Raúl Castro sigue vivo. Así ha querido dejarlo claro el aparato gubernamental en Cuba, que lo exhibió hace pocos días en medio de los constantes rumores que anunciaban su fallecimiento. Ya había parecido raro que Castro, acostumbrado a recibir en La Habana a ministros y altos líderes, no estuviera presente en el primer día de visita en la Isla del presidente de Vietnam, To Lam, a quien sí le dieron la bienvenida el gobernante, Miguel Díaz-Canel, y su esposa. Parecería suficiente que el presidente pudiera lidiar solo con este tipo de recibimientos, pero lo cierto es que la figura y el apellido Castro siguen moviendo los hilos, al menos simbólicamente, de la diplomacia cubana y el poder en el país.
No habiendo visto a Castro en medio de las formalidades de la visita de To Lam, muchos cubanos comenzaron a preguntarse qué había sucedido con el ex presidente, de quien fuentes extraoficiales han afirmado en varias ocasiones que se encuentra en un delicado estado de salud. Más de una vez las redes se han poblado en los últimos tiempos de posts especulando con su deceso. Quizá, como afirma la cubana Lisbet Tase, porque “eso es lo más esperado del cubano de a pie”.
Luego de una noticia falsa, son los días de silencio y ningún hecho definitivo los que se encargan de disipar los rumores. El Gobierno cubano nunca ha comparecido para descartar abiertamente su muerte, o para confirmar si es cierto que padece algún tipo de enfermedad, algo que no sería una rareza a sus largos 93 años, cumplidos el pasado 3 de junio. No es nada que el Ejecutivo no haya hecho ya: un profundo secretismo siempre ha custodiado a los dirigentes cubanos, sus vidas, parejas, condiciones de salud.
Lo que sí ha hecho el Gobierno ha sido sacar a la luz pública la figura de Castro cuando alguna noticia -hasta ahora todas falsas- anuncia su muerte. Al día siguiente de la visita del mandatario vietnamita, el político y militar cubano apareció estrechándole la mano en una foto compartida por la Presidencia de Cuba. El mensaje estaba claro: Castro sigue vivo.
Tampoco es nueva la estrategia: cuando la muerte de Fidel Castro era una inminencia, y más de una vez se difundieron noticias de su deceso, el Gobierno las desmintió todas con alguna aparición pública. El día en que su muerte fue una verdad, nadie lo predijo. Fue su propio hermano quien tomó el micrófono y muy solemnemente anunció que Fidel había fallecido a sus 90 años.
La última aparición del menor de los hermanos Castro fue solo hace unos días, cuando se televisaron las imágenes del sepelio del general y viceministro primero del Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín. Raúl, con una estatura disminuida, los labios casi tragados, el uniforme verdeolivo encorsetado y encartonado, reapareció junto a algunos de los que forman parte de la cúpula de poder en medio de coronas de flores y los requeridos y marciales desfiles a modo de despedida.
Desde hace algún tiempo a Castro le ha tocado despedir a varios de los líderes históricos de la Revolución. Pareciera cerrarse el ciclo de la historia, el fin de una era: hace más de sesenta años esa generación comenzaba a ocupar los cargos de poder en el país con la naciente Revolución y ahora, cuando se habla de la peor crisis en la historia de Cuba, el tiempo les fuerza a abandonar sus cargos. En septiembre fallecieron cinco personas relacionadas con las altas esferas, todos mayores de 80 años, lo que demuestra que el relevo en Cuba solo llega por fuerza natural. Además de Espinosa Martín (85), Raúl despidió al menos a cinco dirigentes más, casi contemporáneos: Romárico Vidal Sotomayor García, Juan Antonio Hernández Hernández, Jorge Luis Guerrero Almaguer, Juan Israel Cervantes Tablada y Leonardo Ramón Andollo Valdés. En el Gobierno más longevo del hemisferio occidental todavía ostentan cargos Ramiro Valdés Menéndez, de 92 años; José Ramón Machado Ventura, de 93, o Guillermo García Frías, de 96.
Otras veces el Gobierno cubano no saca a la luz la figura de Raúl para desmentir una presunta muerte, sino para dar el espaldarazo que a cada rato necesita Díaz-Canel, un líder poco carismático, a quien le ha tocado un tiempo de crisis económica, pandemia de coronavirus, caída del turismo, desastres naturales, protestas masivas e inéditas y el éxodo migratorio más grande de la historia del país. Cuando los cubanos salieron a las calles como nunca antes el 11 de julio de 2021, Castro, sin cargos en el Gobierno -en 2018 dejó el de presidente del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba y en 2021 el de primer secretario del Partido Comunista- asistió a una celebración pública y a la clausura de un evento del Comité Central del Partido. Como para no olvidar las tradiciones, últimamente venidas a menos entre muchos cubanos, en enero Raúl desfiló junto a otros máximos dirigentes en el acostumbrado acto de la Marcha de las Antorchas. También a inicios de año, en medio de la debacle económica y de toma de decisiones para encauzar la crisis en el país, Castro apareció pidiendo a los dirigentes que “no estén a la altura que exige el momento” que renuncien a sus cargos. Castro ha sido noticia en las urnas en momentos de elecciones, a modo de mensaje para quienes en Cuba se han dado por vencidos ante el ejercicio democrático del voto. Cuando en julio Nicolás Maduro se autoproclamó presidente venezolano a pesar de que las fundadas sospechas de fraude, fue Raúl Castro quien le hizo una llamada cómplice a Caracas para felicitarlo.
En todas estas apariciones se le ha querido mostrar como una figura activa, al tanto de la política interna y externa, y sobre todo, se ha pretendido reafirmar el mensaje de que el castrismo no ha muerto, que no murió con Fidel y que incluso no moriría si el último Castro lo hace.
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