A dos meses de las elecciones generales en Israel, un Benjamín Netanyahu acechado por exsocios devenidos rivales y un juicio por corrupción en su contra, ha extendido su campaña electoral a la población árabe, que demonizó durante años y que hoy cree podría ser clave para su continuidad en el poder.
Acostumbrada a una fuerte retórica derechista, con discursos sobre anexión en colonias en Cisjordania y mensajes destinados únicamente a votantes judíos, la sociedad israelí observó sorprendida cómo su primer ministro, Benjamín Netanyahu, se paraba frente a la población árabe de Nazaret y no escatimaba en promesas electorales mientras endulzaba sus oídos con mensajes de coexistencia y prosperidad.
«Si judíos y árabes pueden bailar juntos en las calles de Dubai, pueden bailar juntos aquí en Israel», dijo la semana pasada en aquel acto en Nazaret, tan simbólico como polémico y que fue boicoteado por buena parte de la población árabe y sus representantes políticos de la Lista Unida.
«Hoy comienza una nueva era, de prosperidad, integración y seguridad», agregó el mandatario, que señaló también que «los árabes deben ser parte íntegra de la sociedad israelí», en referencia a este sector de la población, compuesto de personas originarias de la región y de descendientes de las poblaciones autóctonas que se quedaron dentro de Israel tras su creación en 1948 y muchos de los cuales reivindican su identidad palestina.
Esta retórica representa un cambio de timón inesperado por parte del primer ministro y, mientras que algunos analistas consideran que su intención es dañar a la Lista Unida, otros lo ven como un manotazo de ahogado para conseguir más apoyos y acercarse a la mayoría de 61 escaños necesaria para formar Gobierno, que tan esquiva se le ha hecho esquiva durante las últimas tres elecciones.
A pesar de haber logrado, tras incesantes esfuerzos, convertirse en la cara de la campaña de vacunación contra el coronavirus más veloz del mundo, los comicios del próximo 23 de marzo encontrarán a Netanyahu más acorralado que nunca.
De un lado lo acecha un grupo de exmiembros de su partido, el Likud, liderados por Guideon Saar, un político de peso, con amplia trayectoria y que, por primera vez en mucho tiempo, presenta una sólida alternativa derechista y secular que ya se ha posicionado segunda en las encuestas.
Por otra parte, Netanyahu llegará a las elecciones en pleno juicio por corrupción en su contra y el peso de verse fotografiado sentado en el banquillo, acusado de fraude, cohecho y abuso de confianza.
A esto se agrega la fuerte crisis económica que atraviesa el país, tras tres estrictos confinamientos, uno más impopular que el otro, y que han generado el rechazo de gran parte de la población, que desde hace más de medio año se manifiesta semanalmente frente a la residencia del mandatario acusándolo de liderar una gestión irresponsable de la pandemia.
En este contexto, «un escaño adicional puede ser muy importante para Netanyahu», cree Mitchell Barak, experto en opinión pública y que trabajó como asesor tanto del actual mandatario como del expresidente Shimón Peres y del ex primer ministro Ariel Sharón.
«No estoy seguro por qué piensa que lo conseguirá de votantes árabes, pero lo que sí es un hecho es que Azul y Blanco consiguió votos árabes en los últimos comicios y esos votantes está ahora en juego», agrega, sobre el apoyo que recibió el hoy impopular partido centrista del ministro de Defensa, Beny Gantz.
Uno de los principales interrogantes que surgen de esta nueva estrategia de Netanyahu es si el desencanto de los votantes árabes por la Lista Unida, su preocupación por cuestiones ajenas al conflicto y su frustración tras tantos años excluidos de la toma de decisiones en el Gobierno, será suficiente para compensar la incendiaria retórica con la que el actual primer ministro se ha referido a ellos durante más de una década.
«Netanyahu por un lado incita contra los árabes y dice que sus representantes apoyan el terrorismo y al mismo tiempo, únicamente porque le conviene, les pide que lo apoyen», se queja Odeh Bisharat, columnista del diario Haaretz y ex secretario general del partido Hadash, uno de los miembros de la Lista Unida.
«No creo que vaya a tener éxito, porque los árabes tienen memoria», agrega, y ejemplifica con la controvertida ley «Estado-Nación» de 2018, promovida por Netanyahu y por la que Israel se autoproclama «hogar nacional» del pueblo judío y reserva el derecho a la autodeterminación a este colectivo y establece el hebreo como única lengua oficial por encima del árabe.
«Si piensa que somos tontos, está equivocado», cierra.
EFE
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