“Los talibanes habrían lanzado la ofensiva aunque las tropas de EE UU siguieran sobre el terreno”, sostiene el secretario de Estado Blinken, que rechaza similitudes con la salida de Saigón.
Maria Antonia Sánchez Vallejo | El País
La historia se repite. El sobrevuelo incesante de helicópteros Chinook y Black Hawk sobre los tejados de la Embajada de EE UU en Kabul ha acelerado este domingo la evacuación del personal de la legación, como en un calco de la desbandada de Saigón en 1975. Dos salidas marcadas por la sensación de urgencia y la tácita asunción de la derrota, aunque la Casa Blanca descarta la analogía mientras insiste en su decisión de abandonar el país centroasiático por impotencia ante la incapacidad de los líderes afganos de asumir su propio destino, la corrupción generalizada y la desmoralización y la penuria del Ejército local.
Veinte años de misión de combate, 83.000 millones de dólares (más de 70.000 millones de euros) invertidos en la formación de los 300.000 efectivos de las fuerzas armadas afganas, se esfuman en el umbral de un nuevo Emirato Islámico -la denominación usada por los talibanes-, cuando el mundo apenas había logrado olvidar las atrocidades del llamado Califato del ISIS en Siria e Irak.
“Las fuerzas armadas [afganas] no han sido capaces de defender el país, y eso ha sucedido mucho más rápido de lo que preveíamos. Pero esto no es Saigón”, ha subrayado el domingo el secretario de Estado, Antony Blinken. En declaraciones a varios canales de televisión, el jefe de la diplomacia estadounidense defendió la retirada, convencido de que los talibanes habrían lanzado la ofensiva aunque las tropas de EE UU hubieran permanecido en Afganistán. “La idea de que se podría haber mantenido el statu quo mediante la continuación de nuestra presencia militar allí es simplemente errónea”, ha dicho Blinken en respuesta a las críticas por el rápido deterioro de la situación. Porque además los objetivos que EE UU se marcó en 2001 se han cumplido, subrayó: acabar con Osama bin Laden y “yugular la capacidad operativa de Al Qaeda”, autora de los ataques del 11-S en EE UU.
Con el traslado de un pequeño grupo de diplomáticos, los que iban a permanecer como retén tras la retirada definitiva de las tropas, a un recinto del aeropuerto internacional de Kabul por tiempo indefinido, además del cierre de la misión y la destrucción de documentos y material sensible, Washington ha soltado amarras de su guerra más larga ante el paseo militar de los talibanes, que el domingo comenzaban a entrar en Kabul, tras una ofensiva lanzada en mayo, cuando arrancó la retirada de las tropas de la coalición internacional. El avance talibán ha adquirido un carácter galopante la última semana, durante la cual han conquistado todas las ciudades importantes.
Funcionarios de la Administración de Biden intentaban confirmar a primera hora del domingo si los radicales seguían a las puertas de la capital o algunos grupos de milicianos se habían constituido en avanzadilla en el casco urbano, como adelantó un portavoz talibán, “para garantizar el orden” en las zonas abandonadas por las fuerzas regulares. La inmediata entrada de los mandos insurgentes en el palacio presidencial de Kabul dejaba poco margen a la duda. A primera hora también resultaba imposible saber si el embajador, Ross Wilson, y su reducido equipo seguirían en el aeropuerto o serían evacuados junto con otros conciudadanos, la eventualidad más probable. De hecho Wilson, encargado de negocios al frente de la legación, habría abandonado ya el país según la agencia Reuters.
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