El arranque del proceso de impeachment ha dejado al descubierto las grietas que el asalto al Capitolio ha abierto en el monolito de lealtad incondicional a Trump en que se había convertido el Partido Republicano. Un año después de que ni un solo republicano votara a favor del impeachment al presidente por la trama ucrania, en esta ocasión el liderazgo de la minoría republicana en la Cámara de Representantes ha renunciado a presionar formalmente a sus congresistas para que voten en contra. La Cámara baja ha aprobado este miércoles por la tarde el impeachment, y 10 republicanos han votado a favor. Una cifra insólita. Se trata del impeachment con más apoyo bipartidista de la historia.
Por PABLO GUIMÓN – EL PAÍS
El apoyo al proceso se detecta también por parte de algunos senadores republicanos, que se espera que puedan votar por condenar al presidente cuando la Cámara alta celebre el juicio de destitución. Pero ningún movimiento resulta tan significativo como el de Mitch McConnell, el más poderoso republicano en el Capitolio, líder de la mayoría en el Senado hasta que se materialice el nuevo control demócrata. McConnell, encarnación de la interesada alianza del establishment republicano con el empresario, ha llegado a la conclusión de que el impeachment les brinda la oportunidad de purgar a Trump del partido, según revelaron el martes por la noche fuentes cercanas al senador.
También la principal autoridad republicana en la otra Cámara del Capitolio, el líder de la minoría Kevin McCarthy, parece haber puesto fin a su lealtad incondicional al presidente. En el debate de este miércoles en la Cámara de Representantes, McCarthy dijo que Trump “tiene responsabilidad” por el asalto al Congreso. Sin embargo, argumentó en contra de proceder con el impeachment tan cerca del final de su mandato y promueve, en cambio, una resolución de censura al presidente por sus actos.
Antes incluso de que se filtraran las maquinaciones de McConnell, diversos congresistas republicanos habían alzado la voz. Incluida Liz Cheney, la número tres del partido en la Cámara, que defendió que “nunca ha habido una traición mayor por un presidente de Estados Unidos a su cargo y a su juramento sobre la Constitución”. La cifra de 10 republicanos que han votado a favor es más que considerable, teniendo en cuenta que ninguno apoyó el último impeachment a Trump, y que solo cinco demócratas votaron por tres de los cuatro artículos del proceso de destitución de Bill Clinton. En la Cámara alta, el equipo de McConnell cuenta con la posibilidad de que una docena de senadores republicanos vote por condenar a Trump.
Se libra en las conciencias de los legisladores republicanos una batalla entre el corto y el largo plazo. El perjuicio inmediato de alejarse de Trump es claro. La elección presidencial de noviembre, y el proceso de primarias que la precedió, dejó claro que las bases republicanas están con Trump. Votar por la destitución del presidente puede suponer para muchos senadores republicanos desafíos en las primarias de cara a las legislativas de 2022, donde el partido tendrá que defender 20 de los 34 escaños en juego. Desde el equipo del presidente ya se han encargado de recordarlo. “El 80% de los votantes de Trump y el 76% de los republicanos en Estados disputados son menos proclives a votar por un congresista o senador que vote por el impeachment”, tuiteó el consejero del presidente Jason Miller, citando un sondeo interno.
En el largo plazo, en cambio, abundan los argumentos para una ruptura con Trump. El partido se ha convertido en poco menos que un culto a Trump en estos cuatro años. Prueba de ello es que, en la Convención Nacional Republicana este verano, renunció incluso a debatir y aprobar un programa electoral. “Continuaremos”, explicó la formación, “apoyando entusiastamente la agenda” de Trump. Ahora, perdida la Casa Blanca y las dos Cámaras del Congreso, y tras contemplar la inquietante insurrección montada en nombre de su líder, afloran las dudas que no lo hicieron en estos cuatro años. Por convicción, y también por ambición personal: a los miembros con aspiraciones presidenciales no les seduce la idea de que la familia Trump y sus acólitos monopolicen el Viejo Gran Partido.
Hay, por último, un argumento más mundano. McConnell habló durante el fin de semana, según Associated Press, con prominentes donantes del partido para tantearlos. Y muchos le dijeron que consideraban que Trump había atravesado una línea roja. McConnell, según las fuentes de la citada agencia, les dijo que había acabado con Trump.
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