Paul Whelan está en la habitación 3324 del hotel Metropol de Moscú vistiéndose para la boda de un amigo, cuando oficiales de la Inteligencia rusa irrumpen en su cuarto.
Por BBC
Whelan, ciudadano estadounidense, desaparece sin dejar rastro durante tres días, hasta que su hermano gemelo da una conferencia de prensa en la que anuncia que Whelan había sido acusado de espionaje.
Eso ocurrió la noche del 31 de diciembre de 2018 y fue el comienzo de un caso que involucró a cuatro gobiernos y puso una descomunal presión en las relaciones de EE.UU. con Rusia, que ya estaban en un momento crítico.
Unos 18 meses después, Whelan fue encontrado culpable del cargo de espionaje -recibir documentos con información secreta rusa- tras un corto juicio que se llevó a cabo a puertas cerradas.
El exmarine -que también tiene ciudadanía británica, irlandesa y canadiense- siempre insistió en su inocencia y esta semana, antes de que acabara el juicio,se describió a sí mismo como una víctima de «la desvergonzada e incompetente política rusa».
Mientras su familia lucha por traerlo de nuevo a casa, funcionarios en Moscú han dado pistas de que es posible un intercambio de prisioneros. Lo que no hace sino añadir sospechas de que este hombre, originario de Michigan, es solo un peón en un juego político que está a punto de empezar.
El pasado 15 de junio le tomó solo un minuto y veinte segundos a un juez en Moscú llegar a un veredicto.
Qué se sabe del GRU, la ultrasecreta agencia de inteligencia militar rusa vinculada al hackeo electoral en EE.UU.
«Esta tribunal de la ciudad de Moscú encuentra a Paul Nicholas Whelan culpable», leyó el juez. Solo añadió que deberá cumplir la condena de 16 años en una prisión de alta seguridad, destinada a los criminales más peligrosos.
El juez entonces se dirigió al acusado, quien estaba dentro de un cubículo de vidrio custodiado por varios guardias.
«¿Whelan, entiende lo que he dicho sobre su condena?», le preguntó.
Whelan, que estaba vestido con el mismo saco azul que había utilizado en todas las audiencias y llevaba gafas – y lucía más como un bibliotecario que como un espía-, miró al juez y respondió:
«No me han traducido, su señoría», dijo en tono de protesta el hombre, de 50 años.
Los jueces enviaron a un intérprete para que le tradujera el veredicto. De esa forma terminaba el juicio por espionaje que había tomado solo unas audiencias en solitario.
El confinamiento por el covid-19 había hecho que los procedimientos judiciales quedaran envueltos en un secretismo mayor al habitual, con la prensa y el público excluidos de las sesiones. Sólo se les permitió el acceso a la lectura del fallo con el que se cerró el caso.
La primera vez que vi a Whelan en el tribunal, cerca de un año atrás, tenía una sonrisa simple y una caja de cartón apretada contra su pecho que contenía el almuerzo que le habían dado en la prisión: un sándwich.
Periodistas de distintas cadenas de televisión locales se agolpaban en el pasillo y se referían a él como el «espía estadounidense».
Whelan fue traído varias veces hasta la sede judicial, altamente custodiado, para comparecer en audiencias y apelaciones, y nunca se le permitió a los periodistas ingresar al recinto donde se adelantaban los procedimientos.
Aunque aun sin permiso, algunas veces pudimos conversar con él.
El primer día, sin embargo, aturdido todavía con todo lo que estaba pasando, habló poco.
Dos meses después de su arresto, comenzó a hacer declaraciones. Primero dijo que estaba intentando lidiar con el caso.
Pero cuando le preguntamos su versión de la historia, cambió por completo la expresión de su rostro: «Si hago eso, será perjudicial para mi. Ellos no quieren que hable con usted», me dijo durante una de esas audiencias.
Personas de su equipo de defensa nos revelaron que ha tenido una enorme presión por parte de la policía federal rusa (FSB, por sus siglas en inglés) para que confiese el crimen, todo esto después de numerosos interrogatorios sin su abogado presente.
«Ellos le decían ‘No hay salida para ti. Dinos la verdad. Eres un espía y vas a ser condenado por eso'», me contó Olga Karlova a mediados de 2019.
Whelan rechazó las acusaciones y se negó a declararse culpable. A medida que pasaba más tiempo bajo custodia, se volvía más audaz durante las audiencias en el tribunal.
El hombre, que al momento de su arresto era el jefe de seguridad de una firma estadounidense dedicada a la venta de autopartes, comenzó a contraatacar.
Señaló que la acusación de espionaje era ridícula y declaró que estaba siendo juzgado por un «tribunal ilegal».
Empezó a preparar un discurso por cada sesión, escribiendo en un papel que era revisado y sellado por los censores de la prisión.
«Rusia anota que atrapó al (agente secreto) James Bond en una misión de espionaje. Pero en realidad lo que han hecho es retener al (personaje de comedia) Mr. Bean mientras disfrutaba de sus vacaciones», dijo Whelan en una de esas sesiones.
Para esa instancia, quienes seguíamos el juicio ya sabíamos que Whelan había visitado Rusia varias veces. En diciembre de 2018, cuando fue capturado, estaba en el país para asistir a la boda de un amigo.
Pero Whelan no pudo disfrutar de la ceremonia. Fue arrestado en su cuarto.
Durante una audiencia el año pasado, le grité otra vez para llamar su atención y que me pudiera escuchar. Y allí le pregunté qué había ocurrido.
«No estoy autorizado a darte detalles, pero todo esto es un montaje. Yo no cometí ningún crimen», dijo Whelan y me contó que un amigo suyo se había presentado en el hotel de forma inesperada la noche antes de su arresto.
Cuando fue detenido, la policía federal rusa señala que halló un pendrive (o memoria USB) en su bolsillo con información clasificada rusa que había solicitado.
Whelan está convencido de que ese amigo que lo visitó en el hotel sin anunciarse fue quien plantó esa USB en su bolsillo, sin que él se diera cuenta.
«Ese amigo era un oficial de la FSB. Lo conozco desde hace 10 años», me contó por primera vez en esa audiencia.
«No hay ninguna razón por la que él tuviera que venir a mi cuarto y me diera un dispositivo», dijo.
Mientras hablaba conmigo, el juez ingresó en el tribunal y de nuevo ordenó que Whelan permaneciera en la cárcel. Su frustración se convirtió en estallido.
«Puedo hablar más fuerte que usted, señoría. Esto es una total insensatez», gritó.
Fue en ese momento en que no se permitieron más cámaras dentro del tribunal y se limitó el ingreso de los periodistas.
«Con las manos en la masa»
El gobierno ruso ya había declarado a Whelan culpable mucho tiempo atrás.
Solo dos semanas después de su arresto, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, dijo que Whelan había sido agarrado «con las manos en la masa», mientras cometía un «acto ilegal».
El caso se volvió mediático, especialmente cuando se conoció que Whelan era ciudadano de cuatro países.
Nacido en Canadá, de padres británicos con ancestros irlandeses, él se mudó a Estados Unidos finalmente y de esa manera obtuvo esos pasaportes.
A principios de 2019, el drama de su arresto con repercusiones multinacionales se desarrollaba en un contexto político hostil, con sanciones mutuas por la crisis de Ucrania y la tensión este-oeste que no se sentía desde la época de la Unión Soviética.
Nueve meses antes, Reino Unido había acusado a Rusia de intentar envenenar a Sergei Skripa, un ex doble agente de espionaje, en las calles de Salisbury, una ciudad británica.
Y en esos días, Washington acusaba directamente a Moscú de haber intervenido en las elecciones que se habían realizado en 2016.
Así que, cuando el caso de Whelan se volvió público, se especuló con que se trataba de una retaliación por estas acusaciones.
Por esos días, la FSB ya había dado a conocer varios detalles del caso que iba a llevar hasta los tribunales.
La agencia de noticias rusa Russian Rosbalt, citando una fuente oficial, señaló que Whelan estaba trabajando para la inteligencia de EE.UU., con el objetivo de obtener la lista del personal que integraba «una de las instituciones secretas rusas».
El artículo indicaba que esa lista era de un «alto interés» para los estadounidenses y que Whelan había cultivado una red de potenciales colaboradores durante los últimos 10 años.
En los juicios de espionaje en Rusia, las pruebas no solo se ven y se escuchan en secreto, sino que el abogado defensor debe firmar un acuerdo de confidencialidad que aplica a todos los documentos y asuntos que se traten en el juicio.
Por lo que ninguna evidencia del caso -interceptaciones, grabaciones de cámaras de vigilancia y otros documentos- puede hacerse pública.
Otro aspecto que hizo ruido durante el juicio es que la defensa estaba pagada por el gobierno ruso. La familia de Whelan decidió no cambiarla porque les iba a costar cerca de US$150.000,»lo que era un montón de dinero para obtener cero resultados».
«Secretismo, provocación, falsificación, ese es el arsenal de nuestros oponentes», dijo Ivan Pavlov, un abogado de derechos humanos que se ha enfrentado a la FSB en múltiples ocasiones.
Pavlov representa mayormente a ciudadanos rusos acusados de vender secretos a Occidente y señala que ese tipo de casos ha crecido significativamente en los últimos cinco años.
El abogado anota que el FSB es el servicio secreto «más poderoso, no solo en Rusia» y usa a sus propios expertos para analizar cualquier evidencia en tribunales.
«Si quedas metido en algo así, será la historia más complicada de tu vida. Será muy difícil poder elaborar una defensa».
La conexión rusa
Los viajes de Whelan comenzaron hace más de una década.
«Esto es ‘Lubyanka’, donde la KGB tenía a nuestros espías encerrados en el sótano», bromeó en 2007 en un blog personal sobre una imagen suya junto a un edificio.
La imagen era el antiguo bloque donde funcionan los cuarteles del servicio secreto ruso – la KGB, de la cual la actual FSB es principal heredera.
Once años después, los funcionarios de la FSB lo llevaron a ese mismo edificio para interrogarlo.
La fotografía corresponde a la primera vez que Whelan viajó a Moscú, cuando todavía pertenecía al ejército.
Desde su arresto, el cuerpo de Marines de EE.UU. señaló que Whelan no pertenecía a la institución desde 2008, cuando fue pasado a retiro debido a «mal comportamiento».
Esa declaración generó sorpresa a su hermano gemelo.
«Él siempre fue bastante positivo sobre la experiencia de ser marine. Hay una bandera de los marine junto a la de EE.UU. en la casa de mis padres todo el tiempo», señaló David Whelan.
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