A la doctora Hilda Molina (Ciego de Ávila, Cuba, 1942) se le acercó Fidel Castro en los años 80, un hecho que marcó su vida, a su pesar. Recuerda cómo estaba muerta de miedo cuando la llevaron ante el Comandante, intrigado por su afán por crear una institución internacional sobre neurociencia. «Creían que podría ser una espía», relata a la periodista Ana Alonso para El Independiente
Pero no era así y Fidel se dio cuenta. Estaba ante una mujer entregada a su pasión: la medicina, con el propósito de que los enfermos cubanos tuvieran una atención de calidad. Fidel se quedó fascinado. Desde entonces pasó muchas hora con Hilda, a quien reveló su plan para conquistar el mundo.
«Fidel llegó al poder con un plan preconcebido. Quería crear la patria grande latinoamericana anti imperialista. No concebía que no pudiera ser presidente de Estados Unidos», cuenta Hilda Molina en conversación telefónica desde Buenos Aires, donde vive desde que tras un calvario de 15 años pudo salir de Cuba en 2009. Había roto con el régimen castrista en 1994 y desde entonces le hicieron penar por su disidencia.
Recuerda Hilda Molina una de las excepcionales ocasiones en las que coincidió con Raúl Castro, quien sucedió a su hermano y aún hoy sigue moviendo los hilos del régimen cubano. Raúl le contó cómo a Fidel nunca le interesó hacerse cargo de las tierras de su padre, un terrateniente en la región oriental de la isla. «Fidel decía: ‘No quiero esta finca. Yo quiero conquistar el mundo’».
Con 15 años Hilda Molina, educada en colegios religiosos, se sumó a lo que ella llama «aquella epopeya». «Yo quería que no hubiera injusticia, que tuviéramos un sistema de salud decoroso. Creía en lo que decía aquel Fidel de 1959. Mi madre ya me advirtió que no le gustaba porque hablaba con odio».
La joven Hilda se dedica a tareas de alfabetización y trabajos agrícolas. Luego estudia medicina con excelentes resultados. Fue la primera mujer en graduarse como neurocirujana. Entonces se dio cuenta de que Cuba distaba mucho de ser una potencia en medicina y echó en falta el contacto con los científicos del exterior.
Buscó la forma de leer las revistas científicas más destacadas del mundo y entró en contacto con varios investigadores a quienes pidió ayuda. Empezó a dar forma a su sueño de crear un centro internacional de neurocirugía.
Estuvo de misión médica en Argelia, en 1983 y 1984, una experiencia muy dura, que al menos le permitió seguir su correspondencia sin despertar sospechas. Pidió ayuda a los investigadores con quienes había contactado para crear esa institución.
Ya de vuelta en La Habana solicitó los permisos al Ministerio de Sanidad, sin obtener respuesta, pero sus tratos con el exterior levantaron las sospechas del régimen. Por esa razón el Comandante ordena que vayan a buscar a la doctora. Cuando le explica su propósito, Fidel se da cuenta de que ese centro puede encajar en sus planes.
«Le dije que había buscado ayuda porque estábamos atrasados y los enfermos cubanos no se lo merecían. Le pedí que me escuchara y optó por interrogarme. Se dio cuenta de que aquella mujer muerta de miedo había conseguido que se hiciera el centro en Cuba. Me pidió, y era madrugada, que le enseñara el proyecto. Leyó el plan y ahí me dijo que estaba aprobado», explica Hilda Molina. No se lo podría creer. Saldría adelante el Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN).
«Me dijo: ‘Esto es tuyo, de los científicos del mundo. Y mío, claro’. Yo le contesté que era un regalo para los enfermos. Y concluyó: ‘Está bien’», recuerda la doctora.
El régimen castrista lo que donó fue el edificio para el centro, que se fundó en enero de 1989. De todo lo demás se ocupó Hilda Molina y los científicos que le habían prometido asistencia.
A partir de entonces Fidel empieza a visitar el centro, donde conversaba con la doctora, quien conoció de primera mano el llamado Socialismo del Siglo XXI. Tuvo ocasión de conocer a Fidel como muy pocas personas en el mundo. Y fue elaborando un perfil psicológico del líder cubano.
La doctora Hilda Molina habla con Fidel Castro en los años 80 en La Habana. | Foto H.M.
Marcado por el resentimiento
Si tuviera que definir con una palabra a Fidel, Hilda Molina elegiría «resentimiento». De su relación de amor y odio con Estados Unidos, resulta revelador cómo Fidel pasó su luna de miel, cuando se casó en 1948 con Mirta Díaz-Balart, madre de su hijo Fidelito que acabó suicidándose, en Miami Beach, Nueva York y las cataratas del Niágara. Mirta Díaz Balart se casó de nuevo en 1956 con el diplomático Emilio Núñez y dejó Cuba para instalarse en Madrid. Es tía de Mario y Lincoln Díaz-Balart, anticastristas instalados en Miami.
En 1940, un Fidel adolescente escribió al presidente Franklin D. Roosevelt para pedirle un billete de 10 dólares porque nunca había visto uno. La carta se conserva en la Biblioteca Presidencial del Archivo Nacional de Estados Unidos.
«Uno de los rasgos distintivos de la personalidad de Fidel es su resentimiento. Así ha logrado que todos los resentidos del mundo le sigan. Ha armado la revolución de los antivalores. Tiene una mezcla de pasión y odio por los que llamaba yanquis. Estaba desesperado por ser aceptado por los americanos», señala la neurocirujana, que estudió su perfil psicológico en el tiempo en que conversaron en los años 80 y principios de los 90.
«Fidel era psicópata, sociópata y narcisista. Los psicópatas son carismáticos e inteligentes. Fidel era perversamente inteligente, un estratega extraordinario. El gran problema del mundo ha sido ignorarlo», dice la doctora. «Tenía una mirada vacía, sin alma. No experimentaba sentimientos hacia nadie. Era un alma atormentada».
Solía frecuentar la compañía de Hilda Molina, siempre acompañada con su madre, porque decía que su presencia le tranquilizaba. Aquella mujer menuda y perseverante le parecía misteriosa y por ello le cautivó. Hasta tal punto que le pidió matrimonio.
«Aquel fue un momento espantoso en mi vida: pensé que iban a matar a mi hijo. Me lo planteó con respeto, después de varias conversaciones en las que intentaba pasar al terreno personal. Un día me pidió que lo escuchara, y no le hablara de los enfermos. Estaba nervioso. Me dijo que fuera su compañera en la vida. No quería esconderme. Añadió que yo era su salvadora. ¡Qué perversión! ¿Cómo iba a negarme a salvar al héroe del mundo?», rememora.
Hilda dice que la respuesta surgió de forma instantánea. Aún no se explica cómo reunió el valor para rechazarlo de una manera que no fuera ofensiva ni le trajera consecuencias. Pensó en su hijo. «Se lo agradecí. Y añadió: ‘La culpa de mi respuesta la tiene usted’. Yo no me puedo casar con Dios. Para los cubanos usted es Dios. Nunca lo podré mirar de una manera diferente. Y no paraba de repetirlo: ‘Usted es Dios, usted es Dios’. Se quedó muerto, frío, pálido. No podía negarlo».
Mantuvo oculto durante años ese detalle de su vida, que solo conocían su madre y ella. Recientemente confirmó la historia cuando un diplomático argentino muy amigo de Fidel Castro se puso en contacto con ella para decirle lo mucho que había impresionado al líder cubano, quien le había confesado su declaración. Como este amigo de Fidel dio a conocer este hecho, ella lo corrobora.
«No sé si me admiraba o era un antojo. Yo no podía enamorarme de él porque había visto su alma. Después me destruyó la vida. Me separó de mi hijo», añade con profunda tristeza. La doctora se refiere a los 15 años que tuvo prohibida su salida de Cuba, mientras su hijo se había instalado ya en Argentina.
Hilda Molina, que fue diputada a instancias de Fidel Castro, rompió con el castrismo cuando se dio cuenta de que querían convertir el centro que había creado gracias a la ayuda internacional en un negocio. Primero solo querían habilitar unas camas para enfermos extranjeros, pero luego reclamaron más espacio. No era su idea y dejó el centro y se distanció. Le impidieron durante años salir de la isla.
La patria grande latinoamericana
Hilda Molina mantiene que Fidel Castro, cuando llegó al poder en 1959, ya tenía un plan para perpetuarse al mando y tomar como base de operaciones Cuba para expandir su «revolución silente».
«Todo lo iba haciendo de manera muy inteligente. Nos quitó los valores de la patria y despersonalizó a los cubanos. Me hablaba de la ‘revolución silente’ de Gramsci y me llevaba libros. Yo no estaba interesada, prefería seguir leyendo sobre medicina. Una noche lloré cuando leí a Gramsci. Venía a decir que no hacía falta más que meterse en las neuronas de la gente, robarles el pensamiento, y llegar al poder por una revolución cultural. Es lo que nos había hecho a nosotros y lo que estaba haciendo en América Latina», señala.
Según la doctora, que escribió ya en el exilio Mi verdad: de la Revolución Cubana al desencanto, «lo más espantoso es ver ahora que lo que Fidel armó está en curso. Fue quien orquestó el Foro de Sao Paulo. Supo que iba a caer el Muro de Berlín, vio cómo se colapsaba el bloque comunista europeo, y me decía que la lucha armada no iba a llevar al poder a sus alumnos, que los únicos guerrilleros que habían triunfado eran los cubanos».
Afirma Hilda Molina que cuando cayó el Muro de Berlín, era cuando se veían con más asiduidad, Fidel le dijo: «Creen que han ganado pero somos indestructibles». Ya tenía en mente otras alianzas y buscar otras banderas.
Su plan se basaba en un principio: había que pervertir la democracia. «Me decía que los oligarcas habían creado esa tontería que era la democracia. Por ello había que utilizarla para llegar al poder y así no ser tildados de dictadores. Haría la revolución socialista con la bobería de la democracia», señala Molina.
Así buscó un delfín en América Latina y lo encontró en Hugo Chávez. Cuando Chávez dio el golpe contra Carlos Andrés Pérez, Fidel se dio cuenta de que Chávez podría ser su hombre. «Chávez lo admiraba. Fidel lo usó. Le gustaba su verborrea, pero le parecía payasesco». Cuando fue indultado por Caldera, Fidel lo invitó a La Habana, y le aconsejó que fuera candidato a la Presidencia. Lo iban a financiar. Si ganaba, se garantizaban el petróleo venezolano. El plan falló porque Chávez murió prematuramente.
Fue Chávez quien contrató precisamente a Heinz Dieterich, el teórico que acuñó el nombre de «socialismo del siglo XXI», aunque el concepto, el significado, es de Fidel. «Su teoría no le servía pero el nombre era perfecto para lo que estaba armando».
¿Y qué era esa patria grande latinoamericana? «Es un bloque monolítico al que se sumarían los países de América Latina, en los que llevaba años trabajando en la revolución silente, con sus emisarios. Penetraba en la prensa, en la educación, en los grupos religiosos… Los enseñaba a pensar. Quería apoderarse del cerebro de la gente. Así llegarían al poder vía democracia y luego se perpetuarían».
Pasos que sigue Podemos
Hilda Molina asegura que la hoja de ruta marcada por Fidel Castro la sigue Podemos en España. «Es fácil identificarlos: capturan el poder por la vía democrática, se instalan de forma perpetua con un discurso populista y fachada de revolución, suplantan la Constitución, sustituyen la institucionalidad republicana por la dictatorial, cambian los sistemas electorales para perpetuase en el poder y acaban con la separación de poderes, eliminan los medios independientes, y suprimen los valores», enumera Hilda Molina todas las señales a las que hay que prestar atención y que ella ve claramente en Unidas Podemos.
Para lograr el apoyo popular convierten a los ciudadanos en dependientes del Estado. «Es una guerra psicológica contra el ciudadano inerme. El socialismo de Estado es un sistema de Estado en el que el legislativo y el judicial apuntalan al ejecutivo, en sus manos», concluye Hilda Molina.
En América Latina los tentáculos de Fidel Castro están claros: desde Venezuela hasta la Argentina que en las sombras dirige Cristina Fernández de Kirchner.
Pero las redes van más allá. «El objetivo sería terminar con la hegemonía occidental. Así avanzan en China, Rusia, Irán, Siria y Corea del Norte. Me dijo que tenía una coalición con esos países. Es un bloque monolítico que se ayuda, se defiende, nunca se critica. Y busca aliados en las instituciones internacionales».
Hilda Molina fundó en 2010 la asociación Crecer en Libertad. «La única arma eficaz es la Revolución de los Valores, la única manera de vencer a la peligrosa Revolución de los Antivalores. El fin sería formar a personas que decidan con criterio propio. No veo líderes por ningún lado. Para que no haya déficit de líderes hay que formar en valores. No debemos callarnos, ni dejarnos manipular. Hay que comprometerse».
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