Matan con idéntica crueldad que siempre. La única diferencia es que ahora graban su salvajismo y lo suben a las redes sociales para alardear de su poder y, en unos casos, no siempre, amedrentar a la población. También, al igual que sucede en todo el planeta, son guerrilleros jóvenes encantados de exhibirse en Facebook e Instagram, armados hasta los dientes, o con fajos de billetes y botellas de whisky al estilo narco, sin molestarse en ocultar sus rostros.
Pero, quizá, son los asesinatos filmados con los móviles la práctica siniestra que apenas comienzan a poner de moda, lo que provoca más estupor. La última que han difundido sucedió esta semana en El Charco (Nariño), un municipio sobre el río Tapaje, que desemboca en el Pacífico, y que ahora disputan diferentes disidencias de las FARC-EP con otras mafias, por tratarse de una excelente ruta para traficar cocaína.
En las imágenes se aprecia a unos jóvenes armados de fusiles y pistolas, a bordo de una lancha, disparando sobre unos hombres que se aferran a las ramas de los mangles. Les acribillan a balazos mientras ríen algunos de los asesinos. Lo más probable es que ellos mismos trasladaran a sus víctimas hasta ese lugar inhóspito, de acceso difícil, para segarles la vida.
En otra de las muchas fotos que remiten los grupos armados, se aprecia a un hombre muerto, al que le han puesto encima un cartel donde advierten que le mataron por ‘sapo’ (soplón), el destino que tendrán todos los que ellos consideren aliados de sus rivales. Sucedió en abril pasado en El Plateado, una población del municipio de Argelia, departamento del Cauca, que sufre la violencia de una manera más cruda por la proliferación de cultivos de coca y ser escenario de toda la cadena del narcotráfico.
En esa misma región, una de las disidencias de las FARC-EP regó dos vídeos atroces, hace pocas semanas, por las redes sociales. En uno interrogan a dos de sus enemigos, aterrados por lo que les espera, y después muestran cómo descuartizan un cuerpo; en otro, observan divertidos varios cadáveres de sus oponentes, tras un enfrentamiento.
Nada sugiere que vaya a disminuir la barbarie, que ahora el país conoce de una manera más brutal por las cámaras de los móviles. Las renovadas FARC-EP, divididas entre la Nueva Marquetalia de Iván Márquez y las de Iván Mordisco, formadas por una pléyade de Frentes; el ELN, EPL, Autodefensas Gaitanistas y los Caparros, son ahora los grupos más fuertes y autores de casi todas las matanzas.
En lo que llevamos del 2020, ya van 71 masacres (tres o más víctimas) con un total de 246 muertos, según Indepaz. Esta semana, además de la de El Charco, masacraron a seis chicos en Buenos Aires, población del Cauca. En todos los casos se trata de guerras por las áreas donde florecen, sobre todo, la producción y tráfico de cocaína y la minería ilegal de oro.
Los datos de la citada ONG, señala que Antioquia, con catorce, Nariño y Cauca, con nueve ambas, encabezan el infausto listado de los «asesinatos colectivos», como les ha bautizado el Gobierno Duque. Y si bien el que aparezcan imágenes supone una mayor presión sobre el presidente, cada día el panorama se torna más violento y complejo, sin que se vislumbre una salida pronta.
Para Diego Santos, ex director de Twitter Colombia y experto en comunicación digital, esa ola de grabaciones «no creo que esté inspirada en fenómenos como el del ISIS, que seguía un plan metódico con producciones de gran calidad». A su juicio, le dice a EL MUNDO, en Colombia, «en muchos casos son chicos sin educación ni futuro, que no siempre son conscientes de la dimensión del impacto que provocan en la sociedad. Jóvenes inmaduros que quieren mostrar su poder, pero no es parte de una campaña mediática».
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