El 11 de marzo de 2011 se produjo un terremoto frente a la costa noroeste de Japón. 46 minutos después, un tsunami de 14 metros de altura llegó a tierra firme. Aparte de mobiliario urbano, la barrera de agua echó abajo al dique de contención de la central nuclear de Fukushima Dai-ichi, de tan solo 5,7 metros. Inmediatamente se inundaron los terrenos colindantes y los sótanos de la planta. Se destruyeron los generadores de emergencia y la pérdida accidental de refrigerante dio lugar a tres fusiones nucleares, tres explosiones de hidrógeno y una contaminación radiactiva sin precedentes en el océano, sin contar la continental, que obligó a evacuar a toda la población en un radio de 30 kilómetros.
Por ABC
Hoy, casi diez años después, los niveles de radiación han caído a cotas dentro de un rango estimado como seguro, salvo en las aguas más cercanas a la central eléctrica, que aún permanece cerrada. La fauna y flora marina se van recuperando poco a poco y se reabren los pueblos que fueron vaciados tras el segundo accidente nuclear más dañino vivido por la humanidad, solo por detrás de Chernobil. Pero aún sigue habiendo peligros latentes. Un nuevo estudio publicado en « Science» -coincidiendo con el 75 aniversario del ataque a Hiroshima- alerta del riesgo que se encierra en los tanques de la central y aboga en contra de liberar su contenido al mar, tal y como proponen algunos responsables gubernamentales.
«Hemos observado en los últimos nueve años cómo los niveles de cesio radiactivo han disminuido en el agua de mar y en la vida marina en el Pacífico», explica Ken Buesseler, químico marino de la Institución Oceanográfica Woods Hole y autor del nuevo artículo. Sin embargo, alerta: «Algunos no se detectaron en tan grandes cantidades en 2011 y, lo más importante, no todos tienen los mismos efectos en el océano».
Rastreando la radiactividad
Desde 2011, Buesseler ha estudiado la propagación de la radiación del accidente de Fukushima a través del Pacífico. En junio de ese mismo año, movilizó a un equipo científico para llevar a cabo el primer crucero de investigación internacional y estudiar las primeras rutas que el cesio-134 y -137, dos isótopos radiactivos producidos en los reactores, tomaron al fundirse con la poderosa corriente de Kuroshio, frente a la costa de Japón. También creó una red de investigadores en Estados Unidos y Canadá que han ayudado a controlar la llegada y el movimiento de material radiactivo en la costa del Pacífico de América del Norte.
Sin embargo, ahora está más preocupado por los más de 1.000 tanques en el interior de la planta que se están llenando de agua subterránea contaminada por el contacto con los reactores y sus edificios de contención. Aunque los sofisticados procesos de limpieza han sido capaces de eliminar muchos isótopos radiactivos y se han llevado a cabo inmensos esfuerzos para desviar las aguas subterráneas, algunas estimaciones afirman que esos tanques volverán a llenarse en un futuro cercano, por lo que algunos funcionarios japoneses han propuesto que se libere agua directamente al océano.
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