En una noche cualquiera, aproximadamente 3.000 migrantes duermen en catres alineados dentro de enormes carpas con calefacción en una pequeña isla que ofrece asombrosas vistas de los rascacielos de Manhattan.
Por Associated Press
Pero mientras Nueva York batalla para dar alojamiento a un creciente número de migrantes que han llegado al estado desde la frontera sur de Estados Unidos, simplemente no hay espacio suficiente en el enorme complejo de la Isla Randall, que actualmente es el albergue más grande de la ciudad para solicitantes de asilo.
Así que afuera de las puertas del complejo, un puñado de personas han colocado sus propias tiendas de campaña en medio de las bajas temperaturas invernales. Muchas ya agotaron el tiempo en el que se les permite estar en el sistema oficial de albergues de la ciudad y no han podido conseguir otro espacio en el programa ni encontrar un lugar propio.
“Yo tengo muchos enemigos y a ninguno de ellos yo les recomiendo nada de eso”, dijo Eliana Trillo, venezolana que durmió en el campamento no autorizado la semana pasada durante algunas de las noches más frías del año. “El frío se te mete por cualquier parte”.
Cerca de allí, migrantes emprendedores montaron un mercado rudimentario a la entrada del albergue, en el que promocionan de todo, desde café casero hasta cigarros, zapatos deportivos y pantalones vaqueros. Aunque los residentes tienen prohibido cocinar en los albergues de la ciudad, algunos preparaban alimentos cerca de un baño público, cortando carne cruda en el lavabo del baño de hombres, junto a los mingitorios y retretes.
Brayann Ruedas, que vendía tazas de café por 1 dólar en un día muy frío esta semana, dijo que es lo único que él y otros pueden hacer para subsistir mientras aguardan recibir su permiso de trabajo.
“Vendiendo café, porque no conseguimos trabajo aún”, dijo el ecuatoriano de 27 años. “Llegamos en el invierno y en diciembre no hay mucho trabajo”.
Al igual que otras ciudades de Estados Unidos, Nueva York ha registrado una gran afluencia de migrantes desde 2022, cuando el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, ordenó que muchos de ellos fueran trasladados en autobús desde la frontera a ciudades gobernadas por demócratas.
Los alcaldes de ciudades grandes le han suplicado en varias ocasiones al gobierno federal que les dé más ayuda. En Chicago, los recién llegados se han visto obligados a refugiarse en bibliotecas, estaciones de policía, aeropuertos e incluso en autobuses de la ciudad estacionados hasta que se libere espacio en los albergues.
Inaugurado en agosto, el complejo de la Isla Randall —que incluye una serie de carpas para dormir y otras para comer, así como instalaciones sanitarias— se encuentra en un campo deportivo en el extremo sur de la isla, donde confluyen los ríos Harlem y Este. Se puede llegar en carretera o a través de un puente peatonal que se extiende 1,1 kilómetros (más de media milla) hasta Manhattan.
Hace unas semanas, un venezolano de 24 años fue apuñalado de muerte en el albergue. Y la semana pasada, una trifulca derivó en la hospitalización de otro hombre por herida de arma blanca. Más de una decena de personas fueron arrestadas.
Mariles Rivas, venezolana de 36 años que lleva más de un mes viviendo en la Isla Randall, dijo que simplemente no hay suficiente seguridad para mantener el orden en el albergue, en el que la mayoría de los refugiados son hombres solteros.
«Por el peligro, nosotros teníamos miedo a volver por lo que había sucedido… pero necesitábamos estar acá. No quería estar pasando más frío», comentó mientras salía del complejo con su pareja en una tarde fría de esta semana.
Los migrantes y sus defensores se quejan de que hay poco en qué entretenerse en la aislada isla. Una versión previa del campamento tenía una sala de estar con televisores y casilleros para guardar las pertenencias personales, señalaron.
Dave Giffen, director de la Coalición para los Indigentes —un organismo activista—, dijo que la ciudad ha hecho deliberadamente que la vida en la Isla Randall y en otros albergues para migrantes sea lo más insostenible posible con el fin de disuadir a la gente de quedarse, ante lo cual las frustraciones acumuladas se han desbordado.
“Si continuamente haces que las cosas sean más difíciles y más incómodas y duras para ellos, entonces no es ninguna sorpresa cuando vemos que la gente está acampando en tiendas en las calles y durmiendo en el metro”, comentó. “Vemos a la gente sacando su ira y frustración, y podríamos ver desenlaces aún peores».
Las consecuencias de estas políticas tendrán repercusiones durante generaciones, advirtió Diana Ayala, concejal demócrata de la ciudad de Nueva York y cuyo distrito en la zona norte de Manhattan incluye la Isla Randall.
“Cuando no tienes esa estabilidad, cuando no cuentas con el apoyo emocional o social, cuando no sabes si vas a comer, todo ello afecta tu mente”, comentó.}
La oficina del alcalde neoyorquino Eric Adams rechazó comentar esta semana sobre el campamento de tiendas o el mercado en la Isla Randall, pero señaló que los funcionarios están sopesando instalar detectores de metal en ese y en otros albergues para migrantes. El gobierno demócrata también está sopesando si prorrogar un toque de queda impuesto en algunas instalaciones la semana pasada.
“No se tolerará la violencia y cualquier ilegalidad será procesada con todo el peso de la ley”, señaló la portavoz Kayla Mamelak en un comunicado enviado por correo electrónico. Rechazó responder a las preguntas de seguimiento.
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