Mientras se apagan en Oriente Próximo, las alarmas sobre el fortalecimiento de grupos terroristas de corte islamista se encienden en África. Uno de los focos de esa amenaza se encuentra al norte de Mozambique, en la provincia de Cabo Delgado, fronteriza con Tanzania, bañada por las aguas del océano Índico y rica en gas natural, rubíes y grafito. Desde octubre de 2017, cuando tuvo lugar un primer atentado en la localidad portuaria de Mocímboa da Praia, se han producido 807 incidentes violentos, según el centro de análisis Acled. Atosigadas por la crisis, miles de personas han abandonado sus hogares, con una cifra de desplazados internos que alcanza alrededor de los 670.000, según la ONU. Por si no fuera suficiente, un informe de Save the Children desvelaba hoy que los niños se estaban convirtiendo en objetivo de las masacres, citando casos de menores de edad decapitados o traumatizados después de presenciar un asesinato.
«Expresamos nuestra inquietud, porque Mozambique, que es uno de los países más pobres de África, ya estaba siendo golpeado por las crisis climáticas, y ahora se añade el terrorismo», lamenta David del Campo, director de Cooperación Internacional y Acción Humanitaria de Save the Children, a ABC. «Atacan a la población civil para inyectar miedo. Intentan ganar sus batallas a través de la violencia contra los niños», señala también, recordando que la inestabilidad de otras zonas, como la del Sahel, parece estar reproduciéndose por nuevas regiones del continente, expandiendo la violencia.
Práctica frecuente
«Las decapitaciones también se produjeron en Mozambique en 2018, 2019 y 2020», denuncia Zenaida Machado, encargada de investigación sobre Angola y Mozambique en la división africana de Human Rights Watch, a este periódico. Para la trabajadora humanitaria, las familias que han perdido a sus seres queridos en un ataque de este tipo, o que lo han tenido que presenciar, deben recibir asistencia psicológica inmediata, con el propósito de paliar la probable herida emocional que esa experiencia les ha ocasionado. Del mismo modo, exige hacer un esfuerzo por reunir a los menores desaparecidos o que se han perdido con sus hermanos y padres.
«El grupo que opera en el norte de Mozambique está vinculado a Daesh», explica Dagauh Komenan. Según el africanista, el origen de la violencia se puede buscar en 2014, cuando los terroristas del autodenominado Estado Islámico (EI, llamado Daesh) comenzaron a ser hostigados sin tregua en Oriente Próximo, de un lado por las fuerzas sirias de Al Assad, por Irán y Rusia, y de otro por la coalición internacional liderada por Estado Unidos. «En África -añade-, los yihadistas se han dado cuenta de que pueden tener éxito. Siempre buscan lugares que son ricos en recursos naturales, como Cabo Delgado, porque se lucran con el petróleo o el gas».
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