salir de la escuela. “Me preguntaron si quería ayudar y yo les dije que sí porque no hay nada. No hay trabajo. Yo solo les tengo que dar comida a los dos [hermanos]. Por eso he venido. Y además estás ayudando a la gente”.
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