La tortura y la impunidad de la policía en Bielorrusia pesan cada vez más sobre la población de este país, hasta el punto de que varios opositores procesados o encarcelados no han podido soportar las presiones y han intentado quitarse la vida, según denuncian a EFE activistas de derechos humanos y algunas víctimas de la represión del régimen.
«La impunidad de la policía se ha convertido en algo normal. Esto a su vez genera nuevos crímenes, nuevas torturas. Y nos espera más represión», comentó a Efe Valentín Stefanóvich, director adjunto del Centro de Derechos Humanos Vesná de Bielorrusia.
Esta situación ha salido a un primer plano tras el intento de suicido ayer martes por el joven Stepán Latípov durante una vista judicial, tras 51 días de sufrimiento en una cámara de torturas en la que trataron de sacarle a la fuerza una confesión incriminatoria.
«ERES EL SIGUIENTE»
«Lo mismo le pasará a mis vecinos y familiares si no confieso», afirmó el acusado, y, dirigiéndose a su padre, dijo: «prepárate, eres el siguiente».
Latípov fue hospitalizado y operado de urgencia.
«Me da miedo imaginar qué podría haber llevado a tal grado de desespero a Stepán. Él es totalmente inocente», comentó a Efe Serguéi, vecino de la Plaza de los Cambios, un emblemático barrio de Minsk que ha destacado por su actitud contestataria en contra del presidente Alexandr Lukashenko.
Las autoridades acusan a Latípov de estafa, resistencia a la policía y desorden público, pero los defensores de derechos humanos de Bielorrusia le han declarado preso político y denunciado que la causa penal en su contra es fabricada.
UNA CONFESIÓN A GOLPES
Durante el juicio, el joven -que tenía una mano vendada, un ojo morado y cojeaba- comentó que estuvo retenido en una «press-jata», especie de celda insonorizada en la que los agentes del orden torturan a los detenidos en busca de una confesión.
«Habitualmente el detenido es golpeado por sus compañeros de celda, plantados especialmente» por la policía, explica Stefanóvich.
Cada vez son más los que relatan vivencias parecidas tras ser detenidos.
DESESPERO MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES
A fines de mayo Liudmila Jlusévich, de 65 años y con leucemia, redactó después de numerosos interrogatorios una nota de despedida en la que responsabilizó al Estado de lo que pudiera sucederle.
Pocos días después, un joven de 18 años, Dmitri Stajovski, se quitó la vida, desesperado por las presiones del Comité de Investigaciones.
Tras las fraudulentas elecciones de agosto de 2020, en las que Lukashenko se atribuyó un sexto mandato, junto a las protestas pacíficas creció la represión en los centros de detención y cárceles.
Según Vesná, en Bielorrusia hay 454 presos políticos. La Fiscalía ha abierto más de 3.000 causas penales por participar en las manifestaciones contra Lukashenko.
Más de 4.000 bielorrusos, según Stefanóvich, han denunciado ser objeto de torturas por parte de la policía, sin embargo, hasta el momento no ha sido abierta ni una sola causa penal contra ningún agente del orden por abuso de poder.
LO IMPORTANTE ERA SOBREVIVIR
El periodista Alexandr Burákov pasó veinte días encarcelado, tras ser detenido junto a un tribunal al que acudió para una cobertura informativa.
«Nos despertaban hasta dos veces cada noche. Después de este tiempo en una celda estrecha perdí la orientación espacial, los edificios en la calle parecen más lejanos que en realidad», relató a Efe.
Pasó casi tres semanas en una celda abarrotada, en la que dormían en el piso porque no daban colchones, les desnudaban tres veces al día para registrarlos y les golpeaban con porras.
«Puede que esto no sea un campo de concentración, pero sí una cárcel militar», relató.
Ante el abuso se declaró en huelga de hambre, pero al octavo día comenzó a sufrir de taquicardias y desistió. «Comprendí que lo más importante era sobrevivir», recuerda.
EFE
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