La revolución cubana, impulsada por Fidel Castro, es la gran mentira de la historia de Cuba. Con la excusa de derrocar a la dictadura de Batista, el Comandante puso en marcha una guerrilla que terminó tomando el poder en 1959 y que se ha perpetuado en el Gobierno hasta nuestros días. Un negocio para la familia Castro y sus correligionarios en el que hasta hace muy poco no han dejado entrar a los negros ni a las mujeres y en el que -por supuesto- no había lugar para los homosexuales, perseguidos por el régimen comunista desde sus inicios.
La élite en el poder se ha servido de la revolución para someter al pueblo durante más de 60 años. Por eso, la mantienen viva. Hace mucho que dejó de ser el fin, para convertirse en el medio. Una herramienta de control, la excusa para todo. La imagen romántica que se ha vendido de este movimiento, poco tiene que ver con la realidad. Ha sido sangriento, opresor y discriminatorio desde su origen. Como reconoció el propio Ché Guevara en su discurso ante la ONU en 1964, llevaron a cabo una auténtica limpieza de opositores nada más llegar al Gobierno. «Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando», advirtió.
Con la revolución empezó la dictadura del terror. Al cubano no le está permitido vivir conforme a sus convicciones. No hay más que ver cómo han acabado los que lo intentaron. Hay episodios de la revolución realmente trágicos. Entre ellos, se encuentra -sin duda- el de las llamadas Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP) que se pusieron en marcha en los primeros años del régimen comunista. No eran otra cosa campos de concentración similares a los de la Alemania nazi «para todas aquellas personas que la revolución entendía que estaban fuera del marco de lo que era la sociedad que se quería construir: frikis, rockeros, maricones, putas…«, explica el abogado cubano Eloy Viera Cañive.
Lo diferente es perseguido, incluso en la Cuba del siglo XXI. Algo de lo que es conocedor el letrado, que tuvo que emigrar a Canadá, donde trabaja como analista y periodista especializado en legislación cubana. Durante 7 años ejerció en Cuba como abogado en la Organización Nacional de bufetes colectivos, «la única que ofrece servicios jurídicos a personas naturales». Y vio de todo. «Las revoluciones no pueden ser eternas», asevera en declaraciones a Libertad Digital.
A su juicio, el principal problema que tiene la isla es que «la ley no es límite de absolutamente nada, porque es un sistema totalitario». «Ahí tienes una Constitución con un montón de derechos reconocidos y al final de la jornada eso es como si nada. La Ley del Partido Comunista es la que importa«, sentencia. «Lo que tenemos en Cuba es un sistema que ha encumbrado una clase política que utiliza cualquier método a su alcance para perpetuarse y eliminar cualquier competencia. Eso es la revolución».
No hay avances sociales
El régimen comunista sigue estirando el chicle de la revolución con la excusa de avanzar en lo que llaman «las conquistas sociales», que en realidad han propiciado una lucha interna en la clase política por «repartirse el país».
Es todo una mentira. «Si tú miras las estadísticas del gasto social cubano hoy, te vas a dar cuenta», señala Viera Cañive. «Cuba ha invertido 500 veces más en hoteles -que no se llenan- que en salud pública, que en educación, o que en agricultura, cuando tienen que importar el 80% de su alimentación», explica.
«Estos son datos oficiales que están ahí, que no son inventados por mí. Sencillamente esa clase política ha decidido que mañana el futuro de sus familias y de ellos puede ser la apropiación de esos mismos hoteles que están construyendo con dinero público y han apostado todos los caballos a una única industria, la industria del turismo. Incluso en medio de una pandemia mundial que ha hecho que las tasas de viajeros a Cuba decaigan a niveles insospechados», insiste el abogado cubano.
«La revolución es sencillamente un grupo de gente que está viviendo con los privilegios históricos que han acumulado sobre la base del sufrimiento de un pueblo entero. No es otra cosa», añade. El régimen ha demostrado ser «superconservador». «Lo que menos ha hecho es revolucionar nada, desde hace muchísimo tiempo. Ha decidido permanecer estático en un lugar que le permita mantener el poder. No hay ninguna revolución».
Los negros renuncian a su negritud
La revolución que los Castro han llevado por bandera y que Díaz-Canel ondea con orgullo no es más que una falacia alimentada por la élite blanca en el poder. «Hombres, blancos, heteros» que han pretendido construir una sociedad a su imagen y semejanza, aunque para ello el pueblo cubano haya tenido que fingir ser lo que no es. En Cuba, nada es lo que parece. Todo es «puro eufemismo».
Tanto es así que el régimen comunista intenta blanquear -en el sentido más estricto de la palabra- las estadísticas. No hay más que dar un paseo por La Habana para comprobar que las cifras no coinciden con lo que refleja la calle. La operación de maquillaje empieza por permitir que el censo parta de una autopercepción del censado, en lugar del criterio del cesante. Esto posibilita que cada uno se registre como considere, según lo sienta o le convenga. Y precisamente que muchos cubanos renieguen de su negritud para registrarse como blancos demuestra que «hay un problema con la racialidad» muy arraigado «que no se ha solucionado», señala Viera Cañive.
La segunda trampa del sistema establecido es que separan a los negros de los mestizos en los registros oficiales. Según el último censo publicado (2012), la población negra representa alrededor del 10% y la mulata cerca del 25%. Juntas sumarían un 35%. El objetivo de realizar esta división es minimizar la visibilidad de la población negra, a la que el régimen considera de una categoría inferior y más propensa a la delincuencia, como explicaremos más adelante.
Basándonos en las cifras oficiales, un tercio de la población cubana es de origen afrocubano. Pero el porcentaje real podría ser bastante mayor. Sociólogos independientes creen que la cifra actual podría rondar el 60%. No todos los que dicen ser blancos para el censo lo son. Muchos esconden su condición de negro, conscientes de la marginación y las desigualdades a las que su raza se ha tenido que enfrentar a lo largo de la historia en Cuba.
Aunque la esclavitud en la isla se abolió en 1886, la población afrocubana ha tenido que seguir luchando por unas condiciones de vida dignas hasta nuestros días. Fidel Castro, conocedor del peso de la masa negra en el país, les colmó de promesas. La revolución ha hecho gala de unos valores de igualdad con los que no ha cumplido. Para el régimen los negros no son más que una cuota que utilizan a su antojo para aparentar que en Cuba no hay un problema de racismo.
La ficción de las cuotas
El sistema de cuotas le ha permitido a la dictadura mejorar su imagen, «crear una ficción». Ejemplo de ello es que «tenemos uno de los parlamentos del mundo con más representación femenina y con más representación de negros», comenta Viera Cañive. «Son números que utiliza el Gobierno cubano, pero que no tienen absolutamente ninguna trascendencia». Son hombres de paja, «sin capacidad de decisión. Y lo peor es que no llegan ahí por elección de su comunidad. El partido dice, por un problema de imagen, necesitamos poner cuatro negros aquí…». Puro maquillaje.
El presidente actual del Parlamento cubano, Esteban Lazo, es claramente una cuota. «Un cuadro del partido, una persona políticamente irrelevante y de un nivel cultural muy bajo. Es un tipo incapaz de articular ideas, más allá de tener un papel en frente», asegura. «Su elección es por el color, no por las capacidades. Ese mismo ejemplo lo tienes en el actual Vicepresidente cubano (Salvador Valdés) otra persona sin muchas luces. Y eso reafirma también simbólicamente la superioridad del blanco, políticamente hablando, en relación al negro. Lejos de hacer un favor, hace un daño más grande todavía«.
El Gobierno de Díaz-Canel reconoció en 2019 la existencia del problema con «el lanzamiento del Plan Nacional contra el racismo». «Una política pública que nadie conoce, porque no se ha publicado cuáles son sus bases o sus argumentos… Pero que parte de un reconocimiento oficial de que hay un problema racial no resuelto», explica Viera Cañive. Era imposible que se resolviera porque durante décadas el régimen ha mirado para otro lado y solo ha puesto parches para salir del paso. Siempre se ha tratado de forma «muy opaca, muy poco transparente».
En Cuba, hablar de desigualdades siempre ha sido tabú, se tachaba de antirrevolucionario. «Cualquier activismo, aunque sea racial, es visto como un enemigo del Gobierno cubano», señala el abogado. Eso ha permitido que algunas creencias negativas hacia la raza negra arraiguen en la población cubana. Entre ellas la del «negrito delincuente». Para el régimen comunista, los ciudadanos de raza negra siempre son los primeros sospechosos. No hay más que ver el porcentaje de negros en las cárceles. El propio Fidel Castro reconoció durante un discurso en el Teatro Karl Marx (2002), que el 80% de los reclusos eran de raza negra.
Persecución a los homosexuales
En el régimen comunista implantado por los Castro nunca hubo lugar para los homosexuales. Fidel lo dejó claro desde el principio. Nunca se cortó a la hora de arremeter contra los «pepillos vagos, hijos de burgueses, que andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos» y «actitudes elvispreslianas», como los definió en un discurso pronunciado el 13 de marzo de 1963. «Nuestra sociedad no puede dar cabida a esas degeneraciones. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones», sentenció el Comandante.
«Siempre fue muy reticente con el tema de la mariconería, como decimos en Cuba», señala Viera Cañive. Dejó claro que «no iban a ser toleradas en el interior de la revolución». «La imagen que tenían que ofrecer era la de machos, guerrilleros militares, vestidos de verde. Y esa es la que han sostenido. Hasta hace muy poco tiempo, había un delito en el Código Penal que decía que el que le propusiera relaciones homosexuales a otro podría ser sancionado».
Desde las organizaciones estudiantiles se animaba a los alumnos a delatar a los compañeros que «mostraran desviaciones». Así se recoge por ejemplo en el comunicado de la Unión de Jóvenes Comunistas y la Unión de Estudiantes Secundarios publicado en la revista Mella, el 31 de mayo de 1965. Se les invitaba a expulsar de las aulas a los «elementos contrarrevolucionarios y homosexuales», a aquellos que expresaran «algún tipo de blandenguería pequeñoburguesa» o apatía «a las actividades revolucionarias», para «impedir su ingreso en las universidades».
Durante la revolución cubana, los homosexuales han sido silenciados, discriminados, perseguidos, detenidos, encarcelados y obligados a hacer trabajos forzados. El objetivo era que «la gente se inhibiera de vivir su vida como como lo entendía», señala Viera Cañive. «El machismo y la homofobia ha sido parte de la política oficial del Gobierno cubano durante muchísimo tiempo». Lo más indignante es que «hoy se trata de vender de la forma contraria, como si la inclusión fuese una de las bondades de la revolución».
«Todo se ha construido sobre una gran mentira», explica el abogado, «por eso a mí me jode tanto que se compre ese discurso así con soberana facilidad, que venga Manu Pineda desde España a hacerse el progre o que vengan los lefts de Europa y le vendan al mundo la Cuba soñada. Esa que nada más que aparece en la en la televisión y en las mentes de ellos».
Qué más quisiera Eloy Viera Cañive que esa Cuba fuese real. No tendría que haberse marchado de su tierra. «Me ha costado mucho trabajo naturalizarme en un lugar diferente, porque yo me levanto por la mañana pensando Cuba y me acuesto trabajando para Cuba. Es como que yo sigo viviendo en Cuba sin estar en Cuba».
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