El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, acaba de cerrar las puertas de los BRICS a la Venezuela de Maduro y presumiblemente hará lo mismo en Mercosur, donde en su día Lula y los Kirchner colaron a la Venezuela de Chávez –rebajando el listón por compadreo político en lugar de primar los criterios económicos propios de un mercado común– y donde luego Caracas (sin Lula ni los Kirchner en el poder) fue suspendida por su deriva autoritaria.
Antes de las elecciones venezolanas del mes de julio, Lula anunció que, tras esos comicios, apoyaría levantar la suspensión de Venezuela en el mercado que forman Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay, a los que acaba de unirse como miembro pleno también Bolivia. Pero el desengaño de Lula sobre la actitud postelectoral de Maduro (un autoengaño en realidad no muy inocente) le ha llevado a romper su relación con los máximos dirigentes del chavismo.
Esto último lo ha demostrado con el veto que ha ejercido para impedir, en la cumbre de los BRICS del pasado fin de semana, que Vladimir Putin extendiera a Venezuela la invitación a entrar en ese club de países, que va adquiriendo cada vez un mayor tono antioccidental. Maduro se trasladó hasta Kazán, en las orillas del Volga, con ánimo de recibir el espaldarazo que la mayoría de la comunidad internacional le niega por el evidente robo electoral perpetrado y el autogolpe de estado que consumará a partir de enero al seguir en el cargo. Lula no acudió allí –evitó tener que darle la mano a Maduro–, alegando haber sufrido un accidente doméstico en la cabeza que le obligaba a quedarse en Brasil, si bien luego se le vio públicamente sin ningún rasguño siquiera.
No es que Lula mande mucho en los BRICS (siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), donde en el fondo decide Xi Jinping y Putin se hace la foto. Ya a finales del año pasado, Brasil e India quisieron abortar la ampliación del club, por entender que si hay más socios se rebajará su poder decisorio en el grupo, pero la ampliación se hizo. Entraron Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía y con esa extensión la organización ha pasado a llamarse BRICS+. Exigida por China la suma de nuevos países, Brasil actuó entonces como avalador de la Argentina peronista, solo que al llegar Milei a la presidencia este decidió no consumar la entrada, que debía ser efectiva el pasado 1 de enero (otro invitado, Arabia Saudí, se lo está pensando).
La operación acordeón desde luego no ha terminado, pero a Lula no le conviene que a fuerza de sumar dictaduras (Venezuela y Nicaragua desean agregarse al club) los BRICS+ se conviertan en la némesis del G-7 o de la OCDE, pues la fuerza internacional de Brasil solo residirá en su capacidad de puente entre Occidente, del que culturalmente forma parte, y el Sur Global, que desearía coliderar. La brecha abierta entre Lula y Maduro no hace sino dar argumentos a Brasilia por mantener a Venezuela fuera de la organización, mientras China no se empeñe en lo contrario.
Resulta curioso que solo ahora Lula reaccione frente al autoritarismo chavista. Antes de las elecciones de julio, Venezuela era igualmente una tiranía y Maduro era ya un presidente usurpador: la comunidad internacional ya denunció el fraude de las anteriores presidenciales; solo que ahora hay pruebas abrumadoras del robo electoral. Da la sensación de que si Maduro hubiera robado las elecciones de julio no tan a la vista de todos, Lula habría mirado para otra parte y habría promovido al menos el regreso de Venezuela a Mercosur, donde su membresía fue suspendida, en aplicación de la Carta Democrática de la organización, cuando en Argentina gobernaba Macri y en Brasil lo hacía Michel Temer. Seguramente el veto tampoco se habría levantado, pues ni la Argentina de Milei, ni Paraguay o Uruguay (aunque el Frente Amplio pueda llegar al poder) están por esa opción.
Con la exclusión de Venezuela de Mercosur y los BRICS se pone de manifiesto el muy escaso margen de maniobra internacional que tendrá Maduro tras ser investido presidente a pesar de que las actas electorales –que son documentos oficiales aunque su cómputo no haya sido proclamado «oficialmente»– muestran que perdió por mucho las elecciones y los venezolanos lo rechazan.
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