Han pasado ya 13 años desde la última vez que los británicos Kate y Gerry McCann vieron a su pequeña hija Madeleine, dormida en su cama en el complejo vacacional de Praia da Luz, en el Algarve portugués, junto a sus hermanos gemelos de 18 meses. Mucho ha llovido desde aquella noche en la que la niña, de solo tres años, desapareció mientras sus padres cenaban con unos amigos a pocos metros del apartamento donde se hospedaban. Ambos removieron cielo y tierra para encontrarla, sobre todo a través de una campaña mediática sin precedentes que llegó a todo el planeta y para la que recibieron donaciones millonarias. Gracias a ella, Madeleine estaba de repente en todas partes, aunque no estuviera en realidad en ninguna, y las fotos de aquellos dulces ojos infantiles, enmarcada en su melena rubia, llenaron periódicos, revistas y escaparates. Su ojo derecho tenía una llamativa mancha en el iris conocida como coloboma, que para sus padres era una de las grandes esperanzas de encontrarla: gracias a ella, cualquiera podría reconocerla. No obstante, nada se supo nunca de Maddie, como la llamaban cariñosamente, pese a las muchas teorías, tan creíbles unas como descabelladas otras, sobre su paradero.
Por Ivannia Salazar / abc.es
A pocos días de su cumpleaños número 17, su nombre ha vuelto a los titulares: Christian Brueckner, un alemán de 43 años que está encarcelado por varios delitos sexuales en Alemania, y pendiente de cumplir una pena de siete años por violar a una mujer estadounidense de 72 años en Praia da Luz en el 2005, un año y medio antes de que se perdiera el rastro de Madeleine, está siendo investigado por las autoridades alemanas, portuguesas y británicas como el principal sospechoso de la desaparición de la niña, una posibilidad a la que los McCann dan credibilidad. A lo que aún se resisten es a creer que su hija está muerta, como da por hecho la fiscalía de Braunschweig.
«Nunca hemos perdido la esperanza de encontrarla viva», es un mantra de estos padres que en su momento fueron tan mediáticos como su hija. Dieron decenas de entrevistas y aparecieron una y otra vez en los medios de comunicación. Hasta que el acoso inmisericorde de la prensa, las acusaciones sin fundamento en su contra -se llegó a decir que ellos la habían asesinado e incluso fueron formalmente acusados como sospechosos- y la necesidad de cuidar de sus otros dos hijos, los gemelos Sean y Amelie, ahora de 15 años, los llevaron a alejarse de los focos, aunque sin darse por vencidos y manteniendo abierta la web www.findmadeleine.com
Ahora, según su portavoz Clarence Mitchell, siguen en privado las últimas novedades del caso en su hogar en Leicestershire, desde donde emitieron un comunicado esta semana: «Todo lo que siempre hemos querido es encontrarla, descubrir la verdad y llevar a los responsables ante la justicia», afirmaron, y añadieron que «nunca renunciaremos a la esperanza de encontrar a Madeleine con vida, pero sea cual sea el resultado, necesitamos saber lo que sucedió para encontrar la paz». Según Mitchell, «esta es la única vez en 13 años que la policía ha sido tan específica acerca de un sospechoso», lo cual le da a los McCann una nueva ilusión de la que agarrarse.
Vivir «una vida normal, feliz y satisfactoria»
Gerry, nacido en Glasgow, y Kate, en Liverpool, se conocieron cuando ambos empezaron a ejercer como médicos, pero ella dejó de trabajar tras la tragedia. En el 2011, en un ejercicio catártico, Kate publicó un libro titulado «Madeleine» en el que describe la profunda depresión que sufrió al no saber nada de su pequeña, los pensamientos suicidas que la acompañaron mucho tiempo y cómo el sufrimiento estuvo a punto de acabar con su matrimonio. «Me consume la tortura de pensar dónde y con quién puede estar mi hija», escribió. Se volcó en la búsqueda, trabajó con organizaciones benéficas e incluso se involucró en una asociación de personas desaparecidas. Su círculo familiar, sus hijos pequeños y su fe católica han sido a lo largo de los años lo que los ha mantenido a flote. Gerry, cardiólogo, siguió trabajando y actualmente es profesor en la Universidad de Leicester, y Kate recuperó su trabajo.
En mayo del 2017, en el décimo aniversario de la desaparición de su primogénita, declararon que por fin se habían adaptado a ser una familia de cuatro y no aquel «núcleo familiar perfecto de cinco» miembros y decidieron que esa adaptación era el camino para ayudarle a sus otros dos hijos a vivir «una vida normal, feliz y satisfactoria». Pero tuvieron que pasar diez años de aquel horror para llegar a ese punto. Eso no significa que pasaran página. Aunque ahora mantengan un perfil bajo y lleven una vida tranquila, e incluso se hayan negado a participar en un documental de Netflix sobre la desaparición de su hija, las nuevas revelaciones son una pequeña luz de esperanza para la resolución del caso y para que ambos, juntos a sus hijos, encuentren la ansiada paz que necesitan. Lo que venga será mejor que la tortura de la incertidumbre.
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