“¿Y qué queres que diga?”, razonaba a última hora de ayer un dirigente del entorno de Alberto Fernández. Por la mañana, el Presidente había resaltado que la carta pública de Cristina Kirchner había sido un “gesto de respaldo” a su administración.
Por Infobae
El Presidente leyó al menos dos veces el texto de la vicepresidente. La primera lectura fue apenas se publicó en las redes sociales, entrada la tarde del lunes. Ojeó la declaración una vez más, por la noche, antes de cenar con Axel Kicillof en vísperas del décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner.
Ayer, mientras se sucedían las manifestaciones en recuerdo del ex presidente, en Casa Rosada todavía se multiplicaban las lecturas por el texto de la ex presidente -entre el vaso medio vacío y el medio lleno-, un sacudón formidable y sorpresivo al interior del Frente de Todos que no esperaba ni el propio Presidente y que, sin embargo, lo ubica frente a un momento bisagra de su gestión. Un antes y un después, sugieren, incluso. “Alberto ahora tiene que hacer lo que vino a hacer, conteniendo a Cristina”, explicaba a media tarde un alto funcionario que se sintió aludido por algunas de las críticas de CFK: “Es muy difícil explicar lo que vivimos todos estos meses”. Es que hay quienes se preguntan, a esta altura, y más allá de la pandemia, qué es lo que ”vino a hacer”.
La pelota, analizaban ayer colaboradores presidenciales, está ahora en manos de Fernández. Visiblemente desgastado. En lo político, y hasta en lo físico. Criticado por la oposición, pero también puertas adentro. La carta de Cristina Kirchner es la cúspide de un proceso traumático en las entrañas del Frente de Todos. “Es momento de volver al centro y empezar a hacer política, Alberto puede quedarse como un comentador de la carta o empezar a gestionar en serio», abundaban anoche. Ya lo había dicho Gustavo Beliz en encuentros reservados con el establishment: “Perdimos el rumbo”.
Ayer, Sergio Massa tenía previsto estar en Salta. Encontró la excusa perfecta para no viajar en las negociaciones en torno al presupuesto, que el gobierno buscará darle media sanción hoy a partir del mediodía. Antes de ir al CCK para participar del homenaje a Kirchner, el presidente de la Cámara baja llamó por teléfono a la Casa Rosada. Le dijeron que primero pasara por la oficina del Presidente. Cuando subió se encontró con Vilma Ibarra. Los dos habían sido mencionados de forma elíptica pero indubitable por Cristina Kirchner, que aprovechó su carta para recordar que se acuerda bien del pasado.
El Presidente definió entonces caminar los 200 metros que separan la Casa Rosada del CCK con su gabinete, fustigado por la ex mandataria, y parte de su entorno más cercano: Santiago Cafiero, Julio Vitobello, Juan Pablo Biondi y Julián Leunda, e Ibarra y Massa en primera fila. En su carta, la vicepresidente había resaltado especialmente a los “funcionarios y funcionarias que no funcionan”. Después, el mandatario almorzó un largo rato con presidente de la Cámara de Diputados.
Alberto Fernández no cree de verdad que la vicepresidente haya respaldado su gestión. Al menos no de manera contundente. El jefe de Estado tampoco tenía previsto cambiar ahora a su gabinete, a pesar de su fastidio con algunos de los ministros. Pero si estaba en carpeta refrescar al equipo deberá esperar un tiempo. Para hacerle honor a la palabra de la ex presidente en eso de que el que decide es él y no ella.
Hace algunas semanas que ambos no se encuentran cara a cara, cómo sí lo hacían meses atrás, a pesar de los contactos telefónicos. En el entorno del Presidente había hasta este lunes plena consciencia de las críticas del Instituto Patria al rumbo de la administración: se encargaron de que trascendiera por todos lados. Pero la declaración pública, con el sello inconfundible de Cristina Kirchner -«cerrás los ojos y la escuchás hablar», se resignaba un colaborador presidencial-, los tomó por sorpresa.
En el kirchnerismo explican que el texto, a pesar de las individualidades, fue un respaldo al Gobierno. Originado en la gravedad de la crisis. Es una de las razones, de las principales, por la que desde La Cámpora justifican el movimiento de la ex presidente: “Es que pasamos de la decepción a la preocupación”.
Hasta ahora, el derrotero de los últimos meses fue, en ese sentido, un pésimo negocio para el Frente de Todos. Tensionado por el frente interno, el Presidente tuvo que endurecerse. Perdió la iniciativa, y la agenda, además de la pandemia, quedó reservada a Vicentin, la reforma judicial, la protesta policial bonaerense y la toma de tierras. Cedió popularidad, y le regaló la moderación a Horacio Rodríguez Larreta, que se perfila como un serio competidor en el 2023. Y el kirchnerismo no pudo sacarle ni siquiera un rédito al intento de avanzar en la Justicia. Massa, el otro socio relevante de la coalición de gobierno, también se encontró con un negocio poco redituable.
La declaración de Cristina Kirchner en la necesidad de avanzar en un acuerdo que involucre a “los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales” del país para enfrentar “el problema de la economía bimonetaria” es la muestra de esa preocupación. Dejó en claro que el problema no es económico. Si no político. “Ella sabe que los empresarios se dieron cuenta que el problema no era ella”, la traducían ayer desde el camporismo.
El círculo rojo que transitó en el último mes entre Olivos y la Casa Rosada se había interesado por la real injerencia de Cristina Kirchner en las decisiones. “Necesitamos saber si garantiza o no acuerdos”, pedían. “Somos un frente común, no hay fisuras”, respondió Alberto Fernández en uno de esos encuentros, en Olivos, frente a media decena de empresarios de primera línea. No terminaron de creerle. Para colmo, algunos de sus principales colaboradores, como Béliz, ya no pudieron ocultar la desazón de una gestión deslucida.
La declaración de CFK de anteayer, aunque el círculo rojo analiza con incredulidad, avala públicamente la agenda que el Gobierno desempolvó en las últimas semanas en la ardua tarea de volver a seducir al establishment. Además de la cúpula de IDEA, que culminó con la presencia del jefe de Estado en el coloquio de hace dos semanas, Paolo Rocca y Marcos Bulgheroni fueron a almorzar o a tomar café a la quinta de Olivos. ¿Qué dirá Cristina Kirchner si el Presidente decide avanzar con otros actores del establishment que la ex presidente todavía no digiere si en su declaración pública dio el visto bueno a un acuerdo multisectorial? ¿Hasta dónde alcanza esa ronda de conversaciones? ¿Incluyen a la oposición? ¿El pedido debilita la imagen presidencial? ¿O la empodera?
La ex Presidenta no da puntada sin hilo: además de mostrar que es la jefa y que ahora ella si da el visto bueno, zamarreó en su texto al pasar a los hombres de negocios de IDEA, con los que Fernández y sus colaboradores volvieron a inaugurar las conversaciones con el empresariado. “Un famoso encuentro autodenominado como lugar de ideas…”, les dedicó. Cuando el texto vio la luz, el mandatario recibía en su oficina a Daniel Herrero, CEO de Toyota y vicepresidente segundo de IDEA.
El apuro que Elisa Carrió le imprimió ayer al comunicado en el que pidió que la oposición acompañe la selección de Daniel Rafecas creó falsas expectativas. La fundadora de la Coalición Cívica no tenía pensado publicar ayer esa declaración: la carta de Cristina Kirchner, explican, aceleró los tiempos. Carrió no coincide con el Presidente. Cree que el texto de la vicepresidente fue un tiro certero a su gestión. Le llegaron incluso versiones de que CFK buscaba modificar el reglamento de designación del candidato a procurador sin mayoría especial para imponer a postulantes de su riñón. “Rafecas es el mal menor”, razonó la ex diputada.
Si Alberto Fernández decide avanzar en un acuerdo con la oposición no será, avisan, con los sectores más combativos. La Coalición Cívica, por caso, se ausentó del último zoom de los líderes parlamentarios de Juntos por el Cambio con el Presidente, en julio pasado, porque vieron en esa conversación una maniobra “especulativa” del oficialismo. Carrió avaló y celebró el faltazo.
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