“Esto un día nos va a matar”, protesta Juan Gómez mientras termina de recoger cristales rotos del balcón de su casa, frente a la planta química que explotó el martes en España, causando tres muertos y siete heridos.
Desde allí se vislumbra una columna de humo elevándose por encima de la planta accidentada, en medio de un paisaje de fábricas, chimeneas y depósitos pertenecientes al polígono químico de Tarragona (noreste), uno de los más importantes del sur de Europa.
En el aire, a la habitual mezcla de olor a compuestos químicos y fragancias del Mediterráneo que se extiende junto a las plantas industriales, se le suma ahora un molesto regusto a quemado del accidente.
“Se escuchó una explosión muy grande, todo temblaba, los cristales se caían. No sé cómo no me dio un ataque”, recuerda la suegra de Juan, Lorenza Casado, de 85 años, que se encontraba en el salón de su casa con su hija María Jesús.
Desde entonces, lamentan, ninguna autoridad ha acudido a este alto bloque de color yema, el más cercano al siniestro. Y las sirenas que se utilizan en los habituales simulacros de accidente no se activaron para llamar al confinamiento de la población.
Para este desempleado de 40 años, vivir allí es ya insostenible pero no tiene otra opción. “Hay ruidos, humos amarillos, a veces el olor te tumba”, dice. Su suegra habla de ceniza blanca en el balcón.
“Esto sano no puede ser (…) Mi pareja ha sufrido ya dos cánceres con 43 años y no podemos tener hijos”, insiste Juan.
“Una bola de fuego”
Ocurrida por motivos todavía desconocidos sobre las 19H00 (18H00 GMT) del martes, la explosión causó la muerte de un trabajador y de un vecino que vivía a unos dos kilómetros y fue alcanzado por una plancha de metal despedida por la detonación.
La metralla atravesó la ventana del tercer piso del edificio y cayó hasta el segundo, donde vivía la víctima.
“Yo estaba en la biblioteca y se oyó un ruido muy fuerte, todo vibró. Salí corriendo y vi la columna de humo, el fuego, todo el resplandor”, recuerda Luis Muñoz, un vecino de 64 años.
“Había un chico que dijo ver una bola de fuego. No le hicimos caso hasta que nos enteramos de la desgracia de este señor”, añade.
“Nadie sabía qué pasaba, si era peligroso o no, si era tóxico. Decían que nos confináramos pero no sonaron las sirenas”, lamenta Úrsula Marín, propietaria de una tienda en ese barrio.
“Todo el mundo vive de esto”
El suceso puso bajo el foco la potente industria química de esta ciudad portuaria, conocida también por sus vestigios de la Tarraco romana y las turísticas playas y parques de atracciones de sus alrededores.
El sector genera 40.000 puestos de trabajo en la zona y, con una producción anual de 19 millones de toneladas, supone un 25% del global del sector petroquímico español, según la asociación de empresas locales.
“Aquí respiramos compuestos químicos 24 horas al día y, aunque no de esta magnitud, los accidentes son una constante”, denuncia Josep Maria Torres, de la plataforma crítica Cel Net.
Pero en un país con uno de los desempleos más altos de Europa, el sector sostiene a muchas familias.
“Estamos aquí porque al menos hay trabajo”, reconoce un trabajador de una de las fábricas del complejo, bajo el seudónimo de Chus Rodríguez. “La química es un mal necesario, aunque debería mantenerse mejor”, insiste.
“Yo vine de Córdoba (sur) y me instalé aquí porque el trabajo estaba muy bien pagado. Me daban el doble o el triple que en cualquier otro lugar”, dice un empleado ya jubilado del sector, llamado también Juan Gómez.
“Se invierte mucho en seguridad, estamos bien formados aunque, obviamente, los humanos a veces fallan”, apunta otro trabajador que justo termina su turno en la fábrica.
Para él, el polígono es indispensable. “¿Sacarlo? ¿Y de qué comeríamos? Si aquí todo el mundo vive de esto”.
AFP
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