El pasado 16 de marzo, el mismo día en el que en la ciudad de Atlanta (Georgia) se sucedían tres diferentes tiroteos con un saldo de ocho muertos, Ahmad al Aliwi Alissa compraba una pistola Ruger AR-556, una variante más ligera y de cañón más pequeño que el rifle de asalto AR-15. El pasado lunes, Alissa se abrió camino a tiros hasta el interior de un supermercado en la ciudad de Boulder (Colorado) y mató a 10 personas. Accedió al establecimiento armado con un rifle y una pistola, una era el arma que había adquirido días atrás, de acuerdo con el relato que recoge la declaración jurada de los investigadores y los testigos a la policía.
Por EL PAÍS
Tras disparar una vez tras otra, Alissa se arrancó el chaleco de combate que llevaba y se despojó del resto de su atuendo hasta quedarse en ropa interior y entregarse al equipo de asalto de la policía que le tenía rodeado. Herido de bala y ensangrentado, el joven de 21 años, al que dos agentes en uniforme de asalto acompañaban hasta una camilla para ser transportado al hospital, pidió ver a su madre.
Alissa llegó procedente de Raqa (Siria) a Estados Unidos siendo un niño hace dos décadas. Nacido en 1999, el joven se enfrenta a 10 cargos por asesinato en primer grado y pasará el resto de su vida en prisión sin posibilidad de libertad condicional si finalmente es declarado culpable por un jurado de 12 personas. No podrá ser condenado a muerte porque el Estado de Colorado abolió la máxima pena el año pasado, justo hace un año.
Desde que 10 personas más se han sumado a la larga e interminable lista de las víctimas de matanzas en Estados Unidos, la pregunta que queda en el aire es el porqué. ¿Qué lleva a un joven que vive en una tranquila y acomodada ciudad de 100.000 personas al noroeste de Denver a cometer semejante masacre? Diferentes medios de comunicación norteamericanos intentan explicar estos días, ya sea en boca de un hermano del asaltante o de compañeros de colegio o de deporte, el carácter de Alissa.
Según uno de sus hermanos, de 34 años -son un total de 11, incluido el ahora detenido-, Alissa sufría de paranoia y estaba convencido, desde la época en la que iba al instituto, de que alguien le perseguía y le vigilaba. “En una ocasión estaba comiendo en un restaurante con una de nuestras hermanas y le dijo que había gente en el aparcamiento esperándole para llevárselo. Ella salió fuera y no había nadie. No sabemos que sucedía en su cabeza”, ha declarado Ali Aliwi Alissa a The Daily Beast.
Para su hermano, Alissa sufre algún tipo de enfermedad mental, alejándose así de las tesis que apuntan a que lo sucedido pudiera tener algún contenido político, ya que en algunos de los comentarios de la página de Facebook del asaltante —ahora bloqueada— había referencias al islam. “En el colegio sufrió mucho acoso. Era un niño normal, pero tras su paso por el instituto comenzó a ser muy antisocial”.
Puede que la acusación por asalto a otro joven en 2017 apuntale esta teoría. Aquel año, Alissa atacó a puñetazos, sin mediar palabra, a un compañero de su clase. Su explicación: unos días antes se había reído de él y le había lanzado insultos racistas. Alissa fue condenado a dos meses que cumplió en libertad provisional y a 48 horas de servicios que debía hacer para la comunidad. Su mal perder también es atestiguado por sus colegas del equipo con el que practicaba lucha libre. Aunque nadie cree que fuera capaz de algo así. Se trataba más de no aceptar la derrota. “Un día lanzó al suelo su protección de la cabeza e incluso insultó a los entrenadores”, explica a Daily Beast un colega que se identifica como Conrad. “Cuando se enfadaba daba miedo, no voy a mentir”, declara al The Washington Post Angel Hernández, otro compañero de lucha libre. Después de aquella jornada no volvió a aparecer por el gimnasio.
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