En la tarde del 11 de marzo de 2011 el cuarto terremoto más grande que se haya registrado en la historia de la sismología golpeó Japón, produciendo un enorme tsunami con olas de más de 40 metros de altura que arrasaron la costa noreste del país y, como si fuera poco, causaron que tres reactores de la central eléctrica de Fukushima Daiichi se derritieran y derramaran su radioactividad por el campo, en el peor desastre nuclear del mundo desde Chernobyl.
Por Jorge Cantillo | Infobae
En medio de esa serie de sucesos catastróficos, más de 18.500 personas perdieron la vida, y el país sufrió daños materiales que superaron los 210 mil millones de dólares, haciendo de este el desastre natural más costoso de la historia.
El mundo entero sufrió junto a los japonenses mientras las imágenes de la devastación causada por el tsunami llenaban todos los noticieros y periódicos. La magnitud de ese caos hizo que se perdieran muchas historias de tragedias dentro de la gran tragedia. Reconstruirlas fue una de las motivaciones de Richard Lloyd Parry, editor de The Times en Asia, quien en su libro “Fantasmas del Tsunami”, escribió sobre la escuela de Okawa.
Okawa es una pequeña comunidad costera cuya tragedia fue excepcional. Está ubicada en un pliegue olvidado de Japón, debajo de colinas y entre campos de arroz. En su escuela primaria, el día en que la gigante ola descargó toda su fuerza contra las costas japonesas, murieron 74 de los 78 niños y niñas que asistían a sus clases, y 10 de los 11 maestros que las impartían.
Memorias de Okawa
La escuela primaria de Okawa, el epicentro de esta tragedia, está a mas de 200 millas al norte de Tokio, en un pueblo llamado Kamaya, que se encuentra en la orilla del gran río El Kitakami, que dos millas más adentro llega a su desembocadura en el Océano Pacífico.
Esa región de Japón era conocida en la antigüedad como Töhoku, un notorio reino fronterizo de bárbaros, duendes y un frio que congela los huesos. Hoy sigue siendo un lugar remoto, con mucha dificultad para llegar, donde todavía se mantienen muchas tradiciones rurales de la cultura japonesa.
De ese pueblo ya no queda nada, diez años después de Tsunami todo el valle donde alguna vez hubieron cientos de casas, hoy es un campo vacío, y en medio de esa desolación los escombros de la escuela Okawa se mantienen como un recuerdo fúnebre de los pequeños niños que allí murieron.
Su historia pudo fácilmente haber quedado en el olvido, pero seis meses después del tsunami, Lloyd Parry llegó hasta Okawa dispuesto a reconstruirla, una tarea titánica que le tomó años de investigación.
“El 9 de marzo de 2011 también hubo un terremoto fuerte en esa área de Tohöku que incluso se sintió también en Tokio y que teminó siendo el precursor del terremoto realmente grande que vino después y el Tsunami que este ocasionó”, dijo en una reciente entrevista con The Japan Times.
La costumbre a este tipo de terremotos los llevó a seguir los protocolos habituales: resguardarse debajo de los escritorios, esperar que pasara el primer impacto, tomar los cascos plásticos amarillos que cada alumno guardaba en su casillero y salir al patio del recreo a formarse por cursos mientras esperaban instrucciones.
En el momento que se sintió el terremoto eran las 2:45 de la tarde, 15 minutos después de que el día escolar terminara en la escuela de Okawa. Para entonces ya el autobús escolar estaba esperando a los niños en la entrada, algunos habían subido, pero la mayoría todavía estaba en los salones terminando los últimos deberes antes de irse a pasar el fin de semana.
En el aula de sexto año una niña llamada Manno estaba celebrando su cumpleaños, pero justo cuando sus amigos le cantaban, el terremoto golpeó.
Soma Sato, uno de los niños de sexto año que logró sobrevivir contó tiempo después como la habitación comenzó a temblar muy lentamente de un lado a otro. “Se sentía gigantesco, los maestros corrían de un lado a otro diciendo ‘agárrense de los escritorios’”.
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