Los trabajadores del hotel Meliá Sarriá de Barcelona forman un pasillo para despedir a los últimos «pacientes Covid» alojados en sus habitaciones. Tras meses auxiliando al sistema sanitario, el hotel cierra para prepararse para acoger turistas, aunque estos tardarán en llegar.
AFP
Desde finales de marzo, más de 500 infectados pasaron por este establecimiento, que llegó a tener sus 300 habitaciones completas. Los seis últimos dejaron el hotel este miércoles entre aplausos de unos empleados exhaustos y satisfechos tras un trimestre de duro trabajo.
«Nos quedamos un poco vacíos de nuevo, estamos acostumbrados a que el hotel siempre tiene mucho funcionamiento. Ha sido una experiencia muy bonita, casi cien días con pacientes, ha sido especial, emocionante», reconoce Hugo Figueroa, encargado de la recepción de 45 años.
La recepción del hotel, adonde en marzo llegaban decenas de pacientes diarios en ambulancias y autocares, empieza a recuperar su aspecto habitual.
En la parte más alejada a la entrada, junto al comedor de los desayunos convertido durante unos meses en oficina del personal sanitario, se ven todavía las batas azules de protección en un colgador y cajas de equipamiento médico que una enfermera está ordenando y recogiendo.
En la calle, fantasmagórica cuando el hotel se medicalizó para auxiliar un sistema sanitario desbordado por el virus, ha vuelto el rugido de los coches y los vecinos por las aceras.
«Motivo de alegría»
«La situación epidemiológica ha cambiado, hemos avanzado mucho en todos los sentidos. Y cerrar el hotel, ahora, es un motivo de alegría», asegura la doctora María Pérez-Huerada, que durante unos meses cambió su consulta en el cercano centro de atención primaria Montnegre por este establecimiento.
En este periodo, ha vivido de primera mano la evolución de la pandemia y los efectos del severo confinamiento decretado desde mediados de marzo en España, donde el coronavirus ha causado más de 28.360 fallecidos.
«Al principio, los pacientes venían de los hospitales, habían estado ingresados, casi todos en la UCI, algunos se complicaban y tenían que volver al hospital», recuerda esta doctora.
Después, los casos graves fueron cada vez más puntuales hasta que, estas últimas semanas, la mayoría de huéspedes eran infectados leves que ni siquiera habían pasado por hospital pero no disponían de espacio en sus domicilios para aislarse correctamente de sus familiares.
Eso le ocurrió a Janela Casandra Armeño, una joven de 22 años que sale a la calle con el alta hospitalaria bajo el brazo. Su caso no revestía gravedad pero como en su casa «no había muchas habitaciones», ella y su suegro entraron en el hotel la semana anterior.
Ahora, después de dar negativo en una PCR, ya puede volver a casa para «abrazar a su hijita». Él deberá esperar un poco más y, como otros tres pacientes todavía positivos, fue trasladado a otro establecimiento del grupo Meliá que permanecerá medicalizado por si hubiera rebrotes.
Sin pacientes, ni turistas
Ya sin enfermos, el Meliá Sarriá empieza la transformación para recuperar su función original. El personal de limpieza lleva una semana desinfectando los diferentes espacios y unos operarios trasladan por los pasillos las camas que se habían sacado de algunas habitaciones.
Sus puertas, sin embargo, estarán cerradas al menos hasta septiembre.
Aunque España reabrió sus fronteras con la Unión Europea y otra quince de países, sus responsables no esperan un volumen de visitantes suficientemente rentable con lo que prefieren utilizar el verano para realizar algunas reformas.
«La semana que viene podríamos empezar a recibir a turistas. Pero este distrito es muy financiero y depende de un segmento menos turístico. La idea es abrir en septiembre, cuando empieza un modelo más de congresos, negocios, empresas…», explica su director, Enrique Aranda.
En la recepción, donde acaban de hacerse una fotografía de grupo con los profesionales sanitarios con quienes formaron equipo, Hugo Figueroa no esconde sus ganas de volver a recibir clientes en taxis y limusinas.
«Querrá decir que todo esto ha pasado y lo recordaremos como una especie de pesadilla general. Es lo que nos apetece, que vuelva todo a la normalidad».
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