En el municipio Ureña del estado Táchira está la aldea Palma Redonda, a unos pasos de la línea fronteriza. Hasta ahí ha llegado el Ejército venezolano en un operativo con el que han logrado desplazar, detener o asesinar a productores de la zona, con la excusa de que están combatiendo a los paramilitares. No se sabe cuál es el objetivo o el beneficio de convertir a esa aldea en fantasma.
Por Sebastiana Barráez / Infobae
Saliendo del pueblo de Ureña se toma la vía que sube a La Mulata hasta una Y, a cuya izquierda está la aldea Palma redonda y a la derecha se sale al Oso y de ahí a El Vallado.
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Hace años los paramilitares llegaron a instalarse a la aldea La Mulata que está cerca de la aldea Palma Redonda. Ahí estuvieron un tiempo y el Ejército venezolano hizo presencia por unos tres meses, la comunidad los ayudó y los paracos no se aparecieron, pero cuando los militares se fueron, los paramilitares regresaron. «Por aquí han pasado las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Clan del Golfo, Rastrojos, es decir cualquier cantidad de paramilitares. Ellos llegan a las fincas donde estamos trabajando a cobrar la vacuna (colaboración obligada) y hay que pagarla. A veces se llevaban, sin que pudiéramos hacer nada, reses, maíz, limones, cachamas, gallinas, verduras», narra un habitante de la zona.
Hace poco la Fuerza Armada Bolivariana empezó a ejercer presión sobre los habitantes de la aldea Palma Redonda, que está a unos 35 minutos del pueblo La Mulata. Ya casi todos han abandonado los predios, sólo quedaron cuatro fincas en plena producción.
El jueves 29 de agosto, en la mañana, varias personas vieron a Diosemel Castro Quinterocuando pasó, desde Cúcuta, por el puente internacional de Ureña y les dijo que iba hacia su finca El Paraíso, que queda en el Palmar, aldea Palma Redonda, que hace once años le compró a un capitán de la Guardia Nacional. Por esa finca se llega al sector San Faustino de Colombia.
«Me dijo que iba a llevarles mercado a unos obreros de la finca«, describe un habitante de Ureña.
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Después del mediodía, Diosemel regresaba de su finca, en su camioneta Toyota blanca, aproximándose al sector Las Vegas, cuando una comisión del Ejército, con armas largas y encapuchados, lo interceptó y le disparó. Lo habría hecho un soldado de piel negra y de estatura alta, quien luego habría manifestado que lo hizo porque le dijeron que el productor era uno de los hombres de El Paisa, un paramilitar que nadie ha visto y solo ha oído a través de mensajes de voz.
La finca de Diosemel, aunque no es muy grade, cuenta con un bosque de pinos, tiene buen clima, agua natural propia, una cascada con una quebrada, verdes pastos, dos pozos donde criaba cachamas, es decir plenamente productiva: 40 reses, cerdos, bastante maíz, limones y frijol. Vendía leche y queso. El único problema es que a El Paraíso la atraviesa un camino que viene desde el lado colombiano y que, por ser público, lo transitan muchas personas, incluyendo paramilitares.
Más arriba de El Paraíso tenía otra finquita inhabitable, con varias colmenas y se estaba aventurando en la producción de miel de abeja.
Uno puede suponer que los militares cometieron un error al matarlo y que para taparlo sacaron como versión oficial que Castro Quintero era paramilitar. Y hasta podría también presumir que por las malas mañas, que acompañan a muchos militares, les dio por robar.
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Lo que a todas luces resulta extraño es que el día domingo 1 de septiembre, tres días después de asesinar al productor, los militares se presentaron a El Paraíso y se llevaron todo, es decir, mudaron todo lo que había en el lugar, hasta los electrodomésticos viejos y usados, las camas y mataron un caballo nadie sabe por qué.
Por los problemas de electricidad que hay en Ureña y por la inseguridad que cada día aumenta en la zona, Diosemel y su esposa se estaban quedando en una casa que tenían en Cúcuta. Además porque tiene varios hijos profesionales en Colombia. Siempre pasaba la frontera para ir a su finca.
Su cadáver fue llevado a enterrar en territorio colombiano. Intentaron pasar por el puente internacional con pancartas y consignas: «Ejército asesino», «Gobierno asesino». El capitán del puesto militar les dijo que les entregaran las pancartas o se devolvieran con el muerto. El oficial se puso personalmente a recogerlas.
Huyen los productores
A principio de año llegó a la zona de las aldeas un grupo de hombres que vestían de negro y rondaban la zona tranquilamente junto con los militares venezolanos. Diosemel había comentado que «los militares quieren sacar a los paracos para meter a los guerrillos, que ya tienen tomado desde Llano Jorge hasta Tienditas», pero ese grupo no volvió a aparecer.
Hacía días empezaron las versiones de que el Ejército iría a la aldea y que mataría a quien encontrara ahí. Varios productores se habían ido y los trabajadores también. Castro Quintero trataba de convencer a sus obreros para que no abandonaran las fincas. Solo quedaron tres o cuatro productores.
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Merilio Pérez Toro se vino a la frontera desde Capitanejo del estado Barinas en busca de un futuro para su esposa y sus dos hijos. Llevaba menos de tres meses trabajando en la finca La Vega de Palma Redonda, cuando la Fuerza Armada Bolivariana «llegó el sábado echando tiros» y se lo llevó acusándolo de ser un paramilitar. Si los paracos trabajaran como Merilio, tendríamos la frontera más rica en producción agrícola de Sur América.
Los otros obreros lograron huir. La finca tiene cacao, plátanos, gallinas, guanábana, aguacates, ganado, muchos pollos. Su dueña tiene un año que no va por temor a la violencia desatada, pero la mantiene, le invierte, se ocupa de los obreros; el ingeniero iba ver el ganado y a vacunarlo. Así lo demuestran fotos y videos.
A Merilio se lo llevó el Ejército sin orden y aun ayer no lo habían presentado ante el Ministerio Público y lo tenían en una instalación militar que está en las inmediaciones del aeropuerto «Juan Vicente Gómez» de San Antonio del Táchira. Un abogado se hizo presente para su defensa pero no se lo permitieron. Horas después lo dejaron en libertad.
El domingo llegó el Ejército a la finca La Vega y realizó la misma operación que en la finca El Paraíso. Se llevaron todo, lo metieron en unos camiones, incluyendo las aves. «Las gallinas y los pollos las trajeron para el comando porque no tienen comida», murmura una mujer que está en las puertas de la instalación militar.
Un hombre dice que «los militares se meten con los productores porque saben que son vulnerables ante su fuerza y violencia, pero a los paramilitares no los enfrentan porque esos sí están armados hasta los dientes. Y con los guerrilleros no se meten para nada».
Los militares saben
Un joven trabajador de la zona relata, con mucha indignación, que «claro que los militares saben qué pasa en la aldea, saben de los paramilitares porque se les dijo el año pasado cuando vino un oficial de Caracas».
Un productor llamado Juan a quien le decían El Tomatero, porque producía muchísimo tomate, se fue de la zona. Los últimos cuatro productores que quedaban tenían que rogarles a los obreros porque ya nadie quiere trabajar en la aldea por temor a los paramilitares. «Diosemel estaba más tranquilo porque estaba el Ejército y la ironía es que no lo mataron los paramilitares, a quienes les tenía cuidado, sino los militares».
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Una mujer de la zona manifiesta que «los paramilitares llegan con armas, se sientan, piden agua, nos dicen véndame una gallina, deme ese racimo, necesito unas frutas, será que me puedo llevar unas cachamas. Cómo dice uno que no, cuando sabe que la vida ahí no vale nada».
Hace más de un año fueron unos oficiales, comandados por un coronel, quien reunió a los habitantes de las aldeas y les preguntó por los paramilitares, diciéndoles que tenían evidencias que ellos hacían llamadas desde la zona.
«Claro que sí. Ellos vienen, llaman, compran cosas y otras se llevan, pero nosotros no tenemos la capacidad para enfrentarlos, porque es gente muy peligrosa que uno trata de no mirar por temor a que se sientan vigilados y hasta nos maten por eso».
Después llegó la comisión que duró tres meses y la gente inicialmente se alegró porque creyeron que estarían protegidos. «Lo primero que hicieron los militares en las fincas fue robarse los telefonitos que uno les entrega a los obreros para poderse comunicar. Se llevaban la comida y cuanto encontraban en las fincas. Hasta el maíz y las verduras las arrancaban y, cómo no sabían hacerlo, dañaron las matas; la excusa es que tenían hambre porque no les mandaban comida. Nos robaban para poderse alimentar, aun cuando los ayudábamos suministrándoles cuanto podíamos. En la finca de Diosemel le descuartizaron una res».
La comunidad empezó a molestarse ante los abusos. «Los soldados se metían a las casas a bañarse, sin importarles si habían niños, querían dar órdenes dentro de las viviendas«. A causa de esa zozobra se fue mucha gente de la zona.
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Un dueño de finca que abandonó el lugar hace casi 10 meses dijo: «Dejé botada mi inversión de toda la vida. Ahora sé que los militares quieren esa zona y uno no puede quedarse ahí, corriendo peligro, cuando la vida vale más».
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