“Última hora, Yamid. El capitán Vásquez, de la Policía Nacional, nos confirma aquí en Bogotá lo siguiente: primero, se trata de un avión Boeing 727 de la compañía Avianca, identificado con la matrícula HK 1803, este avión salió del Puente Aéreo, dice el capitán Vásquez. Lleva seis tripulantes y 101 pasajeros, iba de Bogotá hacia Cali; aparentemente, según indica el capitán Vásquez, han muerto los seis tripulantes y un número aún indeterminado de personas”.
El sonido de la radio se hacía más fuerte a medida que se acercaba desde el avión a la plataforma. Segundos antes se había encontrado a otro auxiliar de vuelo. Solo le había dicho, con la voz entrecortada: “Ya, confirmado”.
“¿Confirmado?, ¿confirmado, qué?”, fue lo único que pensó. Diego no entendía nada. No lograba comprender que el avión del que acababan de bajarlo, el vuelo 203 de Avianca que cubriría la ruta Bogotá – Cali ese 27 de noviembre de 1989, explotó en el aire por una bomba del cartel de Medellín y acababa de caer en llamas sobre un cerro.
Diego Bermúdez intenta no escatimar en ningún recuerdo. Habla con fluidez, busca hacer con su narración un hilo perfecto de lo que vivió ese día. De tanto que ha repasado ese momento en su cabeza, a la mayoría de personas que se le cruzaron ese lunes en el camino las recuerda con nombre y apellido.
No puede negarlo, pero cada vez que cuenta lo que vivió ese 27 de noviembre de 1989 le sigue sorprendiendo no haber muerto.
Para ese día no tenía un vuelo asignado, pero le tocaba estar pendiente. Se había encontrado con unos amigos y estaban pensando en tomarse unos tragos, pero aún no sabía si podía. La única forma de enterarse si le habían asignado viajar era llamando a su casa. Diego llevaba poco más de cuatro años trabajando como auxiliar de vuelo con Avianca. Ese domingo, 26 de noviembre, su mamá le dijo brevemente por teléfono que no se trasnochara, que ya había pasado el joven de la moto con la información: tendría que estar en el vuelo de 7 de la mañana de Bogotá a Cali, y de ahí hasta Pasto.
En Avianca se había acostumbrado a trabajar temprano, a hacerlo en todos los horarios. Vincularse a la compañía siempre había estado entre sus planes, sus papás llevaban varios años dirigiendo una agencia de viajes; por eso, cuando le dijeron un par de años antes que había la posibilidad de hacer el curso en Bogotá para entrar, no dudo en dejar frenados sus estudios en Hotelería y Turismo en Cali y se devolvió a su ciudad.
Apenas llegó al Puente Aéreo supo que tenía el vuelo con Astrid del Pilar Gómez Díaz. Llevaban trabajando casi un año juntos. Le gustaba hacerla reír. Más ese día, que ella llevaba la tristeza a cuestas. Antes del fin de semana le habían informado que tenía que trasladarse a Barranquilla y eso la había llenado de dudas, no era tan fácil mover a su hija hasta allá. Su mamá era la que siempre se la cuidaba. Y en esas estaba, en medio de todos los ‘embolates’ que le generó la noticia.
En diciembre estoy en un viaje larguísimo, salgo a vacaciones más de un mes. Aquí tengo los regalos de Navidad para llevárselos a mi mamá. Se los voy a ir a dejar
Prepararse para 101 pasajeros
“Nos fuimos para el avión e hicimos el briefing, que es un tema técnico de aviación de prevuelo de tripulantes, para cuando llegara el piloto. Realizamos el chequeo del equipo, asignamos puertas de emergencia, quiénes iban, todo”, recuerda Diego sobre el vuelo 203 que le fue asignado esa mañana.
Cada uno tomó su lugar, ya sabían cuáles eran las responsabilidades. Diego y Astrid se ubicaron en las puertas delanteras, frente a la cabina de pilotos. Empezaron a hablar de cómo podría ser la búsqueda del apartamento en la nueva ciudad, de qué tanto tiempo le costaría a ella acomodarse y llevarse a su hija.
La tripulación esa mañana, además de Diego y Astrid, quien acababa de cumplir 28 años, se completó con Germán Pereira Torres; el ingeniero Luis Jairo Castiblanco; el capitán José Ignacio Ossa y el copiloto Fernando Pizarro.
Ya todo estaba acomodado. Solo les quedaba empezar la fase del abordaje de los pasajeros. Saldrían pasadas las 7 a. m. y en menos de una hora estarían aterrizando en el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón.
Pero, había un último cambio.
Se escucharon los pasos acelerados de dos personas y en ese momento apareció el supervisor de tierra en el avión junto a la auxiliar de vuelo Rita Elisa Galvis. En medio del afán le notifican rápido.
— Diego, por favor, bájese. Va Rita para el vuelo.
Se sorprendió. Ya tenía todo listo. En esos cortos minutos les intentó explicar que ese vuelo ya se lo habían asignado, que aparecía en todos los itinerarios, que ya habían realizado, incluso, los controles de la tripulación. Él quería estar en ese viaje.
La antigüedad de Rita dentro de la compañía era superior a la de Diego. Lo que le permitía tener una ventaja al momento de tomar la decisión. Y había algo más.
Entre las explicaciones insistentes de Diego, Rita le contó la razón principal por la que le pedía el cambio. Le explicó por qué prefería que a él lo movieran en el cronograma del vuelo a Medellín.
“Me dijo: ‘Te voy a contar la verdad de por qué quiero el vuelo. En diciembre estoy en un viaje larguísimo, salgo a vacaciones más de un mes. Aquí tengo los regalos de Navidad para llevárselos a mi mamá. Se los voy a ir a dejar’”.
El plan de Rita era terminar la ruta nuevamente en el Puente Aéreo y, de ahí, ya no como parte de la tripulación, abordar un vuelo hasta Cúcuta, donde vivía una parte de su familia.
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