De un día para otro, la vida de unos 19 millones de mujeres y niñas afganas se ha roto. A Aisha, periodista, le dijeron el lunes que no fuese a trabajar y le avisaron que, de volver, sería en todo caso con burka. Saphiry destruyó el jueves el informe en el que estaba trabajando para una ONG extranjera. Los talibanes apalizaron a unos amigos por tener libros en inglés en su casa. Ambos nombres son falsos y ambas temen por su vida e intentaban este sábado salir desesperadamente del país.
Jorge Said | Mercé Rivas | El País
En Kabul, los relatos distópicos de mujeres escondidas en sus casas, obligadas a cubrirse, con la entrada prohibida en sus centros de trabajo o de estudio se repiten por toda la ciudad, donde viven la mayoría de las mujeres con estudios superiores y profesiones liberales de un país mayoritariamente rural. De un día para otro las mujeres han desaparecido de las calles de la capital. Los rostros femeninos de carteles y escaparates han sido burdamente borrados con pintura. Dueñas de sus vidas hasta hace unos días, ahora es difícil contactar con ellas, no cogen el teléfono por miedo o porque sus familias se los han quitado por temor a represalias.
Ser mujer en Afganistán nunca ha sido fácil. Incluso en los años más recientes las tasas de analfabetismo femenino, la violencia de género y los obstáculos legales y culturales para la igualdad de oportunidades están entre los peores del mundo. Sin embargo, los avances desde 2001, fin del quinquenio talibán, han sido colosales. Avances que ahora peligran. A pesar de las promesas de los talibanes, las mujeres temen que vuelva la pesadilla. El burka obligatorio, el mahram, un guardián masculino para poder salir de casa, la prohibición de estudiar, trabajar, conducir, viajar solas, tener dinero propio, ir a un médico varón, mantener relaciones fuera del matrimonio, todo bajo pena de ser lapidadas, mutiladas, latigadas o presas. Sería el fin del baile, la música, la tele, los libros, el deporte, la risa, la independencia y cualquier tipo de libertad para las mujeres. Estas son solo tres historias de 19 millones.
Aisha es periodista. No es la primera vez que siente el aliento helado de una amenaza. Mucho antes de su entrada en Kabul, los talibanes ya la habían acosado por redes sociales: “Vamos a por ti, te vamos a matar y mataremos a toda tu familia”.
Ahora es oficial, pero el miedo no es nuevo para ella. “Desde hace tiempo cargo con un tremendo estrés, mi familia me ha pedido muchas veces que por favor deje este trabajo, porque les pongo en riesgo, pero me costó mucho llegar hasta aquí, me encanta y no puedo hacer otra cosa”. Hace semanas que su familia le pidió también que abandonase el país. Ella se negó: “Amo mi país, quiero luchar por mi gente. ¿Qué oportunidad van a tener las mujeres de las provincias si ven que todas las que podemos permitírnoslo, aquí en Kabul, nos marchamos? Las dejaríamos sin ninguna esperanza”.
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